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Rosalía en el Zócalo: Luna de miel con tacones altos

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Rosalía en el Zócalo: Luna de miel con tacones altos
Ambulante 2024

Estoy en camino a la cita con la Motomami. Rosalía en el Zócalo de la Ciudad de México. Tomo un camión del servicio provisional por el mantenimiento de la Línea 1 de metro, el plan es bajarme en Pino Suárez y de ahí caminar a la plancha. Me preocupa la posibilidad de que haya demasiada gente; hubo quienes acamparon un día antes y eso aumenta mi inquietud. Andando, noto que no hay tanto movimiento como imaginaba; de hecho, el tráfico está tranquilo a pesar de que es quincena. Obviamente voy parado en el camión y me tengo que contorsionar; nada fuera de lo normal, en realidad parece un día común y corriente en la CDMX

FOTO:: @fotoflama

Me bajo en Pino Suárez y camino hacia la Plaza de la Constitución, paso por zapaterías y tiendas de ropa, me uno a los fans que han decidido llegar con anticipación al concierto. No son tantos como me lo temía, mis sospechas de encontrar mucha gente desaparecen, así como desaparecidos están los vendedores de gorras, playeras, tazas y toda la parafernalia de un concierto masivo. Los ambulantes han decidido enfocarse en el kit de supervivencia: agua, tortas y sticks para el celular; la venta de recuerdos seguramente llegará al final del evento. Casi compro una botella de agua, pero prefiero apegarme al plan de no ingerir líquidos para evitar la necesidad de ir al baño (en este tipo de situaciones suele convertirse en una verdadera pesadilla). 

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Llego sin dificultad a la puerta principal del Palacio Nacional, son las cuatro en punto y el sol cae sin piedad sobre los que ya llenan la mitad de la plancha. Tengo la sombra del asta bandera de mi lado, la recibo como una bendición. Enfrente de mí están los que llegaron desde la mañana, la mayoría no pasa de los veinte años de edad, varios van acompañados por sus padres. Algunos han decidido retar a la comodidad con un outfit especial para la ocasión, inspirado en la estética Motomami: botas de tacón alto que dadas las circunstancias se convierten en una prueba de resistencia de alto nivel. 

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Mi reloj indica que son las cinco de la tarde y, fiel a la ley de Murphy, el llenazo de la plancha del Zócalo no llega. En las redes empiezan a aparecer los haters posteando fotos del Zócalo semi vacío, en clara alusión a un supuesto fracaso de la presentación de la española. Alguien comenta que los de la Generación Z no son tan puntuales; faltan tres horas para comprobarlo. En mi teléfono empiezan a llegar los mensajes de amigos y amigas que me preguntan qué tan lleno está el Zócalo. “¿Cómo ves, me lanzo?”, es la pregunta más frecuente, a lo que contesto: “sí, pero de una vez”. Tengo el presentimiento de que, a pesar de los malos augurios de los haters, la cosa se va a atascar.

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La espera se hace amena con la música que disparan desde la consola. Bad Bunny, Karol G y, por supuesto, el morro que está de moda, Peso Pluma, quien provoca un coro masivo con, compa, qué le parece esa morra que está bailando sola, me gusta pa´mí. En esta tarde no hay lugar para la nostalgia, todo es presente duro y puro. Cada minuto de espera simboliza una muralla que impide ver hacia atrás. La mente está fija en el aquí y en el ahora, en el momento en que el reloj marque las ocho de la noche.

Alguien en el Insta me dice que hay mucha gente, que nada ofrece más felicidad que ver un concierto sentado cómodamente; en otro mensaje alguien me da las razones por las cuales no le gusta la música de Rosalía. Entre el mundo virtual y el real la noche cae y el calor de la tarde se convierte en una velada fresca, ideal para un concierto al aire libre. El reloj marca las ocho en punto, y como un maratonista, el cansancio se convierte en un shot de energía al saber que la meta ya está cerca. 

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Alrededor de las ocho y media las luces se apagan y el sonido activa las piernas de los asistentes. “Chica qué dices”, y los 160 mil asistentes gritan al unísono. El audio, al menos desde donde estoy, se percibe impecable. A continuación, las secuencias de “Bizcochito” aumentan las pulsaciones de ese monstruo de cienmil cabezas que es el Zócalo. Del reguetón pasamos a la bachata con “La fama”, y la frescura de la noche se vuelve tropical. No hay mucho espacio, pero la gente busca la manera de mover los pies al ritmo de la música de la artista del momento.

El show visual hace que olvidemos que no hay músicos sobre el escenario. Una cámara móvil sigue los movimientos de Rosalía con estética POV. Estamos en la intimidad del escenario, y la catalana se siente a gusto con eso. Lo mismo la vemos beber agua después de una canción que sonarse la nariz con una naturalidad que impresiona. Se sabe querida y admirada, lo disfruta y agradece a través de cada canción del repertorio que tiene preparado para esta gran ocasión. Así desfilan temazos como “La noche de anoche” y “Linda”, pero al llegar “Despechá” el nivel de emociones que la española despierta en sus fans ya se advierte de nivel histórico. 

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Un peluche del doctor Simi logra aterrizar en el escenario y es recibido con una sonrisa por parte de la española. Es una velada para renovar sus votos de amor por México. Una luna de miel que llevará a una resaca plena de ternura, eso es lo que se vive esta noche. Y como muestra de esa conexión con México, Rosalía canta a capela “La llorona”, preparando el mood para “Hentai”. De ahí en adelante todo es adrenalina con “Motomami”, “La combi Versace” y una de las más esperadas de la noche, “Con altura”. Es en ese momento que socorristas del ERUM empiezan a atender a algunas personas desmayadas, adolescentes que llevan horas de espera y cuyo cuerpo pide tregua. 

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Rosalía se da el gusto de hacer una pausa y cantar “Héroe”, de Enrique Iglesias; sabe que tiene en sus manos a más de cienmil asistentes, y los vuelve a elevar con “Malamente” y “Chicken teriyaki”. El show termina con “CUUUUuuuuuute” y nos quedamos con ganas de más, pero las luces del escenario se encienden completamente anunciando que no habrá una más. Volteo hacia atrás y me doy cuenta de que tendré que esperar un rato mientras la plancha del Zócalo se vacía. Ahí planeo que mi salida será por 20 de Noviembre, una avenida más amplia que Pino Suárez.

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De regreso, aparecen los ambulantes con la merch; playeras, tazas, stickers y gorros. Muchos de los asistentes aprovechan para recobrar energía con maruchans, tamales y elotes. Hay familias enteras que caminan de regreso buscando el transporte que les lleve a casa. Y es ahí, en ese momento precisamente, que en la sonrisa de una niña descubro la alegría que ha significado el concierto de Rosalía.

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Jacobo Vázquez

Jacobo Vázquez

Nació en la Ciudad de México. Fue locutor en Ibero 90.9 FM del programa Mole Mogollón. Es autor del libro El rock fue su idioma, una crónica sobre el boom del rock en español en los años 80.

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