No es ningún secreto que Taylor Swift se encuentra pasando por un momento bastante amargo.
Recientemente la cantante declaró sentirse sumamente consternada ante la reciente adquisición por parte del magnate de la música Scooter Braun -Ithaca Holdings LLC- de varios de los derechos de sus discos más tempranos.
Al mismo tiempo, Swift ha declarado haber sufrido en el pasado un acoso reiterado por parte de Braun y sus artistas, mismos entre los que destaca el furibundo Kanye West.
Por desgracia, la industria musical es un sistema y, al igual que toda estructura, es plenamente susceptible a la corrupción.
Lo que actualmente le ocurre a Swfit es un doloroso recordatorio de la serie de imposiciones que el mercantilismo musical actual le reserva a aquellas mentes creadoras quienes, irónicamente, tienen el inofensivo y piadoso sueño de crear arte.
¿Qué es lo que significa no ser dueño de tu propio trabajo? ¿De algo que creaste a punta de esfuerzo y determinación? La respuesta es tremendamente dura.
Es necesario tomar en cuenta que, al momento de iniciar una carrera profesional, muchos artistas no son más que adolescentes quienes, incapaces de dimensionar el tamaño de sus decisiones; firman contratos que en un futuro les traerán múltiples imposiciones.
Tal fue el caso de Swift quien, a la edad de quince años, cedió los derechos de sus masters originales a Big Machine.
Este problema no es nuevo. Artistas de antaño como The Rolling Stones y Black Sabbath se vieron forzados a lidiar con él en su momento.
Sin duda alguna, ante tan difícil escenario; sólo quedan dos alternativas posibles: resignarse estoicamente, o comenzar a abrir camino hacia nuevas posibilidades que les permitan a los artistas recuperar la autoría de su propio trabajo.
