Crear e inventar. Esos dos verbos se conjugan en Afterlife (Penultimate Press, 2023), la más reciente obra del compositor y artista sonoro Robert Piotrowicz. Se trata de un trabajo ambicioso, uno que juega con la percepción del escucha. Son tres piezas diseñadas para ser interpretadas por un órgano monumental; sin embargo, ninguno de los sonidos aquí incluidos se tocó en un instrumento semejante.
En ese sentido es una obra que oscila entre lo sacro y lo profano. Lo primero porque parte de la majestuosidad de un instrumento de grandes dimensiones, de su grandeza y de sus tonos épicos; lo segundo porque los resultados se mueven entre lo onírico, amenazante y misterioso (“Noumen”). “Afterlife”, el track que da título al álbum es otro ejemplo de la ilusión creada por él. Se escucha como si hubiera sido grabado en un espacio de gran amplitud y los diferentes pasajes que en ella encontramos parecen evocar un museo del horror lleno de grotescos personajes.
Dice Piotrowicz que “es una ambiciosa exploración del modelado de sonido y de la manipulación sonora, manipulación tanto de las herramientas desplegadas como del oyente en cuanto a la síntesis del engaño acústico”. Esa manipulación, aunada a la imaginación, crea una pesadilla de la cual querrás salir de inmediato, aunque una vez lo hayas hecho buscarás regresar, simplemente porque Afterlife es cautivante.
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