Conciertos

Interpol: No estás melancólico, sino reflexionando

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Ambulante 2024

Los pasillos de un afamado hotel en la Ciudad de México se llenan de gente sin aviso. De pronto hay expectación, murmullos, empujones, flashazos. A codazos cruzan un jardín tres tipos, se instalan entre arbustos y posan ante las cámaras. Una chica sentada en la mesa de un restorán aledaño indaga quiénes son, un reportero que corre de esquina a esquina le contesta urgido: ¡Interpol! La de la pregunta se queda en las mismas, no sabe que esa banda que frente sus ojos se pavonea está por presentarse en el Palacio de los Deportes teniendo como pretexto un nuevo álbum: The other side of make-believe. Es 27 de mayo de 2022, y en la capital azteca todos hablan de la música que ese trío elabora.

TXT:: Alejandro González Castillo

Dicen que deberían pagar predial debido a la cantidad de ocasiones que han pisado el suelo mexicano desde que debutaron hace décadas, con Turn on the bright lights. La banda hoy día integrada por Paul Banks, Sam Fogarino y Daniel Kessler jamás ha ocultado su atracción por México, un amor a primera vista que a la fecha se mantiene intacto entre fans y músicos y que Kessler reafirma una vez que toma asiento en uno de los salones de ese hotel donde se hospeda: “Desde el primer día que estuvimos aquí sentimos que algo especial estaba sucediendo. Algo muy fuerte. Seres humanos en un mismo espacio, compartiendo. Disfrutando la experiencia musical, y siempre queriendo más y más”.

Daniel se acomoda las mangas de su camisa para recibir a Marvin. Luce impecablemente vestido y cuidadosamente despeinado. Exige platicar con cubrebocas de por medio y apenas se le atiende se muestra amable. “Nuestra música conecta profundamente con los mexicanos porque es apasionada y sofisticada”, continúa el guitarrista; “personalmente me llena mucho venir, me enriquece en varios niveles. Aquí encuentro pasión, belleza y respeto. Apertura y entusiasmo. Y como banda tratamos todo el tiempo de manifestar ese amor que sentimos por México, por nuestros fans”. El músico disfruta hablar del tema, a la orilla de su asiento prosigue, relatando cómo ha ido adentrándose en nuestra cultura: “No me gusta ser un turista común; me encanta aprender cosas nuevas”.

Las cosas a las que se refiere son, fundamentalmente, caminar y caminar, dejar los pasos ir a su modo teniendo claras las consecuencias que el acto desemboca; extraviarse, por ejemplo. “Venir a México, para mí significa encontrarme con varios amigos, ir a mi cafetería favorita y pasear. Caminar por horas. Perderme en las calles. Me fascina caminar por la ciudad. Lo haría a diario si pudiera. México tiene algo que me hace mucho bien”, sostiene el del traje oscuro soltando algunas palabras en español, detallando que vivió en España y que también entiende italiano; aunque “a la hora de hablar lo olvido todo”. Escuchándole es fácil imaginarlo a la entrada de uno de museos favoritos del mundo, como él mismo lo califica, dándose a entender entre chilangos, paladeando cada paso entre vitrinas.

“Me tomaría toda una vida conocer apenas una pequeña parte de la inmensa cantidad de cultura que México posee”, continúa el rubio. “Su historia es fascinante, entenderla es todo un reto. El Museo de Antropología de la CDMX es uno de los cinco mejores museos que he conocido en todo el planeta, podría estar allí todo el tiempo. Y como decía, me tomaría toda una vida procurar entender un poco de lo que ahí se expone, apenas un poco. Checas lo que ahí se exhibe y te cuestionas: bueno, ¿esto pasaba aquí en determinado año?, ¿de verdad?; pero, ¿qué estaba ocurriendo en Europa entonces? ¿Quién era el moderno verdaderamente? Se los comento a mis amigos: si quieres expandir tu mente visita este Museo de Antropología”.

Esas ganas por comprender la cultura mexicana han llevado a Kessler a preguntarse las razones por las cuales el temario de Interpol le atrae tanto al público local. Comenta que le han planteado la posibilidad de que la música de su banda sea melancólica, tal como el espíritu del mexicano que asume su ancestral relación con la muerte. Al respeto, el de los riffs aterriza un enunciado clave: “No hablaría de melancolía, sino de reflexión”. Y a continuación desmenuza la sentencia, hilvanando sus ansias de expresión artística con el impacto que los resultados le generan como ser humano sensible, sin dejar de lado lo que la audiencia percibe y manifiesta al mismo tiempo. Al hacerlo, ocasionalmente apunta la mira al techo, (¿reflexivo?) buscando dar con las palabras precisas ante un “tema profundo de verdad”.

