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Paul McCartney en el Foro Sol: El drama de extraviar el aliento

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Ambulante 2024

Cuando un concierto termina, en medio del delirio provocado por un repertorio desbordado de emociones, regularmente hay quien se pone nostálgico y corta el gozo de tajo para angustiado preguntarse: ¿y ahora qué vamos a hacer; después de esto, qué nos va a suceder? Es el saberse de pronto vulnerable, perdido al separarse del ritual al que convoca la música. Y ocurre debido a que el concierto de marras ha alcanzado un carácter epifánico, cosa que, hay que decir, Paul McCartney consigue siempre que se presenta en México

Sin embargo, el par de noches que Paul protagonizó en el Foro Sol este año ha ido más allá de todo. Porque ese tipo que rebasa los ochenta años de edad fue visto haciendo lo mismo que procuró con sus compinches de juventud cuando era un teddy boy copetudo: rock & roll. Llano y contundente. Y aunque se desenvolvió como si le hubieran quitado 60 otoños de encima, resultó inevitable meditar, con él ahí, cargando ese bajo con forma de violín, yendo del piano a la guitarra y de ahí al ukulele, que el hombre está más allá del bien y del mal, y de igual modo más para allá que para acá. Como todos nosotros, porque, vaya, ¿quién tiene comprada una existencia eterna? Ni siquiera él, Paul. Así, mientras sonaban en directo tantos clásicos firmados por McCartney, muchos pensábamos; ¿y qué tal si ya no regresa? ¿Y qué pasaría si ésta de verdad fuese la última vez que lo vemos así, vivo?

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Sintiendo el adiós tan cerca, ese cancionero que define los derroteros de la música pop desde hace siete décadas adquirió de pronto un matiz nuevo, insospechado. Por más que “Ob-la-di ob-la-da” o “Dance tonight” impulsaran a colgarse una sonrisa, ésta reflejó más añoranza que certidumbre. Por ejemplo, esas mismas dos tonadas, sin que importase que se se hallen armonizadas en tono mayor se escucharon en menor, aunque diáfanas. Por su lado, composiciones como “Fuh you” o “Love me do” (¡la cara B de “Now and then“!), de ímpetu animoso, se ralentizaron un tanto, adquiriendo otro carácter: simbolizando desafío, el del hombre que reta el ritmo de las manecillas con la electricidad como aliada y que se las arregla para hilar un repertorio que hasta al más calado fan sorprendió, con paradas en delicias como “Letting go”, “A spite of all the danger” o “She came in through the bathroom window”.

Lució deslumbrante la pirotecnia. Tanto la que surcó los aires iluminando la noche con las rimas de “Live and let die”, detonado cavilaciones existenciales, como la que dispararon las bocinas con “Jet” para así llevarnos a deshebrar nuestro cabello en medio de un paseo celeste. En estos casos, a los que podría adherirse “Got to get you into my life” (vaya sorpresa, con sección de metales aliviando las responsabilidades de Paul Wickens), “Band on the run” e incluso “Helter skelter”, la voz de McCartney consiguió simular su cansancio. Sin embargo, cuando ésta tomó el papel protagónico las circunstancias fueron otras. El tiempo cobra fracturas. ¿Cuántas canciones han cruzado esa garganta, la del tipo que allá, en el escenario, se conmovió al descubrir que sigue incitando a miles a encender la luz que a la mano esté para llevar el ritmo de “Let ´em in”?

Sí, la voz de Macca extravió el aliento dramáticamente. Y en los instantes clave, como si en un guión estuviese trazado. Fue desvaneciéndose mientras se recordaba a George Harrison con “Something” y a John Lennon con “Here today”. Se difuminó entonces como el humo, trágica, lenta, quebrando palabras. Cuando llegó el turno de “Blackbird”, con el inglés montado en un ramaje crepuscular, apenas acompañado de su guitarra, no hubo más que pasar saliva, buscando de esta manera lubricar ese nudo en la garganta que, bien apretado, se negaba a ceder. Al tiempo, Abe Laboriel aligeraba con las baquetas la melancolía, lo mismo que Rusty Anderson y Brian Ray hacían con sus guitarras. Casi cuarenta canciones repasaron juntos. Una tarea para bragados despeñada con camaradería. Luego de tantos kilómetros de carretera en la espalda, la banda lució plena. Lista para mucho tiempo más. Pero, ¿ocurrirá? Eso se pensaba entonces. ¿Volverá el de “Yesterday” (esa canción… casualmente ausente en el repertorio) a México?

Al micrófono, el propio Paul contaba que sí, que regresaría. Lo hizo luego de llamar a la audiencia “bola de locos”, tal vez por mantener vivo ese sueño que John aniquiló de golpe al firmar “God“. Porque sí, hay que estar loco para creer que el amor que ofreces es el mismo que el que recibes, o para considerar que las tonadas tristes siempre pueden mejorarse, o que si de algo deberíamos estar pendientes es de dejar vivir y morir. Permitir ser. Al final, nos quedamos con la postal de McCartney y su mirada vidriosa sobre esas mejillas pobladas de canas. Con el genio que nos canta una canción de cuna con tal de que no perdamos el aliento, de que no lloremos tanto mientras la vida, ese drama construido con lugares improbables y memorias sensibles, nos cruza fugaz, como un suspiro.

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Fotos tomadas de las redes sociales del artista

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Alejandro González Castillo

Alejandro González Castillo

Periodista, y escritor también (porque parece que no es lo mismo). Cruza párrafos con compases. Le gustan las olas, leer y chelear chachareando; además de escuchar discos dejando salir el humo por los ojos.

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