Mucho se ha escrito y dicho de la era dorada de la música chilena… que aún prosigue, y los nombres sobran desde el mainstream, pero este feliz momento también le debe mucho al underground y a las bandas que decidieron forjarse ellos mismos a sangre y fuego, tal como lo hicieron Niños del cerro.
TXT:: Juan Carlos Hidalgo
Ahora tienen circulando su tercer álbum, un Suave Pendiente que supone una consagración de toda una camada de grupos que provienen de lo que se conoce como “la Escena de Rojas Magallanes” y su aparición coincidió con la primera edición del Festival Primavera Sound Santiago, que los mostró en el mismo cartel de Jack White y Pixies -si eso no es progresar, no se sabría de qué se trata-.
Y en el sucesor de Lance (2018) volcaron toda su creatividad -dado que ofrecen 15 canciones- y dulcificaron un tanto su sonido, dejando aparcados el estruendo y el ruido por un rato. Hay mucho menos de math rock y más de un trabajo melódico muy delicado… hasta dar con algo de dreampop muy a su estilo.
Suave Pendiente se basa en el tridente que conforman “Tentempié”, “Miel” y “Sulamita”, que contagian ese candor, espontaneidad y honestidad que caracterizan a Niños del cerro; ellos no se aferran a ideas preconcebidas y dan rienda suelta a historias que no se complican en exceso las letras.
El grupo cuenta que llegaron al estudio con ideas mínimas tras la pandemia y vaya que les sacaron provecho; Niños del cerro tienen ahora su obra más balanceada y contenida -no sobra, no falta-… con todo y que Simón Campusano -su hombre fuerte- se rodeó de literatura mística durante la encerrona.
De Suave pendiente destaquemos también “Povidona”, que abre el álbum y es otro de los nuevos himnos entre sus hinchas, y “Mi modesta ceguera personal”, que es como un summum del tipo de sonidos que han buscado… muchas más capas sonoras y contención en las guitarras -antaño llenas de distorsión-.
Niños de cerro se confirman como los emisarios de toda una generación chilena… gozosamente autogestiva y llena de libertad creativa.
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