“Para mí hacer música, sí, consiste en salir a tocar, pero finalmente se trata de expresarse, algo muy profundo, difícil de explicar. Es decir, a mí me hace sentir bien dar a conocer cómo me siento en determinado momento. Digo esto porque mucha gente me dice que la música de Interpol es oscura y triste, dramática; pero cuando yo la toco me siento bien de verdad, me siento mejor. Algunos hallan nuestras canciones trágicas; para mí no lo son. Y claro, me afecta este temario, pero de buena manera. Porque si te asomas a lo que hay detrás de nuestras composiciones descubres la belleza que vive en ellas. Para mí los conciertos más especiales son aquellos de los cuales no puedo recordar prácticamente nada, esos donde la cabeza no funciona tan bien y todo lo abarcan las canciones, la música. Y en ello está incluida la audiencia”.

Sin embargo, esa melancolía alcanza otro matiz en The other side of make-believe (Matador, 2022), una obra parida en las montañas de Catskills, donde la banda rentó una casa para de ahí mudarse a Londres, el lugar en el que trabajaría por primera vez con el genio de Flood, quien contaría con el auxilio de Alan Moulder. En el resultado fue primordial el toque que Daniel aportó con el piano (cuenta que se acercó al instrumento durante la pandemia), teclas que empujan y fortalecen un cancionero donde sorprende lo dulce que la voz de Banks suena si se le compara con lo hecho previamente por el combo. Respecto a la sinergia que dicha dupla consiguió al lado de Fogarino durante las sesiones de grabación, Kessler sintetiza: “Colaboramos. Somos colegas haciendo música. Buscando la química adecuada. Nos movemos juntos. Pero no anticipamos nada, no estamos pensando hacer cada uno de estos movimientos premeditadamente, sólo suceden”.

De manera que la espontaneidad es fundamental para Interpol. Sin embargo, en el caso de Daniel su labor como guitarrista para The other side of make-believe alcanzó nuevos vuelos tomando en cuenta que “cada disco es una oportunidad de representar cómo te sientes en ese momento en especial y crear algo que no existía antes, pero siempre satisfaciéndote a ti mismo. Es complicado luchar en el estudio, pelear por tus ideas, pero de eso se trata”. Para el músico, vivir una metamorfosis donde su instrumento primordial gana espacio sin que esto signifique protagonismo, ha sido benéfico, según él mismo recalca. “Uno crece, tratando de hacerlo mejor, procurando articular efectivamente su mensaje. Ahora me siento capaz de decir: miren, esto es lo que siento y lo que tengo, y así me expreso. Es natural progresar de esa manera”.

Kessler suspira y echa el cuerpo hacia atrás, señal inequívoca de que la charla está por terminar. Preparando la despedida, anuncia su excitación por el concierto que está por ofrecer en la apodado Domo de Cobre. Ciertamente añora la sensación tras el encierro, aunque cuenta extrañar más “relacionarme con otras personas con la música como medio. Los seres humanos somos animales reaccionando ante la belleza, la cual nos hace perder el aliento. Grandes cosas se sienten al tocar en vivo, tanto para los músicos como para la audiencia. Alegría, agradecimiento. Esa conexión, esa emoción que se comparte, el gozo mutuo”, explica antes de ponerse de pie.

Falta poco para que el guitarrista acabe con sus compromisos ante la prensa. Una labor que disfruta, pues su sueño era grabar un disco, sólo uno. “Aunque para lograrlo pasó algún tiempo. Al principio nos regresaron nuestros dos primeros demos, y mira, en uno de ellos venía nuestro primer sencillo, ‘PDA’”, comenta risueño. Para Dessler hallarse así, a punto de congregar a miles con su guitarra como escudo, no es más que el resultado de “ser persistente. Estar veinte años después hablando de ello me hace sentir muy especial”. Y así, sabiéndose único, es fácil imaginarlo perdido por las calles de la CDMX, extraviado en la multitud. Él, responsable de rasguear el acero, soltando himnos que, ya lo dijo, no son precisamente melancólicos, sino reflexivos. Ideales para andar con las manos en los bolsillos y la mente a la altura de los rascacielos.  

Alejandro González Castillo

Alejandro González Castillo

Periodista, y escritor también (porque parece que no es lo mismo). Cruza párrafos con compases. Le gustan las olas, leer y chelear chachareando; además de escuchar discos dejando salir el humo por los ojos.

Auditorio BB