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David Bowie: los vampiros en Nueva York

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David Bowie: los vampiros en Nueva York
Ambulante 2024

TXT: Toño Quintanar

1982, durante el rodaje de The Hunger

El puente George Washington luce fantasmal esta noche. Una ligera neblina se levanta de su superficie acuosa para sugerir los contornos de alguna clase de anatomía espectral: huesos intangibles que le prestan forma a la vacuidad.

Una vez más, como ha ocurrido durante toda la semana, un individuo de figura desgarbada y andrógina se posa plácidamente en la orilla del barandal para inaugurar una serenata a capela.

Su voz de satín se raspa magníficamente en medio de una desenfada interpretación de “Like a Rolling Stone”. Le encanta Bob Dylan.

El nombre terrenal de este personaje es David Robert Jones; sin embargo, ya ha pasado mucho tiempo desde que dejó de ostentar dicho título. El mundo y las constelaciones lo conocen ahora como el mesiánico David Bowie.

Es una medida un tanto drástica la de desgañitarse en aquel desolado espacio; sin embargo, no se le ocurre una mejor idea para apropiarse de esa voz de viejo que le exige su papel en The Hunger.

Su personaje es el de un vampiro quien envejece prematuramente, una especie de Dorian Gray invertido. Por lo tanto, en su caracterización como anciano, es de vital importancia contar con una voz quebrada que le permita carraspear convincentemente.

Fue sensacional que Tony Scott incluyera al grupo Bauhaus en la introducción de la cinta. El director es listo. Comprende que algo está pasando en los círculos subterráneos, una suerte de hechicería que anuncia un nuevo porvenir para las almas extraviadas.

“Bela Lugosi’s Dead” es el himno perfecto para dicho contexto. El sensual canto de batalla de aquellos quienes se desentienden de las normalidades de una sociedad paternalista cuyos preceptos se quedan cortos frente al amanecer de una época inédita.

Mientras canta el estribillo de “Heroes”, el músico se permite preguntarse qué habrá significado el beso clandestino que se dio con la actriz Susan Sarandon aquella tarde en el set. ¿El inicio de una aventura? ¿Algún simple capricho por parte de los esbirros invisibles del erotismo?

Una sensación indómita se enciende, como destello de cigarro, en la mente de Bowie. Una súbita noción: la certeza de que el puente George Washington es un observatorio desde el cual puede obtenerse una visión panorámica de la creación.

Conforme David camina de regreso al hotel, sus silbidos se van perdiendo en la noche, ascendiendo con la brisa para nunca volver.

 

Auditorio BB