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“Ya No Estoy Aquí”: cartografías del alma en un mundo fracturado

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Ambulante 2024

El cine de carácter etnográfico siempre destacará como uno de los géneros más arriesgados dentro del fenómeno fílmico. A pesar de que su finalidad es la de capturar de forma libre y emancipada la serie de rasgos antropológicos que revisten a un contexto histórico en particular, el peligro de caer en la exotización inconsciente del otro es una trampa la cual siempre se encuentra latente. “Ya no Estoy Aquí”, la más reciente producción de Fernando Frías, es un notable ejemplo con respecto a dichos contrastes.

TXT: José Antonio Quintanar

Por supuesto, es imposible no tomar en cuenta el estamento que representa el hecho de que Netflix haya optado por incluir a esta producción en su catálogo; mismo acontecimiento que levanta cierto halo de sospecha con respecto a las posturas generalmente “coloniales” de esta plataforma pero que, de forma paralela, también parece anunciar cierto halo revolucionario en el que las producciones de vena alternativa logran alcanzar una plataforma hiperglobalizada que permite a espectadores de todo el mundo ponerse en contacto con perspectivas novedosas.

No hace falta engañarnos al respecto, el cine de Fernando Frías siempre ha estado caracterizado por el encuentro -muchas veces romántico- entre individuos quienes proceden de contextos diametralmente opuestos, misma situación que generalmente propone una lectura un tanto ingenua con respecto a las barreras tanto cartográficas como mentales que muchas veces regulan las relaciones afectivas. Sin embargo, “Ya No Estoy Aquí” se destaca por ser una cinta la cual deja de lado cualquier concesión para explorar la dualidad antropológica en sus pulsiones más hirientes y abrumadoras.

A lo largo de esta cinta Frías se da a la tarea de trazar con mano firme las aristas de un contexto -el calderonista- que a pesar de su relativa cercanía, parece haber sido negado por un gran sector de la sociedad quien encuentra en dicho sexenio un trauma insostenible y vergonzoso que debe de ser sepultado de forma expedita.

Es ante esta imposición de la memoria que ‘Ya No Estoy Aquí’ propone un salto al pasado que no ocurre a partir de las capacidades omniscientes del dispositivo fílmico, sino mediante una perspectiva antropológica plenamente humanizada la cual captura la esencia mágico/espiritual de un movimiento cultural marcado por la marginalidad y la violencia de un contexto que avanza hacia nuevos e inusitados mecanismos de vejación.

Valiéndose de las posibilidades evocadoras y fantasmales del lenguaje poético, Frías le devuelve a todo un sector social su derecho a la visibilidad, misma modalidad que nos permite aprehender a un nivel afectivo la validez de los rituales cognitivos -la música y el baile como principales herramientas de liberación- de una juventud que se encuentra sufriendo una de las crisis más sórdidas jamás vívidas en las historia de nuestro país.

El tema principal de “Ya No Estoy Aquí” son las fronteras, aquellas distancias que nos separan del otro y que parecieran sugerir la existencia de dos mundos que transcurren paralelos e inalcanzables; misma situación que se ve referida mediante una notable cantidad de metáforas visuales, así como en una serie de desencuentros románticos que definen la esencia vivencial del relato.

Este ánimo de dualismo es precisamente uno de los aspectos más peliagudos de esta cinta, ya que muchos encontrarán en su carácter anticlimático una moraleja apesadumbrada con respecto a la propia incapacidad del personaje principal para superar los arraigos de un pasado que se antoja como su única fuente de identidad. Sin embargo, esta conclusión no podría estar más lejos de la verdad, ya que la propia vagüedad narrativa procurada Frías guarda una potentísima reflexión acerca de la renuencia de los individuos marginados a transformarse en un estereotipo institucional, ya sea de derrota o de triunfo.

‘Ya No Estoy Aquí’ es un discurso de pertenencia, pero también una carta de amor para aquellos individuos quienes, simple y sencillamente, no desean ser una estadística más dentro de esas narrativas institucionales que, hoy en día, legitiman la permanencia de las estructuras hegemónicas.

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