Música

Montoya: paraíso digital, oasis imaginario

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Montoya Otun Pedrina nuevo álbum
Ambulante 2024

Cada vez que ZZK Records edita un nuevo álbum tengo la certeza de que entraré a una realidad alterna, a un universo musical paralelo y con sus propias reglas. Siempre brota música exuberante y elusiva para su clasificación, pero con un poder inmenso para provocar una experiencia sensible a través de combinaciones sonoras improbables y maravillosas. Y la nueva joya global que han puesto a girar no es la excepción.

Montoya tiene detrás una historia de grandes distancias geográficas. Aproximadamente unos 9500 kilómetros separan a Colombia de Italia. Este músico creció en el país sudamericano, pero desde hace unos años reside en Italia; desde muy joven palpó el carácter viajero de los artistas, ya que se formó como violinista clásico y en ese campo tuvo oportunidad de viajar a lugares tan dispares como La Habana y Viena.  Ya entonces tenía la certeza de que su obra tendría que ser multicultural y abrevar de distintas disciplinas.

En el centro de este texto debe estar Otun, el espléndido disco de un ciudadano del mundo, pero lo que ahora hace no se entendería sin mencionar antes que al trasladarse a la ciudad de Treviso encontró la posibilidad de insertarse en un centro cultural para experimentar con las artes plásticas, fotografía, diseño y, especialmente, con el cine. Vamos, que se trata de un tipo que decidió nutrirse en forma de muchos referentes y posteriormente ocuparse de concebir su propia música.

Y tampoco se trata de un novato, porque detrás tiene suyo el álbum Iwa (2015) y el Ep Lux (2016), pero es con la llegada de este álbum donde muestra todas sus capacidades y la versión final de su propuesta. Montoya deseaba abrazar sin prejuicios a la música latina entera, reunirla con electrónica uptempo y aprovechar también sus habilidades de ejecutante. Luego entonces, en Otun no dio margen a contemplaciones. El primer corte –“Perla”- es el portal de entrada hacia una dimensión rodeada por naturaleza, sonidos folklóricos procesados y un vértigo muy sofisticado, que se completa por la presencia de una voz femenina. El culmen de esta incursión lo proporciona la marimba.

“Perla” nos transporta y de verdad nos sentimos en un paraíso digital, en un oasis imaginario, aunque hay que mencionar que detrás de toda la obra hay una evocación a un lugar real; el título mismo es una evocación de El Santuario de Fauna y Flora Otún Quimbaya, que se encuentra ubicado en la Cordillera Central en la Región Andina de los Andes en Colombia.


Dicho paraje es representativo de la selva húmeda y tiene una hermosa laguna que da origen al río del mismo nombre. Esta zona está pegada a otro parque natural –Los nevados- y en ambos suele haber mucha neblina por lo que tienen un halo enigmático y misterioso. Algo que de alguna manera permea en 11 tracks de Otun, pero especialmente en la pieza que le da nombre y en la que está acompañado por la voz volcánica de Nidia Góngora, una figura parce del afrobeat y el folklore.

“Otun” –la canción- se centra en los rezos católicos que se dan en los rosarios; se trata de todo un ritual de sincretismo músico-cultural que nos recuerda que las tradiciones religiosas occidentales también se interesan por el trance y no sólo las que proceden de África o Medio Oriente.  Tanto la pieza como el video reflejan tal sincretismo pues se remontan a un velorio y un entierro, a una larga noche de cantos ancestrales, percusión africana y danzas frenéticas, a las que se denomina Lumbalú; se trata pues de un cortejo fúnebre de origen africano, en el que: “Cada día el espíritu del fallecido vuelve a su casa para despedirse de sus seres queridos, allí la comunidad lo espera para acompañarlo en su pasaje al otro mundo. Dentro de la casa las mujeres y los hombres esperan pacientemente, mientras rezan y bailan por el alma del difunto”. Algo muy parecido a lo que ocurre en México durante las celebraciones de Todos Santos.

Cierto es que en Otun encontramos una clara influencia de Nicola Cruz (incluso hizo un remix de “Cumbia del olvido”), pero también de otros artistas más sureños como Chancha Vía Circuito y King Coya. Tampoco podemos dejar de lado los vínculos con los ecuatorianos de Mateo Kingman y EVHA (también inspirados por los Andes). Todos ellos entrecruzando electrónica con elementos folklóricos extraídos de sus respectivos pueblos. Hay toda una corriente bien identificable entre estos exploradores, aunque cada uno tenga sus peculiaridades y vaya variando ritmos e intensidades.


En el caso de Jhon Montoya sorprende una faceta en la que asimila algo del pop contemporáneo; en “Sólo quiero” –uno de los sencillos- aparece llevando la línea vocal Pedrina, una figura colombiana de proyección internacional que conduce una canción de impacto inmediato y que puede conectar con un público mucho más grande. Por una parte, nos muestra la versatilidad del proyecto, y por otra, presume de una decisión inteligente para ampliar sus escuchas.

De cualquier modo, temas como “La pastora” y “Tatacoa” poseen una magia muy propia mientras transcurren a velocidades propias del dancefloor. El músico explica su trabajo a partir de un símil con la cocina contemporánea: “Me encanta como ciertos chefs hacen combinaciones que te hacen pensar ‘¿estás loco?’ Me gusta imaginar que soy chef, eligiendo sus ingredientes– en mi caso, las voces indígenas, el techno, e IDM – y tratando de combinarlos, creando un proceso que me permite llegar al resultado final, representado por lo que sale de esto”.

Es así que a una base electrónica –del house al techno- agrega elementos de champeta, cumbia y hasta una salsa evolucionada y abstracta; aquí no hay límites ni barreras. Montoya disfruta la experiencia de una vida globalizada y sabe que con ello puede crear cosas sorprendentes y que sinteticen su condición existencial: “Quiero alimentarme con todas estas emociones, componer y volcar en la música todo lo que he vivido”.

 

Staff

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