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Kendrick Lamar: El moralista de las espinas

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Ambulante 2024

Desde su ascenso al mainstream en 2012 con el cinemático Good Kid, M.A.A.D. City bajo el brazo, Kendrick Lamar se posicionó como uno de los storytellers más agudamente autobiográficos del rap moderno. Con aquella placa y las ulteriores, To Pimp a Butterfly y DAMN!, el nacido en Compton en 1987 ha orbitado en un diálogo intelectual, espiritual y musical con la Black America, abrevando, desde el rap, de una tradición que tiene sus arcanos en el gospel, el jazz y el soul. Esta construcción, aunada a la recepción contemporánea del rap “más allá de los públicos iniciados” y a las condiciones virales de la industria musical digital, llevó a Kendrick a ocupar uno de los tronos de la música popular.

TXT:: Eduardo HG

Una carrera meteórica reconocida por la crítica, los fanáticos y los estándares del mercado —una decena de Grammys, el Óscar y un inesperado Pulitzer, por sus letras, con Kendrick como el primer artista pop en obtenerlo—. Desde luego que estos galardones son justificados. Así como Illmatic, el poderoso debut de Nas de 1994, se posicionó como uno de los álbumes más estudiados desde todas las esferas de la crítica cultural, dentro y fuera del rap, debido a su riqueza narrativa, musical y simbólica, cada disco de Kendrick compacta la evolución de un narrador nato que más allá de la simple denuncia o la entrega de hits, elabora historias intrincadas y piezas conceptuales a caballo entre sus historias personal, comunitaria y pública. Esto en franca competencia generacional con propuestas concordantes y disímiles que comparten la misma exposición comercial, como la de Drake, J. Cole, Schoolboy Q, Nipsey Hussle (Q.E.P.D.) o el más joven y rara avis Tyler, the Creator.

En su ensayo “The literary genius of Kendrick Lamar”, el escritor y crítico Mensah Demary condensa la impronta de To Pimp a Butterfly como la historia de un hombre que ha impuesto su voluntad sobre un mundo más grande, el cual le ha respondido con la fama y el exceso, obligándolo a buscar y decidir sobre su lugar en el mundo. Así, en vez de simplemente reflejar la realidad, K.Dot intenta hacer declaraciones e intelectualizar decisiones, filtradas a través de la vida y la memoria personal. Utiliza la narrativa como algo más que un método para reflejar las condiciones de vida y, en cambio, intenta revelar su interior.

Esta dialéctica impregna toda su obra, sensibilidad y estética, algo que nos pone de frente con su esperada nueva producción: Mr. Morale & The Big Steppers.

Quinto álbum de estudio, Mr. Morale & The Big Steppers es un volumen doble que mantiene la conversación de Kendrick con su presente, al tiempo que refuerza aún más el carácter autobiográfico de una figura que no obstante la gloria pública, debe lidiar con los fantasmas de un ser humano que busca crecer en medio de la incertidumbre social, familiar y racial. Mr. Morale & The Big Steppers cierra un ciclo que comenzó con aquel joven en las duras, violentas y alienantes calles de Compton, aspirando a una vida de poder, dinero y mujeres (Good Kid, M.A.A.D. City). Y que encontró en el rap una vía para sublimar esa condición, salir del gueto y erigirse como un agudo observador de la tensión entre las políticas raciales de Estados Unidos y sus condiciones sistémicas (To Pimp a Butterfly); para, posteriormente, elucubrar un grito de rabia más personal en un balance entre el camino avanzado, el auto conocimiento y los claroscuros de una mega estrella negra del rap (DAMN!).

Dicho esto, en Mr. Morale… y bajo el nuevo alter ego de Oklama, Lamar se recarga en los pilares personales, mentales y familiares, en una suerte de viaje interior o golpe de timón con respecto a lo que “se esperaba de su parte”, luego de, por ejemplo, poner la vara narrativa en lo alto con DAMN! y de ser arquitecto de himnos sociales como “Alright”, el cual fungió como soundtrack para la emergencia del Black Lives Matter. El resultado es un abordaje introspectivo, en el que Kung Fu Kenny plasma su proceso de maduración y traumas, que incluyen la relación con su ascendencia (papá y mamá) y con su descendencia: su esposa Whitney Alford y Enoch y Uzi, hijos de ambos. La foto de Kendrick junto a ellos es la portada del disco, transmutada en una familia barrial que podría vivir en Neza.

