Todo aquel que haya pateado la pelota en una cascarita, a cualquier edad y en cualquier nivel, sabe que los sonidos de la cancha cumplen un rol fundamental. Desde un diseño sonoro objetual (el ruido del balón, el de las miles de pisadas de los jugadores, los guadañazos arteros donde la intensidad del sonido determina la gravedad de las faltas), hasta la oralidad de sus participantes; una combinación de indicaciones tácticas, folklore futbolero e insultos barriobajeros.
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La primera novela de Alexander Hernández; Leche de cucarachas, despliega ese valor auditivo en todos sus niveles estructurales; una novela que relata la historia de un crack de barrio de la Ciudad de México no podría despegarse de una prosa construida a través de diálogos, los cuales logran capturar la identidad de las calles y lo marginal, como condición no exenta de la creatividad lingüística y el talento con la pelota.
Durante las páginas de esta novela acompañamos a Avatar (una especie de Oliver Atom en su versión de antihéroe mexicano) y su paso por distintos escenarios ricos en compuestos auditivos: la misma cancha con su musicalidad, los antros donde truena la música y la palabra escrita que genera una atmósfera muy especial durante toda la historia.
Una novela con una playlist que, literalmente, se construye con el ritmo del bajo mundo de los dealers y las canteras de fuerzas básicas, y que con cada track va formando un entresijo que coquetea con la novela negra y los ritmos de los géneros que dicta la cancha del barrio.
Para la editorial Gato Blanco, se trata de una novela que se plantea una interrogante cuando menos peculiar: ¿Qué tanto cambiaría la identidad del barrio si no pudiera entenderse de manera sonora?
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