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Daniel Melero: El pionero electropop y su autobiografía

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Mario Daniel Melero podría asumirse como un músico que nació pensador, un hombre con radares dirigidos al espacio exterior que supo entender que las intenciones ocultas desperdigadas, las múltiples capas de sentido, como él mismo les llamó alguna vez, conforman algo denominado “buen rock”. Es decir, una música elegante y perspicaz, de filigrana pop. Saber que el argentino ha escrito una autobiografía emociona. Su título: Incierto y sinuoso.  

Nació en el barrio de Flores, Buenos Aires, Argentina. Se hizo escuchando a The Beatles, Tangerine Dream, Kartwerk y Devo, por citar unos nombres. Buscaría pronto, ayudado de máquinas de cinta, imitar las andadas de Brian Eno y John Cage para luego convertirse en pionero respecto al uso de máquinas al servicio de la música pop. De militar en Los Encargados a susurrarle consejos a Gustavo Cerati mientras éste comandaba Soda Stereo, para luego volverse su compinche autoral, empujar a Babasonicos a la fama y fundar el sello Catálogo Incierto hay bastante vida. Había que escribir al respecto.   

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Daniel Melero, Mariano Vespa / Incierto y sinuoso / Caja Negra Editora, 2024

“Este no es un libro de memorias”, advierte sin embargo Mariano Vespa, quien comparte créditos en la tapa de Incierto y sinuoso (Caja Negra Editora, 2024) con el de “Habitantes”. Y continúa en la nota introductoria de la obra: “Es un (no)conjunto de sonoridades discontinuas que orbitan a partir de la trayectoria artística de Daniel Melero. Simula ser la autobiografía clásica de un músico con casi cinco décadas de recorrido, pero cifra una trampa: ¿de quién es la primera persona que narra? El enigma circunvala la etimología del verbo citar: poner en movimiento, convocar”. Así es como el texto “viaja por los carriles de la cita y del encuentro”.

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Daniel Melero y su mameluco verde militar de la tienda Ombú, de uniformes de trabajo

Vespa asiente al relatar que el libro significa “la conjunción de un sinfín de voces, muchas de ellas fantasmas, que contribuyen a que la memoria no se desfragmente por completo, conjunción también de archivos amarillentos que no existen siquiera en  internet, y del análisis de una obra sostenida por los caprichos de una ética de la acción”. De esta manera, Melero y sus fantasmasnos cuentan una vida, una historia asombrosamente lúcida. Leyendo, uno se pregunta por qué un artista de tal estatura no ha influido a un número grueso de artistas iberoamericanos. De pronto el bonaerense responde, diciendo que, en un punto temprano de su vida, consiguió verse a sí mismo como un sujeto que en lugar de acumular conocimientos poseía experiencia, cosa que le hizo sentir “ligeramente disfuncional”. Eso sí, desde bien joven estaba listo para la acción, como podemos leer a continuación:

“Un día, llegando a la casa de un amigo que vive en el Hogar Obrero de la calle Jonte, siento olor a porro desde afuera. Toco timbre y me atiende un  tipo delicadísimo. –Con ese aroma, encantado de conocerte –le digo. Es Hugo Foigelman. Adentro están todos desparramados al tun tun, entre volutas de marihuana. Se escucha de fondo que alguien canta una oda a esa traza olfativa: Vamos vamos chica-chico, a quemar otro porrito. Vamos vamos los viejitos, circulando esos porritos. Foigelman es capaz de entender la vanguardia, le muestro 77 de los Talking Heads y lo comprende cabalmente. –Esta gente sabe mucho de música –me dice–. Y de la contemporánea”. En esa misma reunión, relatada por el propio Daniel en su libro, estaba también Diego Tuñón. Un ente subterráneo en estado larvario se sacudía.

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Interesante llegar al punto en que Melero se encuentra con Richard Coleman, tras leer un anuncio del segundo publicado en Expreso: Busco tecladista equipado que se cope en hacer algo tipo techno (Ultravox!, Bowie, etc.). Llámame que mejor es hablarlo. TE: 70-355748. Coleman lazó allí una botella al mar, ciertamente. “Tenemos una relación telefónica de varios meses. Vivimos en puntas  opuestas de la ciudad y yo tengo poco tiempo porque debo cuidar a mi madre. Poco después se forma una especie de circuito entre Flores y Núñez, donde vive él, y, de algún modo, es el embrión de las primeras bandas de Richard, Siam y Metrópoli. Con Siam voy por primera  vez a un estudio profesional, en 1980, a grabar un demo”.

