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Riviera Maya Jazz Festival en su edición 20: Danza alrededor de la candela

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Ambulante 2024

Tras veinte años de historia y una ausencia amarga producto de la pandemia, el Riviera Maya Jazz Festival retornó a la costa, su hábitat, para celebrar su edición número veinte. Así, las calles que llevaban al escenario que proyectaría música durante dos días (24 y 25 de noviembre) fueron llenándose de ansiosos escuchas. Había expectativa, y el Portal Maya de Playa del Carmen invitaba a ser cruzado para extraviarse en esa marea sonora que fue delicadamente gracias a un puñado de voluntades y esfuerzos que, a estas alturas, se antojan heroicos.

FOTOS:: Fernando Aceves

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Desde que fue anunciado, el cartel del fest levantó las cejas de varios debido a su ecléctico perfil. Iraida Noriega, Pedrito Martínez, Arturo Sandoval y la Spanish Harlem Orchestra (con Miguel Zenón y Giovanni Hidalgo en escena) se advirtieron listos para arrancar el encuentro; luego se avisaba el arribo de Aguamala, Antonio Sánchez, Snarky Puppy y Chris Botti para clausurar la edición de este año. Un listado jugoso producto de un esfuerzo en común. “No se puede hacer de otra manera”, explicó en su momento Javier Aranda Pedrero (Consejo de Promoción Turística de Quintana Roo), cuando se le habló del combo de voluntades que el fest congrega.

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“Somos un organismo de promoción turística que depende de los recursos públicos que genera el impuesto al hospedaje que hace el Estado”, prosiguió Aranda Pedrero. “Se trata de invitar a la gente a pasar acá unos días gracias a una serie de acciones que se llevan a cabo considerando crear atractivos adicionales a los que ya posee intrínsecamente cada destino. Para ir más allá de la belleza natural y la herencia histórica, se busca regalar momentos particulares, desde un fenómeno astronómico hasta un festival musical”. Con esto en mente, luego de aprovechar durante varios años otra sede, se decidió celebrar el XX aniversario del Riviera maya Jazz Festival justo a un lado del muelle y del Parque Fundadores, en el corazón de Playa del Carmen.

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Ya con los pies en la arena de la playa caribeña, apreciando el desempeño de los músicos que conformaron la primera jornada del Riviera Maya Jazz Festival, resultó ineludible preguntarse si eso que bajo los reflectores se proyectaba era propiamente jazz. La gente bailaba, reía echando jícamo. Y cómo no iba a ser así si estábamos todos, éramos miles, ante un repertorio salsero. Sí, salsero. Sin más. Aunque ciertamente se divisaba arriesgado a su manera, porque había despliegues de virtuosismo que dejaban claro que se estaba ante músicos con sobrada experiencia, y estudios. Pero nadie se hacía preguntas quizá ociosas; se gozaba y ya. Nos hallábamos todos en la playa, finalmente, a unas brazadas de Cuba y con el corazón a dos latidos de Puerto Rico

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¿Valía entonces la pena, indagar qué de jazz había ahí, en todo eso que sonaba el 24 de noviembre? Cómo hacerlo cuando retumbaban las percusiones macizo. El tinglado rítmico se asemejaba a una tanda de golpes que iba directo a la cadera. Brillaban los metales, las voces les apoyan y los pianos tintineaban. La brisa refrescaba y la gente iba y venía, bebiendo, girando, flirteando, abrazándose. La fiesta se vivía con plenitud en medio de la noche. Y aunque Iraida Noriega abrió el fest apelando lo mismo al blues que al funk, pensando en lo salado como sanador y con Jaime Sabines en los labios, tras ella los reflectores buscaron lo tropical, descaradamente, para beneplácito del público. Llegaron entonces Arturo Sandoval, la Spanish Harlem Orchestra y Pedrito Martínez.

