Música

Alex Otaola: La guitarra de Mandelbrot – Fractales II (Lado A)

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Ambulante 2024

Es fractal el sonido como experiencia cosmoscitiva. La captación o asunción de un estado elevado, al que se llega de manera fragmentada, como un puzzle de sonidos que juntos forman un Aleph. Alefato sonoro que consonante tras consonante, nota tras nota, sampler tras sampler eleva el alma.

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El escucha, pues, conoce únicamente ese momento en que su alma es “sacada a la fuerza” de su sueño, al punto de exceder la tenacidad en lo poético que hay en la articulación de sonidos que regresan al hombre a su condición primera, magdalena de Proust hacia la naturaleza humana. Esta pieza es un estado fractal del hombre uniéndose al universo y la guitarra convirtiéndose en cuenco tibetano donde el riff dura una eternidad, perdurará más que lo que dura el track (20′:37”), el tiempo suficiente para contraer la voluntad del escucha, llevarlo hasta el límite del arrebato y multiplicarse indeterminadamente a través de sonidos que forman espectros de una complejidad y belleza inigualable.

Las nubes no son esferas, las montañas no son conos, las costas no son circulares, la corteza de los árboles no son lisas, los relámpagos no viajan en línea recta…, y la guitarra de Alex Otaola es un clúster de galaxias.

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Pero Alex Otaola conoce íntimamente en este proyecto dos tiempos y fracturas, momentos en su experiencia creadora. El primer fractal, en que procura y descubre la secuencia, la palabra, el sampler exacto, como lo es el poema interactivo ‘Hielo’ de José María Arreola, fiel a la convicción que quiere expresar, y el segundo, en que esa búsqueda se convierte en la revelación de su propio ser, por medio de cameos –transmutaciones– de Aaron Flores, Abigail Vásquez, Alfonso André, Alonso Arreola, Brian Allen, Carlos Avilez, Carlos Orozco, Christian Jiménez, Federico Sánchez, Gustavo Mandayapa, Israel Torres Araiza, Javier Lara y Natalia Pérez Turner; en el primero, prevalece una inteligencia ordenadora entre la palabra y el  ritmo, como un verdadero poeta, en el segundo, un sentimiento de unión y contemplación –como los Conjuntos de Mandelbrot–.

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El poeta intérprete acaba por verse a sí mismo no como ejecutante sino como un contemplador del todo. El guitarrista se centra sobre el fondo de su instrumento –realidad musical–, ello implica un acto de reverencia y de catarsis interior para aceptar por fin el silencio, el silencio del poeta, el silencio del músico. Este silencio es una forma de integración espiritual de la vida en la obra. Del hombre a lo fractal.

Imágenes vía Facebook.

Staff

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