Entrevistas

Rafael Acosta: “El rock llegó y dijo, ¡quítense weyes que ai´ les voy!”

/
269,463
rafael-acosta-los-locos-del-ritmo-rock-and-roll-mexico-sus-amaneceres
Ambulante 2024

“Toda mi carrera se reduce a 65 años siendo músico 24 horas al día”. Rafael Acosta se sincera mirando hacia el pasado en un presente vital, con más de ochenta años de edad, lúcido, emocionado y creativamente activo al mando Rafael Acosta y sus Amaneceres. “Todo está en la mente”, explica recurriendo a la máxima de George Harrison, tocándose la sien con el dedo índice; asumiéndose fuerte, inquebrantable tras apreciar el amanecer día a día. “¡Échenme a Superman; a lo mejor no le gano, pero sí se va a llevar sus putazos!”, exclama el compositor que forjó la personalidad de Los Locos del Ritmo para luego darle vida a Mr. Loco. Un auténtico pionero del rock and roll interpretado en español. Un rebelde hecho de verdad.

TXT:: Alejandro González Castillo

Compositor, intérprete, baterista, productor. Rafael Acosta tiene una vida construida desde y para la música. Para el rock and roll. El hombre creció atrapado por el ritmo escuchando a Little Richard para así cincelar la identidad de un rock azteca que a inicios de los sesenta requería con urgencia de figuras con calle y alma para hacer contrapeso respecto a lo que el televisor y la radio propagaban bajo el mote de “rebelde”. La vida y obra de Acosta siguen sin ser valoradas efectivamente. Su visión fue determinante más allá de los compases de Los Locos del Ritmo, pues tras ello lo mismo estrechó la mano de Elvis Presley que editó el álbum blanco beatle en México, tras ver a los de Liverpool en directo; y así como habló de la vida con Berry Gordy (Motown Records) hizo música teatral para Jodorowsky. Se trata de un tipo que ha visto y oído lo imposible. Vaya, hablamos de alguien que ha hecho rock mexicano, nomás.

“En 1957 yo tenía escasos quince años de edad y mi madre me regaló un radio de galena, un desecho de la segunda guerra que no usaba electricidad y captaba estaciones maravillosas”. Así se arranca con su fascinante historia Rafael. “Me aficioné entonces a escuchar un idioma extraño, porque el aparato agarraba una estación que luego supe era de Alabama, donde viven los prietos más prietos de Estados Unidos. Y sonaba música que jamás había escuchado. ¡Me voló el coco! Era la música de los esclavos gringos que en las noches, tras laborar en los plantíos, cantaban. Lamentos. Con una guitarra que hallaban por ahí, metían tablas que usaban para lavar la ropa, algunos palos y piedras. Compraban puros de Europa que venían en cajas de madera, y las usaban igual. También botellas de agua. Todo eso lo escuchaba por las madrugadas. Cerraba los ojos y alucinaba. Cuando abría los ojos ya era de día. Me bañaba, me ponía mi uniforme de preso color caqui de la secundaría y me iba a la escuela”.

“El blues era un lamento de los negros. Los blancos eran ajenos a eso”. Acosta subraya el enunciado, señalando que “hubo una temporada en la que las prepas perseguían a los greñudos porque jamás se trató solamente de un ritmo musical; el rock and roll era una forma de vida que adoptó la gente joven”. Con el flamante género musical, nació la hasta entonces inédita brecha generacional: “porque antes no había más que seguir los gustos musicales de los papás, como Frank Sinatra; pero yo y otros preferíamos a Ricardito, el mayor exponente de rock de todos los tiempos”. A Little Richard el joven Rafael lo conoció gracias a la radio nacional, una estación en especial se lo acercó: Radio 620. Con dicha frecuencia el entonces adolescente, ya infectado por el rock and roll y ansioso por convertirse en músico profesional, sostuvo una relación harto especial que a continuación relata:

“Era una estación donde tocaban uno que otro rocanrolito. Me hice amigo del de la entrada, y también de la telefonista, y así terminé metiéndome hasta donde estaban los discos. ¿Tú crees que iba a ir a la escuela a estudiar matemáticas cuando en la radio estaban varios de los discos que escuchaba en mi radio de galena? Las mamás de mis cuates me decían, ¿qué estudias? Les respondía que estaba en la nacional de música y me contaban que si no pensaba hacer algo serio; creían que dedicarse a la música no valía. Todos me veían como si fuera un vago. A mí me valía grillo. Los otros weyes se iban a la prepa, para ellos la música existía sólo los fines de semana; a mí me valía madre la escuela, yo funcionaba los siete días de la semana como músico”.