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Fue el último y su combo de colegas quienes se llevaron la noche primera. Con Martínez bajando del escenario para perderse entre el sudor de los asistentes. El de La Habana sostuvo el pulso sin extraviar aliento, bailando con un puñado de asistentes, desparramando alegría con cada quiebre. Por su lado, Sandoval demostró por qué ha acumulado Grammys a lo largo de su prolija historia y la Spanish Harlem Orchestra prodigó con fineza dando ejemplos de cuánto conoce sobre las suturas históricas donde puertorriqueños y neoyorquinos insertaron partituras para desembocar en el despliegue sónico que esa noche en Quintana Roo congregó a la multitud, con todos y cada uno de los asistentes danzando alrededor de una fogata llamada candela. 

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Por su lado, la segunda parte de la fiesta se antojó desde siempre memorable. Para ésta se notaba un espíritu alterno. Por ejemplo, Aguamala se erigía como acto abridor, una banda cuyas composiciones fueron una a una dejando claro que la festividad, apelando al imaginario de la mixología, esa vez eludiría cocos para concentrarse en la ginebra. Lo avezado de aquel entramado sónico no hizo más que prolongarse con la llegada de Antonio Sánchez, Snarky Puppy y Chris Botti. En sus respectivos repertorios, sin extraviarse en compás alguno, el riesgo alzaba la mano, los ritmos se torcían, los acordes desvariaban y las melodías rozaban el delirio. La audiencia, compuesta lo mismo por infantes juguetones que por cofradías de adolescentes y miembros visionarios de la tercera edad, iban haciéndose uno con el sonido mientras las olas se extraviaban en la arena nocturna.

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“Cualquiera puede hacer Arte, sin que importe el camino. Hay músicos que no tienen conocimientos teóricos, sin embargo cuentan con una manera de comunicarse que resulta mejor que la de alguien que estudió una carrera formal o que ha acumulado mil años de experiencia. Finalmente se trata de conocerse a uno mismo”. Así hablaba Michael League (Snarky Puppy) cuando buscaba darle solución a la pregunta fundamental: ¿qué es jazz y qué no lo es? Y luego se refería a la importancia de hacerse de un ancla, de “recurrir a tradiciones distintas para después crear un lenguaje propio”. De tal modo, el músico enfatizó, lo que importa es expresarse, y si el jazz es forma suprema de eso, de expresión, ya estamos. Todo arreglado. Que sobren los membretes en este caso. Y que la música siga. 

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Porque quizás hace más de cien años que la conexión entre esa postal que del jazz se tiene a nivel mercadotécnico y la denominada música latina tuvo lugar por vez primera. Y ahí Coltrane, Blades Gillespie, Puente, Blakey, Palmieri, Boling y Barretto, por sólo mencionar unos cuantos apellidos, tienen mucho por contar gracias a sus respectivos historiales. Se habla acá del fenómeno migrante al servicio musical, a la orden del sentir del creador, sin que que interesen pasaportes ni capitales. Y sí, todo esto rondaba los aires mientras la edición veinte del Riviera Maya Jazz Festival tenía lugar, con todo en su lugar, hay que decir. Porque “El jazz es libertad de expresión”, concluiría Antonio Sánchez en algún momento, allá, en Quintana Roo, yéndose con una cavilación que abre campos de reflexión para el futuro: “Finalmente, los jazzistas somos gente que se siente cómoda estando incómoda”.

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Que la siguiente cita en el fest jazzero y playero del deleitoso sur mexicano nos recoja, como ha sido desde hace dos décadas, así; otra vez, pensando, escuchando la historia para bordar caminos que nos lleven hacia la erradicación de la palabra “prohibido” siempre que la música, y en especial esa que llamamos jazz, sea.

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Alejandro González Castillo

Alejandro González Castillo

Periodista, y escritor también (porque parece que no es lo mismo). Cruza párrafos con compases. Le gustan las olas, leer y chelear chachareando; además de escuchar discos dejando salir el humo por los ojos.

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