Jueves 25 de marzo de 2021. 19:13 hrs. Calor asfixiante. La jornada laboral está por terminar y estoy listo para ver a Julien Baker desde el Hutton Hotel. Subo el volumen de mis bocinas y me sirvo un besito de sotol acompañado de una naranja con sal. Estoy listo para clavarme en la textura de la de Tennessee cuando tocan a mi puerta. Corro a preguntar quién es, con el rostro quebrado. Es mi sobrina.
TXT:: Alejandro González Castillo
La invito a pasar. Es una casualidad magnífica que ella esté en casa. Cuando escuché por vez primera a Julien Baker le mandé un par de canciones vía celular y ambos coincidimos en que la de “Faith healer” apenas contenía su alma dentro del cuerpo. “Qué bueno que vienes, mira quién está, precisamente, ofreciendo un concierto”, le digo a mi sobrina, y la invito a usar mi asiento. Sólo se ha perdido dos canciones, así que callamos y escuchamos.
En la pantalla, la presentación tiene lugar de sobria forma. Los músicos que acompañan a Baker (Lexi Vega, Mary Ives, Tom Crouch, Zach Esposito y Noah McKeown) se desempeñan efectivamente; su labor es realzar las bondades de Julien; su voz, su guitarra (aunque ocasionalmente recurre al teclado). A mi sobrina le llama la atención especialmente la labor de Noah en los tambores; claro, después de ese feeling a punto de desbordarse que, hemos hablado, la de Little oblivions posee y que durante poco más de una hora nos presume.
Al acabar el concierto, mi invitada sorpresa y yo hablamos de sus maestros, del encierro, de la vida. Pienso en las cosas que cruzan por su cabeza, en que un cancionero como el de Baker podría ayudarla en una etapa así de difícil (cuenta con 18 años de edad). La acompaño a la puerta para despedirla y, al volver a mi sitio de trabajo, busco mi reflejo en la pantalla de la computadora. Mi cara quebrada.”I say my own name in the mirror…”.
Chupo la naranja, beso el sotol y tapo las teclas con el espejo negro. Por hoy ha sido suficiente.