Esas sesiones de escucha radial forjaron definitivamente el gusto y estilo de Rafael, quien pronto formaría parte de un combo que ya tenía renombre entre la juventud azteca: “Los Locos del Ritmo venían regresando fracasados de un concurso en Estados Unidos, en Nueva York. Allá tocaron “Rip it up” y “Long tall Sally”. Hay videos donde se nota que su entonces baterista tocaba al revés, con las patas chuecas”. Acosta tenía bien claro que “el rock no era nomás poner un disco y bailar, sino tener una actitud”. Y la mencionada brecha generacional estaba por pronunciarse más con cada compás; y las canciones que Los Locos del Ritmo estaban por grabar serían definitivas para que “la gente joven no escuchara más la música de la mamá. A Ricardito lo admiro, cuando digo su nombre me persigno porque llegó a romper todos los cánones: llegó a demostrar que el rock era una voz de libertad que se podía adquirir como propia, porque ya era hora de dejar de escuchar lo que los papás para entrarle al rock cantado en español”.

“Al entrar a Los Locos del Ritmo ya traía el background de los discos que escuchaba en la radio. A veces esos discos llegaban dobles a la estación, y yo compraba los repetidos a cinco pesos cada uno. Los llevaba con Los Locos del Ritmo, lo más nuevo; ellos oían La Pantera, RadioMil, lo convencional. Yo les llevaba el alma del rock. Entonces me pusieron de apodo El Rebelde. Y así empezamos a tocar”. Para entonces ya había un par de grupos cuyo temario iba ganando seguidores a ritmo acelerado, sin embargo Rafael apreciaba con cautela dichos cancioneros; “los Teen Tops me daban hueva, tocaban muy fresa; por su lado, Los Rebeldes del Rock con su cantante prieto se fueron del lado del calypso, y tocaban rico. A Los Locos del Ritmos les decía que no podíamos sonar como rockin boys, como los Crazy Boys, porque uta, para mí eso no era rock and roll. Yo no iba a permitir que los músicos de mi grupo tocaran así. Así la banda fue agarrando otro sonido, otro gusto más pesado. No es que les diera clases: tenía clara la visión de lo que quería para mi conjunto. Los demás me entendieron y hubo resultados”.

“Al rock en México se le puso un sello. De entrada, ninguna canción podía exceder los tres minutos de duración, había una ley radial que decía eso, había que ponerles casquete corto, meterles tijera. Además, existía el velo del idioma. ¡Awopbopaloobop alopbamboom! Oía yo esa canción, “Tutti frutti”, y me encantaba su fuerza, pero no entendía lo que decía. Entonces habíamos miles de chamacos ignorantes. El mérito del rock and roll mexicano fue quitar ese velo para que los hispanos se entendieran. “Good golly, Miss Molly” no tiene nada qué ver con la letra de “La plaga”, de los Teen Tops. Había ahí una identificación. La industria se quedó en la baba porque nadie sabía un carajo de rock and roll, estaba de moda el cha cha chá, el mambo; pero el rock llegó y les dijo, ¡quítense weyes que ahí les voy! Al ver que era negocio, las disqueras se pusieron a grabar, pero ningún director artístico tenía ni idea de cómo hacerlo, y para justificar su presencia checaban el Hit Parade, conseguían los discos de moda y se los daban a los Teen Tops, a los Crazy Boys, y les decían, órale, grábense éstas”.

Sin embargo, Los Locos del Ritmo no tenían pensado ajustarse a ese tipo de dinámicas. Acosta hace los apuntes pertinentes: “A nosotros nadie nos dijo eso, de cuáles canciones teníamos que grabar. En el caso de Los Locos del Ritmo, queríamos conocer a nuestro director artístico, pero nunca llegó y por eso nosotros mismos seleccionamos las doce canciones del primer LP, Rock! Seis originales y seis de otros autores. Aunque sería una composición del guitarrista, Chucho González (“Yo no soy un rebelde”), y otra mía (“Tus ojos”) las que tuvieron más éxito que todos los refritos que incluimos”. Para ubicar contextualmente la situación hay que señalar que para cuando llegó la hora de firmar contrato con Discos Orfeón, Rafael todavía no cumplía la mayoría de edad; su madre tuvo que rubricar el documento. Al tiempo, comenzaron a proliferar los cafés cantantes (espacios donde la gente acudía a tomar refresco y escuchar a rock en directo), el negocio del rock and roll lucía sano, una mina de oro parecía haber sido descubierta con un puñado de bandas liderando la escena nacional.