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De izq a der: Hugo Foigelman, Daniel Melero y Alejandro Fiori

Le Chevalet era un restaurante de comida francesa, un sitio diminuto, “el germen casi microscópico de una escena”, admite Daniel, recalcando que ahí “el público del punk se divide entre  los que hacen pogo y sienten la música de modo más físico y aquellos  que, en la parte de atrás, se visten con pilotines largos y miran todo de una manera más intelectual o existencial”. Melero, sí, pertenece al segundo bloque. Cierto día de 1982, atestiguando el concierto Los Violadores en el Teatro del Centro, mientras el ejército argentino ocupa las Islas Malvinas, su madre sufre un infarto. “Un barco hundió a mi madre”, pensó entonces el hijo. Bajo tales condiciones, apenas sabiendo ubicar dónde está La en su teclado, rasguñando como gato su guitarra, pulsando intuitivamente su caja de ritmos, un muy sensible Daniel le da forma a “Trátame suavemente”. Un episodio exquisito:

“Con mi madre internada y mi papá acompañando su convalecencia en el hospital, me quedo a cuidar la casa de mis padres. Mientras miro la diatriba de Leopoldo Galtieri en el televisor, escribo la letra de ‘Trátame suavemente’ sobre una hoja rasgada del diario La Prensa: con marcador azul y letras muy grandes, entre las noticias de la guerra de Malvinas. Me intrigan por demás los discursos de los militares, sus yeites retóricos, incluso el modo en que modulan la voz. En medio de la borrachera de Galtieri y su uniforme, entreveo un componente homosensible reprimido, algo que en la composición se une a una declaración hacia una novia de barrio. Mientras los milicos reparten stickers que dicen El silencio es salud, toda mi mente fumona se conjuga en esa cumbre romántica”.

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De izq a der: Luis Bonatto, Daniel Melero y Mario Siperman presentándose en el B.A. Rock.

Distante de una herramientas como el midi, para ese momento el artista consideraba a Los Encargados como una banda que hacía música cibernética, que simulaba ser una máquina, pero que en realidad ejecutaba instrumentos clásicos. Dentro de este marco, el argentino vislumbra un campo de acción. “Si bien todo el tiempo circula información referida a los cambios tecnológicos, también existe una resistencia. No solo de parte del rock & roll más ortodoxo, sino también de mucha gente joven atrapada en la telaraña del peor rock sinfónico. Mientras todos están preocupados por los discos conceptuales y las grandes estructuras, yo pienso en canciones. Un concepto que, además de punk, es muy pop. La experimentación está puesta al servicio de la música pop. La idea de tocar con máquinas no es un dogma”.

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De izq a der: Hugo Foigelman, Alejandro Fiori y Daniel Melero

A un paso de irrumpir en el mainstream, tras saber los casos de fracaso de actos como Devo o Virus en festivales rockeros, antes de que Los Encargados fuesen abucheados en el Festival B.A. Rock, Melero fue contundente con la prensa: “Quiero apartarme del mundo del rock. Quisiera que  tuviéramos más identidad. No me interesa pertenecer a ningún movimiento […] Sería bueno que la gente perdiera algunos temores y algunos prejuicios. Pero fundamentalmente hago lo que hago porque me  encanta. Tocar con máquinas es la actitud más rockera que podemos tener, es moverse por los rieles de lo inaudito”. El tiempo, así de serpenteante y vago, iba a terminar dándole la razón al argentino. Leer Incierto y sinuoso es confirmarlo de manera sólida, y más acompañando el acto con la escucha de una obra musical perspicaz y elegante. Pop.

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Flyer de Los encargados en el Café Einstein, 1983

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Alejandro González Castillo

Alejandro González Castillo

Periodista, y escritor también (porque parece que no es lo mismo). Cruza párrafos con compases. Le gustan las olas, leer y chelear chachareando; además de escuchar discos dejando salir el humo por los ojos.

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