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El riesgo, esa apasionante religión: Entrevista con Carla Rivarola

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El riesgo, esa apasionante religión: Entrevista con Carla Rivarola
Ambulante 2024

“Tengo claras algunas cosas: esencialmente soy una songwriter y mi punto es exorcizar las cosas malas para darle fuerza a las buenas; no creo en el tarot ni en los horóscopos, la música es mi experiencia religiosa; hablo desde el dolor y la oscuridad, pero mis canciones terminan siendo coloridas, llenas de texturas”. Los puntos sobre las íes y el corchete pegado a la plica. @aplicarlarivarola, así se encuentra en Instagram; una mujer que se asume como rockera —“aunque preferiría no tener una etiqueta”— y que sincerísima se presenta ante Marvin

F U 2022 es el título del disco que Carla Rivarola presenta hoy día. Una colección de versiones acústicas, ejecutadas en directo en Pony´s Corral. La obra opera como antesala para la llegada de El momento más acuático, un plato con alrededor de una decena de composiciones, apenas un extracto de las muchas que su autora guarda por ahí. Ella misma cuenta que ha ido coleccionando tonadas y rimas por montones, que ahora mismo podría lanzar tres discos de un golpe; “he escrito canciones enteras en el trolebús. Tengo muchas, un arsenal. Guardo un folder que se llama Pozo de Canciones. Y todo lo que escribo lo meto al pozo”. Sin embargo, pese a tal productividad, no soporta que la llamen cantautora. Piensa que el término posee connotaciones negativas.

Eso sí, creció escuchando canciones. Recuerda especialmente viajes en el auto de su padre, siendo ella una niña, con música brasileña sonando. En su mente vive todavía la voz de Clara Nunes. Cuenta que encontraba ese sonido sensual; “me volvía loca”, explica ella misma. En realidad, su álbum de recuerdos sonoros se construyó al sur del continente: muchos veranos con su familia paterna en Córdoba, Argentina, infinidad de rock de aquellas tierras. “Me siento amarrada al lado argentino; pero soy defeña, y me gusta expresarlo”, apunta luego para dar detalles del instrumento con el que ha sostenido una relación harto intensa.

“Con la guitarra he vivido momentos de odio. La he votado. Dejé de tocarla dos años y en ese tiempo le metí durísimo al piano. Al bajo no le tengo un gramo de miedo, es mi juguete y extrañamente es el instrumento que mejor toco. Pero vivo algo con la guitarra de lo cual no puedo escapar. Cuando la agarro siento que tengo algo qué decir con ella, un lenguaje, un toque. Soy más yo cuando toco la guitarra”. En ese sentido, las seis cuerdas la han acompañado desde siempre cuando está bajo reflectores; “sería raro para mí subirme a un escenario sin una guitarra, a mi persona le faltaría una representación”, asiente. 

Respecto a su obrar y pensar en escena, Rivarola entiende que la adrenalina juega como protagonista entre cables y amplificadores. “Antes estaba un poco incómoda, al menos corporalmente. Ahora me ejercito en casa; respirando, entrenando, practicando yoga. Llevo un año con este régimen y la experiencia escénica está floreciendo: arriba me llega una energía extra. He logrado hacer cosas en escena que después no puedo replicar”. Las tablas: zona de peligro, finalmente. Prosigue la creadora: “Yo pienso que en el escenario siempre se toman riesgos, porque la experiencia espiritual de estar ahí significa ceder ante el riesgo, decir: me rifo, a ver qué pasa. Cada vez lo veo más como una cosa religiosa. Captain Beefheart decía: ‘siempre cargarás tu llave de la iglesia’. Tocar en vivo es abrir un templo”.

Carla vivió una infancia con pocos amigos; suplía esa carencia leyendo. Hoy día considera que si el talento existe, el suyo se encuentra en la articulación de enunciados. Y de ello habla al tiempo que muestra sus plumas favoritas, detallando la importancia de las puntas en relación con el puño y cómo ello ha ido moviéndose, pues actualmente usa más los pulgares. “Las letras de mis canciones, a comparación de la música, fluyen. Encuentro en la palabra escrita una manera expandida de entender el mundo. Guardo una montaña de libretas desde que tenía ocho años de edad, un millón de cuadernos de cuadrícula chica. Aunque con el tiempo he ido agarrando cada vez más el celular, hago notas de voz cuando se me ocurren frases”.

Respecto a la música que procura, tras más de veinte años practicando recapacita que la improvisación ha sido fundamental en su quehacer, una disciplina que comenzó al portarse como “rata de laboratorio, practicando diez horas al día” y que conforme su “oído va creciendo” adquiere nuevos matices. “Improviso muchísimo, juego, toco la guitarra en la cocina, voy en la calle y se me ocurran cosas. A veces me planteo partir de un riff, y pienso: ¿qué pasaría si repito esa guitarra infinitamente; o qué tal si hago una estructura de lo más estéril y pienso después en un arreglo?”. Al final, componer es un acto de emancipación, conforme ella misma afirma: “La parte creativa es para mí un espacio donde puedo ser libre, donde puedo pensar de manera anti capitalista”. 

“No veo otro camino”, concluye Carla. Habla de dedicarse de por vida a sus canciones y de paso afilar sus dotes como productora. Y al decirlo piensa en su edad y en lo mucho que ha cambiado; en la ruta que se tiende frente a sus ojos. “Acabo de cumplir treinta y me siento más joven que cuando tenía veinte. En muchos sentidos me hallo donde quería estar, aunque todavía me falta mucho camino. El universo me está dando otra oportunidad tras pasar años deprimida, sin saber cómo relacionarme con el escenario, luchando con mi voz. Este gozo, esta libertad que siento es reciente. Por eso espero que exista mucho más escenario adelante”.

Alejandro González Castillo

Alejandro González Castillo

Periodista, y escritor también (porque parece que no es lo mismo). Cruza párrafos con compases. Le gustan las olas, leer y chelear chachareando; además de escuchar discos dejando salir el humo por los ojos.

Auditorio BB