Los Locos del Ritmo, Los Teen Tops y Los Rebeldes del Rock fuimos los pioneros. Aunque si cualquiera compara a estos sabrá que nosotros éramos los más rockeros, los más agresivos. Sonábamos distinto a la chusma”, continúa Acosta, avisando que la situación estaba por dar un giro de manera natural. “Estar en un grupo de rock es como vivir un matrimonio. Bueno, hasta los Rolling Stones vivieron una temporada en la que no se hablaban porque se odiaban con odio jarocho, pero lo importante es que no desbarataron al grupo. En nuestras épocas de crisis, Los Locos del Ritmo nunca tuvimos abogados que nos ayudaran a hablarnos entre nosotros… y así terminaron robándome el nombre del grupo”.

La siguiente aventura sónica de Acosta llevaría por nombre Mr. Loco. “En 1973 mezclé el rock and roll con la riqueza de la música latinoamericana; uno de mis momentos más creativos. Hicimos discos de colección, de culto (una vez encontré un disco de Mr. Loco, usado, en 3 500 pesos). Para 1975 conseguimos la oportunidad de ir a Japón a un concurso, representando a México entre 35 países. Participó Elton John, Henry Mancini, Bill Conti, André Popp… Ahí hasta el más pelón se hacia trenzas, puro doble ancho. Yo llegué al primer mundo con mi grupito desconocido, pero Yamaha lo entendió y ganamos el festival”.

Rafael Acosta terminaría trabajando en el ambiente teatral con Alejandro Jodorowsky y haciendo música para TV, películas y comerciales. “¿Qué no he hecho cobijado por la música? Lo he disfrutado siempre porque siempre ha sido lo mío”, avisa el músico alzando la mirada al cielo, recalcando que sus “raíces vienen de los años cuarenta, con música básica y llena de sentimiento. Desde el blues, pasando por rhythm and blues y llegando al rock and roll. Eso es lo que me llega”. Y es con tal ánimo que hoy día presenta Rafael Acosta y sus Amaneceres, un EP donde se acompaña de personalidades como Rubén Albarrán, Piro, Dr. Shenka, El Mastuerzo y Chino Victorio, entre otros. “Actualmente giramos con mucha modernidad y olvidamos lo básico: ser felices” acota Rafael. “Hay que voltear a ver el amanecer para ver el día crecer. Un mensaje sencillo, real. Poca gente voltea a mirar el espectáculo que nos regala el cosmos, un show gratuito que olvidamos por mirar el suelo. Por eso nos llamamos Rafael Acosta y sus Amaneceres. Yo tengo espíritu joven, de lucha”.

Alistando la despedida, Acosta insiste en que lo importante es “buscar la felicidad a diario. Me levanto a las tres de la mañana, con mi guitarra, mis cuadernos, mis cosas. Tengo un decreto: diario luchar por conseguirlo todo empezando de cero. Es una bella costumbre, tratar de ser feliz así”. A la caza de la frescura mañanera, el baterista tiene todo listo para presentarse en directo el próximo 15 de diciembre en el Foro Indie Rocks, a las 19:00 hrs. (entrada libre con registro previo). Sobre lo que puede esperarse del acto, Acosta aclara: “agarré gente joven para este plan porque si busco a los de mi edad, bueno, en lo que uno agarra el bastón y el otro tose, yo pierdo tiempo. ¡Tengo que apurarme, sacar esas canciones que tengo atoradas. Me le he estado escapando a la calaca!”.

Alejandro González Castillo

Alejandro González Castillo

Periodista, y escritor también (porque parece que no es lo mismo). Cruza párrafos con compases. Le gustan las olas, leer y chelear chachareando; además de escuchar discos dejando salir el humo por los ojos.

Auditorio BB