Contextualmente, Mr. Morale… abreva de una creciente vena temática en el rap: la de los trastornos mentales, iniciada en 1991 con el hitazo de “Mind Playing Tricks on Me”, de los Geto Boys. En plena explosión del gangsta rap, el trío de Houston integrado por Willie D, Scarface y Bushwick Bill viró el discurso (con un sampleo icónico de “Hung Up On My Baby”, del genial Isaac Hayes) hacia la angustia, ansiedad y paranoia de ser un joven negro de los barrios bajos, en cuyas calles encontraba el trauma como moneda común. “Sabíamos cómo jugar duro, pero la herramienta de supervivencia que realmente nos había faltado todo este tiempo era una forma de procesar nuestro dolor, de procesar nuestra realidad. La terapia seguía siendo un gran tabú, y realmente un privilegio que la mayoría de las personas negras simplemente no conocían. ‘Mind Playing Tricks on Me‘ se convirtió en el Caballo de Troya, dando a una generación el lenguaje para bajar la guardia y hablar sobre algo que nunca había considerado hacer. Muy pronto, incluso había predicadores que usaban la canción como texto para sus sermones dominicales”, rememora el crítico cultural Rodney Carmichael. Tres décadas después, con Mr. Morale… Kendrick lleva la terapia al centro de su álbum, desde donde filtra su visión doméstica sobre tópicos y paradigmas actuales.

En el andamiaje de los dieciocho temas, Kendrick nos actualiza sobre lo acontecido en los recientes cinco años desde la salida de DAMN! (“United in grief”), lapso en el que atravesó un bloqueó creativo de dos años y donde, entre otras cosas, buscó, por sugerencia de su esposa, al terapeuta Eckhart Tolle, escritor bestseller autor de libros de espiritualidad y autoayuda, cuyos skits figuran en todo el disco como interludios de la narrativa. Mr. Morale… toma forma o es una representación de una sesión de terapia en modo performance teatral sonoro, oscuro y angustioso. Por el lado de su familia, Kendrick aborda su adicción a la lujuria y las infidelidades en su relación (“Worldwide Steppers”), la culpa versus vendetta del sexo interrracial, al tiempo que desde los primeros tracks (“N95”), arremete contra la cultura de la cancelación y la autocensura como muerte de los creadores. Se mantiene el diálogo religioso presente en su música (“Die hard”), al tiempo que expone las consecuencias generacionales de las paternidades rudas de la vieja escuela y cómo los sentimientos debían de ser reprimidos (“Father times”) para soslayar la debilidad en un entorno hostil.

La ambivalencia y simbolismo de la riqueza espiritual y material (“Rich Spirit”), el conflicto de pareja (“We cry together”) expresado en esas peleas henchidas de insultos al otro que terminan con los dos en la cama (“Purple Hearts”) y el autoconocimiento espiritual cierran el primer volumen. En la segunda parte, Oklama se lanza directo contra los reclamos del respetable: “Count me out” va directo y dispara algunas de las líneas más densas del disco: “Complací a todos los demás menos a mí”, “Algunos culpan al diablo cuando fallan, yo culpo a mi ego, señor de todos los señores”. El objetivo es el amor propio, entendiendo la complejidad del alma y la superación del miedo para ser uno mismo. El gancho al hígado viene con la renuncia a la corona (“Crown”) y donde quizá esa sentencia de “no puedes complacer a todos” se vuelve un poco sofocante y repetitiva.

