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Ringo Starr desde su prueba de sonido: ¿Qué se sentirá ser un beatle?

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Tomo asiento en la sexta fila de las butacas del Auditorio Nacional. Sudo. Qué bochorno. Afuera del foro, los termómetros alcanzan números rojos, incluso el pavimento expele calor. Arden las calles sobre las que tuve que correr con tal de llegar a tiempo a mi cita con ese sujeto que, de la nada, cruza el escenario para colocarse frente al micrófono: Ringo Starr.

FOT:: Michelle Martínez Ayala

El sello disquero que cobija Crooked boy, el EP que el baterista recién dio a conocer, ha invitado a un grupo de periodistas a presenciar la prueba de sonido del músico que, en un par de horas más, actuará ahí, en el mismo escenario que de pronto pisa para saludar a los músicos que a su lado conforman la All Starr Band. Una plantilla fina. Colin Hay (Men at Work), Hamish Stuart (Paul McCartney), Steve Lukather (Toto) y Buck Johnson (Aerosmith). La camaradería es evidente entre esos cinco, si se sentaran a platicar jamás acabarían de recolectar anécdotas.

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De izquierda a derecha: Steve Lukather, Ringo Starr, Hamish Stuart & Colin Hay

Intencionalmente dejo aparte a Gregg Bissonette, quien tiene la tarea de tocar la batería al lado del mismo Ringo. Porque sí, hay dos sets de tambores en escena, y sí, el que tunde el inglés suele contar con un volumen menor que el de Bissonette. De tal manera, el instrumento de Gregg luce más dotado que el de Starr, quien recurre a la austera estampa que popularizó en los años sesenta, agregándole sólo un par de platillos. Pienso que emparejarse con Ringo en las baquetas no debe ser cosa simple; mirarle de reojo mientras se toca para entender que ahí está, al ladito, la leyenda respirando.

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Gregg Bissonette en medio de Ringo y Hamish

¿Qué se sentirá ser Ringo Starr? Me pregunto mientras lo observo. ¿Cómo será cruzar el Mar de Los Monstruos abordo de un submarino amarillo, fascinarse buceando por los jardines de los cefalópodos? El hombre cuenta con 84 años de edad y luce jovial, y también sincero al reír. Cuando Gregg marca el ritmo de “Matchbox” para que el resto de la banda lo siga, el de Liverpool choca palmas y toma el micrófono sonriente. Cierro los ojos y encuentro la misma voz de hace décadas, la que vive en los discos; al separar los párpados, descubro al hombre de cabellera y barba ennegrecidas con tinte, con gafas oscuras y sudadera deportiva, balanceándose con las piernas abiertas. I’m an ol’ poor boy and a long way from home, canta, y lo hace tal y como si estuviera en The Cavern, aquella covacha húmeda de la que él y el resto de los Beatles emergerían para comerse el mundo, hace más de 60 años.

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De La Caverna al Auditorio Nacional

¿Cómo será levantarse de la cama y decirse a uno mismo: “Bueno, aquí vamos, otro día más siendo un beatle”? Porque sí, se es un beatle para siempre. El tiempo, la vida, ofrecen concesiones, muy pocas veces, pero lo hacen. Con los Beatles, por ejemplo. Claro, Ringo y Paul desaparecerán de este planeta alguna vez (aunque se diga que el primero es inmortal), pero lo harán siendo parte de los Beatles, tal como a George y John les ocurrió. Ser un beatle, saberse un beatle. Ser y saberse canción, eso es. Con el de las baquetas enfrente, indago: ¿De qué manera, lejos de cámaras, Ringo valorará esos años que pasó en la cima del planeta? ¿Se considerará a sí mismo, como varios creen, simplemente un tipo con buena suerte, que estuvo en el lugar y momento adecuados?

If you don’t want my peaches, honey, please, don’t mess around my tree. Starr continúa con lo suyo, con ese rockabilly firmado por Carl Perkins que The Beatles retomarían para empaquetarlo en 1964. Sin embargo, hasta esa estrofa llega la canción porque la luz se va de improviso en el Auditorio Nacional. Inédito. Los músicos rasguean, pero el sonido se ausenta. Ringo bromea, da las gracias, las buenas noches, ofrece una reverencia a los pocos asistentes y se pone a conversar con Lukather mientras técnicos van y vienen, buscando arreglar el problema. La espera se prolonga por varios minutos. El de “Boys” charla luego con Stuart, el hombre que acompañó durante algún periodo, bastante fructífero, a Paul McCartney, tanto en escena como en el estudio de grabación. Cuando al fin la corriente eléctrica regresa, la banda se arranca con “It don´t come easy”, el primer disparo en la oscuridad de Starr tras la separación de The Beatles, en 1970.  

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Lukather en espera de que la luz regrese

Una vez que la composición finaliza, sin meditarlo Ringo busca desaparecer. Antes, responde con un ceremonioso I love you too a alguien que desde las butacas le grita que lo ama. Y después se va, dibujando con índices y medios la señal del amor y de la paz, la rúbrica que lleva años usando, tal como Lennon hizo en su momento. El personal del Auditorio Nacional actúa de inmediato, desaloja con urgencia a quienes insistimos en buscar una selfie, una mirada, un gesto, lo que sea posible con ese tipo que tras los instrumentos se extravía. Las formas se van poniendo ríspidas conforme los segundos pasan porque, bueno, un fan se comporta como tal pese a que las circunstancias indiquen que la cordura debe ser atendida. Cuando casi a empujones me sacan del sitio, echo el último vistazo al escenario y encuentro que Ringo ya está tomando su lugar tras los tambores. La prueba de sonido continuará, ya con él desde tal posición.

Llovizna afuera. Los vendedores de mercancía pirata tienden tazas, gorras y camisetas. Inmensas mantas anuncian que Jesse & Joy pronto llegarán al Auditorio Nacional, que Susana Zavaleta y Estela Núñez harán lo propio en el Lunario. Al tiempo, las escaleras del foro de Reforma se inundan de personajes portando el uniforme rosado que Starr ostenta en la portada del Sgt. Pepper´s…  Me perfilo hacia el Bosque Chapultepec sintiéndome en la cima del planeta durante unos cuantos pasos. La vida se pone ruda a veces con los mortales (aunque uno mismo se considere un beatle), pero qué importa. Hombre, esta vez estuve muy, muy cerca de uno de esos cuatro. Soy simplemente un tipo con buena suerte, por estar en el lugar y el momento adecuados.

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Peace & love

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Alejandro González Castillo

Alejandro González Castillo

Periodista, y escritor también (porque parece que no es lo mismo). Cruza párrafos con compases. Le gustan las olas, leer y chelear chachareando; además de escuchar discos dejando salir el humo por los ojos.

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