“Venus podrida. La sublime, belleza eterna al panteón” escribió el poeta español Rafael Alberti. Alberti en su poemario dedicó a este planeta y a su simbología muchos versos, fruto de su infancia junto al mar y de contemplar en el atardecer a la “Venus real de espumas” surgir del Atlántico, para tomar el cielo, en la Bahía de Cádiz donde creció. Lo que el poeta, hermeneuta de los fenómenos y la palabra, veía con claridad, la ciencia desechaba con rotundidad.
La alta temperatura de este planeta, 450 grados, hacía creer a los científicos como imposible la existencia de vida. Por ello solo dos módulos de aterrizaje rusos, que llegaron a su superficie en los años ochenta, habían dado al ser humano imágenes de su árido paisaje. No solo la temperatura negaba para los expertos posibilidad alguna de existencia. Su atmósfera densa, sulfurosa y ácida, les confirmaba que no merecía explorar el planeta en busca de vida. Pero esta semana, lo que Alberti desde la costa gaditana contemplaba, resultó ser real.
Un informe publicado en Nature Astronomy este lunes, y que ha dejado en shock a la comunidad científica, indica que los niveles superiores de la atmósfera de Venus contienen una molécula que es una posible señal de vida. Sí, Venus está “podrida”, como decía Alberti, y si está podrida es que hay vida. La molécula encontrada es la fosfina, PH 3, un gas tóxico maloliente, que se encuentra en las heces de pingüino y en las entrañas de tejones y peces. El proceso de descomposición que proviene de y origina la vida.
No solo Alberti, Venus, la despreciada por la ciencia, ha sido fuente de inspiración artística desde la antigüedad, y recipiente de simbología arcana.
Ya en el paleolítico los ritos contaban con figuras femeninas, las venus, que más tarde romanos y griegos hicieron deidad. El pintor Tiziano la representó e inmortalizó, Shakespeare y Rubén Dario, al igual que Alberti, recurrieron a Venus en su poesía.
Al tiempo que el ser humano conocía este galáctico descubrimiento, se fallaba el premio EspasaEsPoesía. El venezolano Rafael Cabaliere resultó ganador del galardón y del consiguiente botín económico de 20 mil euros. La polémica acompaña este premio pues como principal mérito se señala los muchos seguidores de Cabaliere en redes. Su poesía es un compendio de lugares comunes y frases inspiradoras propias de un libro de auto ayuda. Tan algorítmica resulta su prosa que el poeta y los jurados del premio, entre ellos Luis Alberto de Cuenca, tuvieron que salir ayer en los medios para confirmar la existencia del ganador y negar que se tratase de un bot.
Hay algo en común entre el algoritmo, el neo feminismo militante, el nacionalismo, el patriotismo y el clientelismo cultural, la baja calidad de su creación artística debido a la común auto indulgencia.
No hay labor más titánica que realizar compilatorios musicales o exposiciones artísticas reduciendo el catalogo a la producción de un territorio o al sexo de los artistas. El patriotismo o el género como leitmotiv expositivo son tan perversos para la creación como la endogamia para la genética. Un semillero humano y bastardo, sin patria o sexo, es el que impulsa el arte hasta esferas desconocidas, espacios solo abarcables por espíritus libres, sin etiquetas, lo demás es pura propaganda. Hoy en día se agolpan proyectos culturales reuniendo artistas por cuestiones tan peregrinas como el sexo o la tendencia sexual. Esta misma semana se lanzó la primera referencia de una disquera queer de Barcelona orientada a la música electrónica. Maricas es el nombre del sello. Para arrancar su catálogo publica un tema de sonido tan vintage como comercial. Nada nuevo sobre la pista. La cultura de la música electrónica es básicamente hedonista y bizarra, surgida en gran medida de clubs gays en los que la militancia se hacía innecesaria, la victoria de la visibilidad era un hecho. La creación artística agrupaba, alrededor del placer de sentir, a seres de distinto pelaje, tendencia y género. El homo beso entre Sven Väth y Richie Hawtin, en un fiesta after en Ibiza, servía de gran icono de la libertad post moderna. Hoy seguro a ese gesto se le requeriría militancia, formar parte de los nuevos mandamientos.
Robert Louis Stevenson, viajero inagotable, escribió: “si alguna vez el hombre siente remordimientos, come de la flor de la genista aurea, y manda al infierno a los diez mandamientos”. El poder del viaje y del arte radica en explorar, para lo que cuanto menos equipaje mejor, sobre todo moral. Si como dice la mexicana noruega Carmen Villain, el “futuro es observable” será siempre desde los ojos de poeta, libres y transgresores, sino que se lo pregunten a Venus.