La nutrida participación de Kodak Black levantó ámpula apenas salió el disco (“Worldwide Steppers”, “Rich (Interlude)”, “Silent Hill”). Kodak es quizá uno de los raperos veinteañeros más polémicos de la escena gringa y no es para menos: indultado por Donald Trump, acusado de abuso de mujeres, incluida una menor, hablador y fanfarrón. Algunos medios señalaron que Kendrick erraba en su intención redentora, aunque en una escucha más profunda podría entenderse la empatía, dentro del concepto familiar del álbum, por la paternidad de ambos y ante el abuso temprano que puede influir en la vida adulta.

Empero, la estocada es lanzada cuando Kendrick argumenta que está bien ser pro-negros, pero que a él gusta más ser pro-Kodak, mientras atesta el dardo contra las protestas por el Black Lives Matter vía smartphone, de nuevo contra la corrección y la hipocresía de los progres liberales y ricos en favor de la gente pobre. “Auntie Diaries” cuenta la historia de dos familiares transgénero de Kendrick, una tía y un primo, en pos de la aceptación a partir de una narrativa híper personal. Todo ello mientras pone luz sobre el tabú de la violación entre los integrantes de las familias negras (“Mr. Morale”), revelando el hecho de que su misma madre fue abusada de joven (“Mother I Sober”). Así, desnudando el alma se obtiene libertad, para elegirse a uno mismo (“Mirror”) sobre los demás y su pliego petitorio.

Musicalmente, el disco está cargado de un minimalismo oscuro acentuado por los pianos, el baile tap y los coros religiosos. Mención aparte las colaboraciones de Blxst, Amanda Reifer, Sampha, Summer Walker (Atlanta), Ghostface Killa del Wu-Tang Clan; el primo de Kendrick, Baby Keem, Sam Dew, Tanna Leone, Duval Timothy y Beth Gibbons de Portishead, una suerte de grupo variopinto entre viejos lobos, propuestas emergentes de la música global y personajes provenientes del cine, como es el caso de la actriz Taylor Paige para “We cry together”. La música, con producción y beats del mismo K.Dot, Baby Keem, The Alchemist, Pharrel Williams, Sounwave —viejo conocido de Top Dawg Entertainment (TDE), el sello donde se formó Kendrick y del que ahora se despide— y Beach Noise, entre otros, dan forma a un sonido atmosférico muchas veces supeditado a la propia narrativa con una pretensión pop que para algunos puede sonar forzada o mal encaminada.

Con Mr. Morale & The Big Steppers K.Dot deja simbólicamente el “trono” del rap. La corona de espinas (y diamantes) pesa, por lo que, deliberadamente, está concentrándose en su familia, refugio donde busca un pedazo de paz en un mundo condenado al infierno, y desde donde se enfrenta a los demonios heredados de su árbol genealógico. Esta contradicción es el corazón de Mr. Morale… y tal es el camino que K.Dot ha tomado, abrumado por las expectativas del exterior, buscando respuestas en el interior con sus más cercanos como piedras angulares. Quizá por ello para muchos se trate de una obra “irregular” que parece más reactiva que proactiva, y que en ese sentido no “llena” la silueta de una huella que él mismo ha dejado a partir de entregas anteriores concisas y más equilibradas entre la lírica y el sonido.

Después de todo, el rap ha sido y seguirá siendo el caudal de todo tipo de ideologías, narrativas, pretensiones y mitologías personales o tribales bajo el amplio espectro del capitalismo salvaje, que envuelve y atraviesa todo en contradicciones que fuera de lo abstracto están más allá del puro maniqueísmo o hedonismo. Y aquí, no hay que olvidarlo, Kendrick made you think about it, but he is not your savior (“Savior”). Quizá, pese a las expectativas de propios y extraños, Oklama sólo es un mortal man con buenas y malas canciones. Discos ídem. Y una pluma que parece aún tener mucho por decir, y exigir, de los receptores, mientras se acerca el inevitable descenso —espero equivocarme— de una estela como la suya, luego de una década fructífera, cuya impronta es sin duda una de las más relevantes del rap vanguardista, pero cuyos límites quizá estamos comenzando a ver. Como sea, algo bello de la música es su poder cíclico e interminable más allá del artista e, incluso, del ser humano que la creó.

Staff

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