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Bad Bunny y la generación que acampó en una fila virtual

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Bad Bunny y la generación que acampó en una fila virtual
Ambulante 2024

En febrero de 2006, U2 vino a México con su Vertigo Tour. Los irlandeses ofrecieron dos conciertos en el mismo Estadio Azteca al que Bad Bunny traerá el World’s Hottest Tour en diciembre de este año. La semana pasada se desató una euforia similar por comprar boletos para el boricua a la que se vivió hace 16 años por culpa de Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton. La diferencia es que en el presente la batalla se libró en una arena virtual.

TXT:: Arturo J. Flores

A mediados de los dos mil escribía en la sección de entretenimiento de un periódico. Uno impreso en papel, believe or not. Un día antes de que salieran a la venta los boletos para U2, los editores reunieron a los reporteros para delinear la estrategia de cobertura. No existía entonces la posibilidad de comprar nada por Internet. Por teléfono sí, pero las líneas de Ticketmaster permanecían saturadas en situaciones así. 

Parece que hablo del medievo. Hay fans de Bad Bunny que por su edad nunca han hojeado un periódico impreso en papel o hecho una llamada por teléfono. En cambio, enfrentan la ansiedad de tener a más de 280,000 personas formadas delante en una fila virtual. Tres veces las que caben en el Estadio Azteca. Personas cibernéticas que no tienen rostro ni huelen a nada. Con las que no se puede charlar para hacer más llevadera la espera mientras se te entumen las piernas por pasar tanto tiempo de pie.

Las filas para comprar boletos para conciertos solían ser parte del ritual. 

 

¿Un Ticketmaster de carne y hueso?

Recuerdo que cuando los reporteros de aquel periódico salimos del War Room con destino a las coberturas nos encontramos con estampas muy emotivas. Fans que habían acampado afuera de Perisur, el Estadio Azteca, el Palacio de los Deportes o la Zona Rosa. Porque en tiempos ancestrales las sucursales de Mix-Up o únicamente vendían discos, libros y películas (objetos todos de auténtica arqueología moderna), sino que tenían instalada en medio una sucursal en 4D de Ticketmaster.

Así como lo lees: había una persona de carne y hueso que te entregaba tus boletos en la mano. Y como en los OXXO’s del presente, exhibían una segunda caja que nunca tenía sistema.

Había quienes —como pasó esa vez con U2— se formaban desde una o dos noches antes, acampaban a las afueras de la tienda, compartían una torta de tamal oaxaqueño y se desvelaban cantando canciones con una guitarra acústica. Un amigo me contó en la interminable línea para comprar boletos de Radiohead a las afueras del Foro Sol, se instaló un cuarteto de cuerdas para interpretar versiones de la banda de Thom Yorke.

También se documentó en los medios la vez que Bono les mandó comprar pizzas a los fans que esperaron durante 48 horas para entrar al concierto, en busca del mejor lugar. Otro amigo me contó que una vez las filas para los conciertos en el Circo Volador serían para comprarse uno o dos six de cerveza y conocer personas. Parecían tiempos muertos que en realidad representaban vivos episodios de convivencia entre fans de la música. Hasta ligar se podía.

La épica batalla de los revendedores contra los fans

Esa vez del Estadio Azteca me tocó vivir una aventura singular con U2. Después de entrevistar a algunos fans, unos que se habían trasladado desde otros estados de la República con la esperanza de regresar con un boleto en las manos, los colegas de prensa y yo platicamos con el director de las taquillas.

Al final, dicté la nota por celular —porque si no queda claro, aún no existían los smartphones. Ya me iba a retirar cuando empezó la trifulca. Los revendedores sembrados a lo largo de la cola, comenzaron a adquirir localidades al por mayor. No se imponía entonces un límite de boletos por persona, como hoy en día, y de ahí se valían los protagonistas del mercado negro para comprar 10, 20, 30 o hasta 50 localidades de todas las áreas, que después venderían a precios increíbles en los días previos. 

Los fans formaron un frente y comenzaron a golpearlos y ellos repelieron la agresión. Un compañero me tomó una fotografía en la que aparezco trepado en una de las rejas del Azteca, en un intento por presenciar la batalla en su totalidad para poder complementar mi artículo. No es que añore los tiempos violentos, Quentin Tarantino dixit. Pero definitivamente me hace falta aquel periodismo musical de historias. Cuando había que salir a la calle, platicar con la gente y mancharse de tinta las manos.

Pienso en esto mientras recuerdo que una amiga, fotógrafa como aquel que capturó mi imagen en la que estoy encaramado en aquella malla ciclónica, el día en que salieron a la venta los boletos de Bad Bunny, se puso a tomar capturas de pantalla de la fila virtual para poder ilustrar una nota. Nos hemos acostumbrado tanto al cyberpunk que ya no recordamos lo palpable que el universo era hasta hace poco. 

Entre los ataques de un revendedor enfurecido y los ataques de ansiedad que te asaltan delante de una pantalla, me acordé de una canción de Bad Religion que a la letra dice: “Porque soy un chico digital del siglo XXI / No sé leer pero tengo muchos juguetes”.

Staff

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