Lo amas o lo odias. Lo que hace el español Lucas Vidau como Confeti de odio es una de esas propuestas excesivas, melosas, sobre dramáticas, pero muy pintorescas y harto sinceras, y así lo demuestra en Hijos del divorcio, un segundo álbum lleno de canciones que muchos pueden convertir en una almohada de llanto y otros soltar carcajadas estentóreas al escucharlas.
TXT:: Juan Carlos Hidalgo
Desde el título nos anuncia que se trata de un retrato generacional que se regodea en todo lo que nos trauma la familia, es por ello que arranca con un primer corte raro y kitsch llamado “El coro de los hijos del divorcio”, que pronto nos sumerge en este recargado entorno entre familiar y personal.
En estas 12 canciones lo que las hace atrapar nuestra atención son las letras… que son confesiones y atascadas de aseveraciones con mucho tino que nos hacen pensar en aquella frase: “De los parientes y el sol… mientras más lejos, mejor”. Y es que en canciones como “Llamamiento”, “Solo y sin ganas”, “ángel triste” y “El malo final” hay todo un desfile de extravíos, truenes, tristeza, soledad y cierta cursilería muy natural.
Los hijos del divorcio (Sonido Muchacho, 2022), musicalmente, se basa en el indie pop y puede utilizar incluso Autotune; es como si un sobrino centennial de Miranda se pusiera a componer sacando las letras de su diario registrado en su teléfono celular. “Sálvense quien quiera” es casi un manual.
Por aquí pasan Robert Smith, los años ochenta, Nirvana, algodón de azúcar, muchos sufridero y un barroquismo divertido. Confeti de odio nos hace sentir que gente como Sen Senra, Guitarrica Delafuente y Carlos Sadness hacen arte conceptual comparado con este divertimento de afiliación emo. Es como un hijo traumado y mejor letrista que Los Hombres G.
Puede que resulte demasiado dulce y chirriante, pero de que tiene su atractivo, lo tiene. ¡Emos del mundo, júntense y canten tomados de la mano!
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