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Un año sin Facebook

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Ambulante 2024

Fue una suerte de desintoxicación, aunque confieso que soy más adicto a otras cosas, por ejemplo, al café. A veces tres tazas antes de medio día. Aún así decidí cerrar la cuenta por un tiempo.

Un día bajé una aplicación, según yo para mensajes a través de tu número celular, al configurarla en el teléfono, reavivó mi cuenta inmediatamente. “Ya vine, ya me voy”, escribí antes de suspenderla de nuevo el 4 de diciembre.

Un par de amigos me saludaron, otros le dieron like, en menos de 5 minutos. Confirmé lo que todos ya saben (y hacen): trabajan con el Facebook abierto.  Es la versión moderna de poner la historieta entre el libro de texto para disimular el ocio.

La curiosidad y el chisme nos acompañan en el día a día. Cuando di señales de vida feisbuquera me llegaron mensajes (ustedes saben quiénes son) con preguntas sobre las razones que llevaron a mi exilio en la red social.

Confieso que regresé ‘temeroso’, como las señoras (y señores) que no saben nada sobre tecnología. “¿Qué debo saber sobre los cambios que Facebook ha hecho?”, pregunté al menos dos veces.

Unas modificaciones aquí, otras allá, la verdad no recuerdo cómo lo dejé y no puedo diferenciar al cómo lo encontré. Pero heme aquí.

Muchos dejan Facebook por un desamor, otros, como mi mamá, porque aseguran que sólo les quita el tiempo.  Lo mío, lejos de un experimento, fue pura fuerza de voluntad.

Quizá no hice grandes cosas con mi tiempo libre, pero siempre he sido duro conmigo mismo. Aún así les actualizo el libro de mi vida en el último año: me casé –con una hermosa mujer-, recién cambié de trabajo –aprendo y me interno en el mundo de las finanzas-, me mudé –extraño Izatapalapa, mi nuevo delegado es un mirrey-, como sano –cinco veces al día-, me hice más viejo –obviamente-, pero sobre todo, me propuse crecer como persona.

Confirmé que, aunque Facebook acorta la distancia, los verdaderos amigos no están al pendiente del muro, sino de ti. Que la familia sabe todo de tu vida, está a tu lado en las buenas y en las malas, pero no importa cuán obvio sea, quieren chismear en tu página…

Algunos verán estúpido, increíble o sin chiste que se cierre una cuenta de Facebook (o de cualquier otra red social), sin embargo, por experiencia puedo decir que, en estos tiempos, cambia tu vida. No me malentiendan, no eres mejor o peor persona.

Mecánicamente revisamos las actualizaciones al despertar, antes de dormir echamos un ojo para ver con qué chisme cierra el día. Un día, cual cuento de ficción, ‘el dinosaurio ya no estaba ahí’.

No todo fue reflexión y mirar hacia el interior… no señor. También extrañé de sobremanera la interacción que crea, el bullying cibernético, los memes, el humor y la crítica que se cuelga en los muros.

Soy periodista, por ende soy curioso (chismoso, dicen otros), así que por todos lugares me llegaban los: “supiste que…”, “viste que…”, “te enteraste que…”, en referencia a cosas que habían salido en Facebook.  Sí, confieso que le sufrí, pero me las arreglé.

Durante ese tiempo corría con Ilse –mi mujer- o con Toño –un gran amigo- para que me actualizaran sobre las cosas que habían visto. Ellos también son periodistas, así que no les costó informarme (já).

Según varios reportes, los jóvenes de no más de 20 años están abandonando Facebook, pues lo encuentran aburrido o sobre vigilado, pues los adultos mayores de 40 años son los que más rápido se están incorporando a las redes sociales.

Es natural que al ver a los tíos, hermanos y papás entre sus contactos, decidan refugiarse en algo más ‘privado’ como WhatsApp.

Por una buena razón, un simple experimento o mero aburrimiento, reposar de vez en cuando de internet y regresar a la vieja convivencia (cenas, almuerzos, unas chelas, una buena plática con café, llamada telefónica de larga, comida etc, etc) no nos hace daño.

Nos leemos en Twitter, antes de que me desintoxique un rato: @RodolfoZapata

 

Staff

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