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‘El menonita zen’ de Carlos Velázquez: Ante la derrota, la risa

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Ambulante 2024

El mayor gesto de inteligencia es el humor, solía decir el poeta Carlos Martínez Rentería mientras se servía, con todo y diabetes, su bebida predilecta, charro negro light (con tal de reducir las azúcares, ja), para rematar frente a sus incrédulos compañeros de mesa: Hay que reírnos en la vida para burlarnos de la muerte, es la única manera. 

TXT:: Emiliano Escoto

Se necesita valor e imaginación para meter en una licuadora literaria a una pléyade portadora de angustia y fracaso: un menonita homeless que, acompañado por un enano migrante dispuesto a venderlo por el primer aguardiente que se le atraviese, persigue el nirvana a pesar de los cinturonazos de su padre tradicional que lo quiere auténticamente menonita; una gymbaby que lucha entre ser la esposa ideal de su halterofílico novio o dejarse guiar por sus deseos incontrolables de enamorarse de tipos hedonistas con sobrepeso y muchas ganas de portarse mal; el fracaso perpetuo de un productor musical que primero no se logra morir y, luego, no puede evitar la muerte que él mismo contrató; y un pueblo del norte azotado por una inextinguible violencia que aniquila hasta a los extraterrestres. El resultado es un libro vertiginoso y sumamente divertido que tiene en el uso de la jerga norteña el cambio constante de las voces narrativas pero, sobre todo, en el buen humor su sello de calidad.

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Carlos Velázquez / El menonita zen / Océano

 Estamos hablando de El menonita zen, de Carlos Velázquez, aquel que hace más de una década sacudió el tedio literario nacional con sus ya consagrados La Biblia vaquera o La marrana negra de la literatura rosa, relatos que, como El menonita zen, están llenos del cinismo amargo que caracteriza a Carlos, El pericazo sarniento (y cruel) de las letras nacionales. 

Para ejemplificar el nivel de rudeza que tiene este libro basta con revisar una frase lapidaria del cuento El código del payaso: “Existe gente cuya felicidad se finca en la infelicidad de los demás”. O con las declaraciones que uno de los gordos le hace a la chica fit que intenta hacerlo consciente de su salud: “Yo no valoro en las personas su profesión, ni su forma de vestir, ni su estatus social o económico, yo valoro a la gente por el amor que le profesa a la cocina humilde (…) Yo soy feliz tragando, déjame serlo en paz. No importa que las tiendas vendan ropa que no me queda. Que la diabetes sea la tercera causa de muerte en México. Que retenga más líquidos que la presa Francisco Zarco. Como tampoco importa que todos estén obsesionados con su figura con el afán de subir fotos de sus cuerpos fit a las redes sociales. Que cada día vendan más mermeladas sin azúcar. Ja, qué pendejada. La mermelada debe llevar azúcar. Que haya harina de todo, de almendra, de avena, sin gluten. El mundo va a seguir tragando. Y yo con él, los gordos somos otros cosmos”. 

Sin crueldad no hay fiesta, decía Nietzsche, porque la crueldad es el principio de la huella mnemica y todo principio de aprendizaje, ser cruel es parte inherente del ser humano, no existen buenos ni malos, sólo acciones bárbaras o idiotas y eventos desafortunados y estrepitosos, Carlos sabe esto muy bien. 

Entre los tonos amplios de este libro, también nos encontramos con cierto melodrama en el primer cuento sobre una pareja que se enamora en el concierto de la icónica banda underground Los Mazapunks, pareja que luego es separada por el fantasma del vocalista. La pluma cambia de mirada y nos narra con tremenda precisión el tono norteño de hablar en la Sci Fin Ranchera. Nada parece ser extraordinario ahí donde los balazos llueven todos los días, ni siquiera un enano blanco de ojos de vidrio negro que, se presume, ha caído de otro planeta. También es destacable la segunda persona redactada a manera de documental de entrevistas que nos relata la increíble vida de Yoni Requesound, un guitarrista y compositor digno heredero musical y metafísico de Kurt Cobain cuya personalidad es presentada por las voces fragmentadas de los que rodearon su carrera. Los recursos literarios son frescos y la inventiva infinita, propia de alguien que ha visto mucho (viejo mirón). 

Velazquez no niega la cruz de su parroquia y todos sus personajes deambulan por cada página al ritmo de un género musical que va de Timbiriche a El Muertho de Tijuana, pasando por Belafonte Sensacional y el grandísimo Chico Che. Así de ecléctica y trágico-mágica es la cotidianidad en este país que rebasa cualquier ficción. Extravagancias que para casi todos pasan desapercibidas pero que Carlos Velázquez, vaya que observa y no sólo, también se sabe reír a carcajadas de la inevitable derrota de un país sin reglas. 

Acaso porque sabes que la risa 

Es la envoltura de un dolor callado 

México, creo en ti 

Ramón López Velarde

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Staff

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