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‘El triángulo de la tristeza’: Foucault vs. Chomsky

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‘El triángulo de la tristeza’: Foucault vs. Chomsky
Ambulante 2024

Fue en el año de 1971 que, gracias a los esfuerzos de la televisión holandesa, el mundo atestiguó el que muy probablemente fue el debate filosófico más importante del Siglo XX. Los protagonistas de este “agarrón” existencial fueron Michel Foucault y Noam Chomsky, par de figuras que, a pesar de aún no haberse forjado ese reconocimiento global que los caracterizaría en los años venideros, ya refulgían como dos de las mentes más importantes de la filosofía moderna.

TXT:: José Antonio Quintanar

El resultado de este encuentro fue una compleja reflexión acerca de la misma esencia de la naturaleza humana. Tópico que sería ampliado bajos distintos contextos y tesis hasta culminar en una disección del propio concepto de la revolución. Es en esta encrucijada en la que salen a relucir algunas de las diferencias más ásperas entre Chomsky y Foucault, siendo este primero un férreo defensor de la lucha obrera, definiendo a ésta como una rebelión “legítima” que pretende instaurar un régimen de carácter “justo”; mientras que el autor de Vigilar y castigar, enmarcado en un escepticismo vinculado en buena medida a la tradición nihilista, destaca que la rebelión obrera no es más que una subversión de los poderes a los que los tiranos burgueses recurren en su intento de privatizar el poder.

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En resumen, para Foucault la revolución obrera no sería más que otra forma de tiranía, ya que invariablemente ésta apoyaría su existencia en las redes de poder que son consustanciales a toda forma de dominación; por lo tanto, esta nueva organización política y social también se vería contaminada por vicios y crímenes que son consustanciales a la propia subjetividad humana. El triángulo de la tristeza, la nueva cinta de Ruben Östlund, retoma este conflicto para representarlo en clave ultra-satírica. En ese sentido, no existe nada sagrado para la cinta; su humor de manufactura afilada no respeta ninguno de los dogmas que forman parte de cualquier modelo de sensibilidad colectivizante.

Se trata de una producción que se burla de todo y todos, destacando en buena medida la frivolidad tremendamente ingenua sobre la que descansa el imaginario colectivo de las clases acomodadas, pero también el servilismo bajo el que constantemente se tiene narcotizada a las clases populares para que el sistema de lo “absurdo” pueda volverse norma. Es en este punto en el que la cinta encuentra su punto metarreflexivo más álgido: en primera instancia se nos muestra la puesta en escena (marcada por los lujos y el consumo), mientras que la cámara también se escabulle tras bambalinas para sacar a relucir los mecanismos y dinámicas que ocurren tras la fachada del mundo de las apariencias para que el ilusionismo aspiracional pueda existir.

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Por supuesto, este régimen perceptivo (y aquí las posturas de Foucault son vitales) no se trata sino de una lectura parcial de la realidad, esculpida por los discursos que se entrecruzan entre esa dialéctica que persiste entre el poder y el saber para hacer de la realidad una interpretación subjetiva. Es por ello que esta estructura colectiva que moldea nuestra sensibilidad y nuestro sentido tiende a desplomarse en cuanto los contextos y circunstancias materiales que la sostienen se transforman.

El triángulo de la tristeza podría concebirse como una crítica enfocada de forma exclusiva al capitalismo actual de no ser porque la dialéctica reflexiva de su discurso va más allá para expandirse hacia discusiones mucho más esenciales que recuerdan al debate Chomsky vs. Foucault en la medida en que abordan la propia complejidad de la naturaleza humana, esa serie de aristas y recovecos que nos convierten en seres perpetuamente múltiples y laberínticos, y no en esos autómatas unidimensionales y reduccionistas que a los escritores de Marvel les gustaría que fuéramos.

La verdadera crítica de la cinta tiene que ver con el poder en general, con ese coaccionar que instrumentaliza las relaciones humanas, delegando roles e identidades que responden a una determinada estructura perceptiva que no es más que la escafandra a través de la cual los seres humanos fiscalizamos nuestra entorno para someterlo a nuestro servicio. Ruben Östlund parece decirnos que toda forma de relación basada en el poder está condenada a la verticalidad, a la alienación, a la corruptibilidad; misma tesis que, lejos de antojarse pesimista, más bien parece invitarnos a la emancipación absoluta, a ésa que busca la desaparición del poder y no simplemente un cambio de régimen.

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