Es probable que Val Kilmer soñara con ser director de cine. Esto se deduce gracias a que existen miles de cintas filmadas por él mismo con cámaras caseras, mismas que funcionan como columna vertebral para Val, película documental dirigida por Ting Poo y Leo Scott que recorre de principio a fin el paso del nacido en Los Ángeles; desde sus inicios en la prestigiada escuela de actuación de la academia Juilliard y su debut teatral, hasta su decadencia en la pantalla grande.
TXT:: Joel Rodríguez
La cinta es desgarradora desde el primer instante. Nos lleva a conocer la lucha de Kilmer contra un tumor cancerígeno que derivó en cirugía y quimioterapias; el hombre perdió casi totalmente su voz y hoy día se comunica a medias con el mundo, algo que ha tratado de superar con fe. Paralelamente, la obra pone en perspectiva la influencia de sus hermanos, especialmente la del menor, Weslley Kilmer, un niño que se reveló como impulso para el protagonista de Top secret! (su cinta debut de 1984, dirigida por Jim Abrahams y los hermanos Zucker); después de su trágica muerte, ni Kilmer ni el resto de su familia volverían a ser los mismos.
Pero en Val no todo es tono gris. Se muestra el desarrollo de la carrera de Kilmer y su ascenso como estrella debido a su enorme talento y entrega laboral, así como a su envidiable físico y carisma dentro y fuera de la pantalla. De tal forma, se retrata ese primer gran acercamiento a la fama gracias a su rol como “Iceman” en Top gun (Tony Scott, 1985), filme que, a la fecha, le sigue llevando a conferencias y eventos por todo el mundo. En otro momento glorioso, vemos al actor grabando sus propias cintas de audición para los directores con los que quería trabajar, esto debido -y en sus propias palabras- a la falta de buenos guiones, papeles y propuestas en Hollywood.
Así, es posible apreciar a Kilmer haciendo casting para Full metal jacket, 1987; y Goodfellas, 1990. En ambos casos sin éxito. Caso contrario a lo que conseguiría luego al desempeñar el papel de Jim Morrison en la película biográfica de The Doors (1991), dirigida por Oliver Stone, rol para el cual Kilmer se preparó durante más de un año, lo que le permitió a él mismo cantar las canciones de Jim Morrison, sin necesidad de limitarse a hacer mímica.
Otro aspecto importante del documental es que nos acerca de forma exponencial a la visión particular y general que se tiene sobre los actores como objetos de la industria, cuales fichas móviles que generan beneficios monetarios dentro de los estándares mediáticos. En el caso de Val Kilmer, más allá de esto, al momento de construirse y desarrollarse como histrión encontró sus mayores retos en Hamlet, la celebrada tragedia de William Shakespeare, y al trabajar con su actor favorito de todos los tiempos, Marlon Brando, en La isla del Dr. Moreau (John Frankenheimer, 1996).
El documental deja una sensación de boca semi amarga, pues todos sabemos que, al final, Kilmer tendrá que lidiar por el resto de su vida con el presente nada alentador que, paradójicamente, le ha heredado una carrera que fue brillante. Dada la condición actual del artista, todo se reduce a vivir del pasado.
