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Venas Rotas Discos: Crónica de un encuentro de energías

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Venas Rotas Discos, se sabe, es una pequeña pero acogedora tienda que por las noches se convierte en venue por donde desfilan algunos actos sonoros aventurados, atractivos y con vocación por transitar a través de la cuerda floja, y sin red de protección. 

Hoy, mientras la charla inunda el lugar, nada parece fuera de lugar cuando Leika Mochan e Iraida Noriega comienzan su presentación en la calle y lentamente ingresan hasta llegar al sitio que sirve de foro… STOP… ¿Nada inusual?… REWIND… Escuchar a Iraida y a Leika, juntas, improvisar con sus voces y sus gadgets, no es frecuente… más bien es inusual, sorprendente. La velada se anuncia excepcional.

FOTO:: Rafael Arriaga Zazueta

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Cerca de media hora, las dos hacen de su voz instrumento. Si bien el inicio presagiaba algo de festividad, una vez se posicionan detrás de sus “máquinas”, las voces se multiplican y generan atmósferas en donde, a partes iguales, hay misterio, clima sombrío. Algo ominoso flota en la noche, pero ambas tienen control de ello. Jadeos, susurros, suspiros, vocablos que nunca alcanzan forma, glosolalia; sin embargo, aquello amorfo en los primeros minutos gana cadencia y el ritmo se apodera de ambas.

Iraida palmotea, ora zapatea, eleva la voz; Leika, con una amplia sonrisa en donde el gusto se ha asentado a veces la secunda, pero las más de las veces ella también “habla”, interactúa, responde a Iraida, se enzarsa con ella en un duelo de idioma incomprensible que, seguramente, en otro contexto, movería a la hilaridad, pero aquí resulta completamente pertinente.

El segundo set programado en Venas Rotas Discos le corresponde a Randomika (Marco Albert, voz, electrónicos y Gustavo Nandayapa, batería, FX’s) ¿Qué esperar? Sonidos chirriantes sin llegar a lo irritante, golpes ligeros a los tambores (cubiertos con alguna tela) y los platillos. Albert suelta algunos sonidos con la voz; Nandayapa manipula la cabeza de un muñeco de sololoy intervenido con tornillos por un “demente” y con una pila en la base.

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Ambos construyen paisajes oníricos, a veces muy urbanos, otras espaciales, pero de tono lúgubre por momentos. Paulatinamente el caos cobra forma y alcanza su clímax y éste se ve marcado por el desenfreno de un energético Nandayapa que lleva a su compañero a prodigarse en los electrónicos y crear una intensa pared que termina imprevisiblemente mientras un suspiro de descanso colectivo sella el final. 

La siguiente improvisación la inician por todo lo alto, cual si fuera una continuación del frenesí previamente desplegado que desciende para que Albert “cante” un blues de frases tan espaciadas que parece interminable salmodia. 

Uffff…

Luego de 40 minutos ¿qué esperar?

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El “encore” reúne a los cuatro improvisadores quienes, poco a poco tejen una tela de araña que nos habrá de envolver los próximos 40 minutos o más. Una noche como estas, en realidad cualquiera, no está exenta del doble azar. Primero de ese privativo de los músicos nacido de su afortunado/infructuoso entendimiento y comunicación; el segundo compete al escucha, involucra sus referentes, su disposición, el lugar donde está sentado y desde el cual mira la noche.

Mi posición me llevó a ver totalmente a Leika y Tavo; para observar a Iraida tengo que voltear la cabeza y si deseo hacer lo mismo con Albert necesito hacerme hacia atrás. Cada ángulo muestra algo distinto. Toda la noche, Leika no ha dejado de irradiar gozo; Iraida siente lo mismo, pero a ella la veo poseída por la energía y el movimiento. Tavo, por su parte, golpea su instrumento a veces inmisericordemente, observa como Leika samplea el sonido de sus platillos para luego incorporarlo a su propio arsenal sonoro, manipula un celular ⎯luego me enteraré que se trata de un robot cuyo sonido, amplificado, suena efectivamente “cabrón”⎯. Albert es quien parece más controlado, pero la impresión es ilusoria, porque pronto se une al frenesí que ha rato ha desplegado la cuarteta.

Uno, otra vez desde la escucha, sabe cuándo el final se acerca y hoy todas las señales, llegado el momento, apuntan a ello. No obstante, al decaer el sonido y solo faltar aquel que cerrará la noche, Iraida se “rebela” y acomete la impro con nuevos bríos.

La inyección es suficiente para prolongar el asombro unos minutos más para beneplácito de esos pocos que hoy venimos a acompañar esto que Iraida llamó al final “un encuentro de energías”. 

Una noche verdaderamente volcánica.

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*También te puede interesar: La Bande-Son Imaginaire: “Nos han dicho que nos pintamos de blanco porque somos prietos”

David Cortés

David Cortés

Escritor, periodista, melómano, escucha insaciable de rock mexicano y del mundo. Tiene la sospecha de que detrás de una buena canción, libro o película, siempre hay una historia de amor.

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