Opinión

Todos somos Beavies-#PanDeOpio

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Ambulante 2024

Francia fue escenario de un episodio más de fanatismo, la decapitación de un profesor llamado Samuel Paty, por mostrar unas caricaturas de Mahoma a sus alumnos.

Cómo un dibujo puede llegar a ofender hasta provocar una fatua está en la senda de penalizar el piropo, mejor dicho, al revés, tenemos en las legislaciones teocráticas que promulgan fatuas, el ejemplo perfecto de hacia dónde nos lleva la obsesión porque nadie se sienta ofendido. La ofensa es un veneno que todo lo destruye. Pero ya dice el refranero “no ofende quien quiere sino quien puede”.

En pocos medios se ha expuesto el dibujo de la francesa Corinne Rey que causó semejante reacción. Mirado con detenimiento, lo cual tampoco es muy necesario para captar su sutil mensaje, por quien sea usuario de pornografía o cómics, punk, lector de Sade, oyente de Cramps o Plack Blague, simpatizante helénico (¡a autoexplorarse chavos!), ateo, aficionado a la burla, lector de Bukowski o Batellier… pues la cosa no es para tanto.

Tan solo algo de dosis soez para humanizar a todo aquellos que en defensa de un ideal superior y estricto encarcelan, censuran y matan a los irreverentes. Para, dicho claramente, recordarles que todos tenemos un culo y que ninguno vale más que otro.

Pero claro, para religiosos de todo credo, revisionistas de género, tira estatuas, besa banderas, censores de símbolos, ‘ofendibles’ en general; estas cosas exceden todo límite del respeto, más aun, blasfeman.

Que te corten la cabeza por enseñar un culo no deja de ser una banal y sangrienta boutade.

Cuántas guerras, genocidios dictaduras, movimientos terroristas, migraciones forzosas, en la historia del hombre, se han hecho en nombre de la burla, del descreimiento, de la falta de fé, de la duda, de reírse de uno mismo, del humor y la parodia. Ninguna registrada.

Pasado el estupor inicial, la postura rotunda del presidente de Francia, Macron, en defensa de lo sucedido en aquella aula el día que Samuel Paty mostró los dibujos a sus alumnos, “no renunciaremos a caricaturas ni a las ilustraciones”, dijo el premier, ha desatado una ola de indignación entre líderes religiosos y políticos.

El presidente turco Erdogan, todo un must de la geopolítica en estos días, y el de Pakistán, muy en timing con Ankara, han mostrado su molestia con Macron.

Lo que encoleriza estos líderes es la no condena de los dichosos dibujos, que por ahí siga pululando el trasero de Mahoma,.

Erdogan dijo que Macron necesitaba “tratamiento mental” mientras el primer ministro de Pakistán avisó de la polarización.

Curiosamente Turquía y Pakistán apoyan juntos a Azerbaiyán en el conflicto del Alto Karabaj y a una facción en el de Libia. Los dos países en una reunión bilateral, el pasado mes de febrero, marcaron una agenda contra la islamofobia. Visto lo que sucede en los dos guerras antes mencionadas, parece que esa agenda incluye una activa política bélica. Turquía y Pakistán, que estudian compartir ciudadanía a pesar de la distancia geográfica, comparten con Azerbaiyán sus lenguas túrquicas.

Irán, Jordania y Kuwait agitan el boicot contra los productos franceses en Oriente Medio. 400 agencias de viajes kuwaitís han anulado todas las reservas de las próximas semanas a Francia.

Esta fijación por lo simbólico, está caza de brujas de lo que ofende y denigra no solo se realiza con fondos públicos en países árabes. En España el ministerio de igualdad a través del Instituto de la Mujer ha lanzado un detallista estudio sobre el sexista lenguaje corporal de los catálogos de juguetes. El estudio resalta que el análisis de las posturas en los anuncios de los catálogos presenta habitualmente papeles más pasivos a las niñas y con mayor actividad y dinamismo para los niños. Las niñas son retratadas en más ocasiones sentadas en el suelo y esto lleva a entender “un gesto de sumisión” por parte de los especialistas que hicieron el informe.

Preguntémonos si la postura de estar sentado es sumisión o quizás es jugar el rol central alrededor del cual sucede la escena, como en el cine del japonés Yasujiro Ozu, que filmaba “todos los espacios interiores y objetos japoneses -como el nicho de imágenes tokonoma, el arreglo floral ikebana, y el conjunto de estantes escalonados del tokonoma- construidos para ajustarse a la perspectiva de una persona que está sentada en el suelo. La mirada de una persona que está sentada es, por así decirlo, uno de los estándares de la cultura japonesa”. Así describió el cine de Ozu el antropólogo japonés Michitaro Tada.

De hecho para algunas disciplinas niponas el estar sentado es una acción en sí. Como el saize budista ¿No será un gesto de etnocentrismo cultural occidental esta difamación del acto de sentarse en el suelo?

Seguro habrá quien acabe por ofenderse al ver que se censura estar en el piso, papás y mamás, de los que avanzan una vez a la semana en su conocimiento de la cultura oriental y la postura de loto. Ofenderse es una cuestión de tiempo y perspectiva.

Algunos pensarán que podemos estar tranquilos, pues parece lejano el fanatismo religioso del revisionismo de género, que no existe una dinámica crítica en la sociedad árabe que sí hay en la occidental.

El libro La fábrica de cretinos digitales del neurocientífico Michel Desmurget, director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia, describe con datos cómo los dispositivos digitales están afectando gravemente, y para mal, al desarrollo neuronal de niños y jóvenes. Hasta el punto que los “nativos digitales” son “los primeros niños con un coeficiente intelectual más bajo que sus padres” según dice a la BBC el autor del libro.

Al tiempo y en relación con lo anterior, un estudio publicado el pasado septiembre en la revista Neuroscience of Consciousness, apuntaba que la conciencia, el fenómeno más desarrollado de la actividad nerviosa del organismo, no está en el cerebro, sino más bien en el campo electromagnético de este órgano. La conciencia, explica el artículo, consiste en la energía electromagnética que surge como resultado de las señales eléctricas que comparten las neuronas, las cuales,  demuestra el trabajo de Desmurget, están en declive.  Si esto es así tenemos una sociedad que va camino a ser inconsciente, carente de crítica. Un peligro cuando la censura de posibles ofensas es el motor de las relaciones sociales, alentada desde los entidades públicas, y cada vez más también desde las privadas, que viven con el corazón en un puño por ser aparentemente respetuosas con la pacha mamá, el united colors, el too me too y todo aquel que asome a un escaparate.

Siempre habrá ofensas en forma de frases, fotos, caricaturas, opiniones o canciones, y cuanto más ambiciosos en la rectitud seamos, más nos acercaremos a ellas.

Probablemente lo más sensato que podemos hacer es aprender a ser ofendidos sin llevarnos las manos a la cabeza, o querer arrancársela a nadie.

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