En medio de un deshuesadero perdido en el desierto, The Mummies se enchufaron a sus amplificadores para, cuales talacheros de la carretera, enchinarnos el chasis con su garaje-ponqui para embalsamados.
TXT:: Alejandro González Castillo
Dentro de la serie de conciertos que bajo el concepto de Irrepetible organiza OCESA, los de California se dedicaron por más de una hora a los guitarrazos y los gritos, a las maromas y los empujones. Larry Winter, Russell Quan, Mazz Kathua y Trent Ruane zangolotearon las vendas al son de “Dog meat”, “Red cobra”, “A girl like you” e “In and out”, entre otras, montados sobre una carcacha hermana del Ecto 1, la ranfla que los Cazafantasmas usaban como carroza fúnebre para espíritus chocarreros.
Pegados a sus amplificadores de bulbos con bocinas voladas, las momias jugaron al yoyo y hojearon un ejemplar de la revista MAD sin perder el ritmo ni escatimar un gramo de estamina. Píntandoles dedos medios a los aires, armaron un pogo discreto, se agarraron a cabezazos, se arrastraron por el suelo y saltaron como pepitas en el comal mientras maltrataban sus instrumentos y el sol se ocultaba en un horizonte surcado por coches destartalados.
De pronto, sin avisar, ya con el vendaje deshilachado, se desbandaron. El cuarteto se extravió entre carros dejando su instrumental regado por el suelo, dolido ante el castigo (especialmente el teclado recibió sus buenos azotes), infectando el aire con un zumbido seco. Dicen por ahí que traían prisa porque había fiesta en las catacumbas de Guanajuato, con su valedor el Santo y su harem de mujeres vampiro.