Han pasado casi dos décadas desde que SM Entertainment decidió convertir sus conciertos en algo más grande: en una declaración de identidad, en una experiencia que reúne a todas sus bandas bajo un mismo escenario, como si el tiempo no importara y el K-pop pudiera estirarse en todas direcciones. Así nació SMTOWN LIVE, una gira que ha recorrido Asia y partes del mundo, pero que nunca había tocado tierra mexicana. Hasta ahora.

Las primeras veces nunca pasan desapercibidas, y la llegada del SMTOWN LIVE, no es un gesto menor. Desde su primera edición en 2008, este espectáculo ha funcionado como carta de poder: una manera de mostrar el músculo de SM Entertainment, quienes han tenido bajo su sello a artistas icónicos del género.
El poder de SMTOWN LIVE
Aquí no hay teloneros ni protagonistas únicos: todo es simultáneo, enredado y vertiginoso. Si de girlgropus se trata, el show va del pop sofisticado y venenoso de Red Velvet al futuro hiperreal de aespa, con Naevis la figura virtual que acompaña a la agrupación.
Claro que los boygroups no pasan de moda, y pasando por la emotividad melódica que RIIZE empieza a afinar como nueva cara del boy pop, hasta llegar a los mundos paralelos y siempre expansivos de NCT —en sus versiones 127, Dream, Wish y WayV— que funcionan como una red neuronal: descentralizada, hiperactiva y global.
Aparecen también los nombres que muchos fans mexicanos coreaban desde los días de YouTube en baja resolución: Super Junior y TVXQ, no como nostalgia, sino como cimiento. Y justo ahí es donde la cosa se vuelve interesante. En una misma noche se cruzan generaciones que, en teoría, no deberían compartir escenario. Pero lo hacen. Y funciona. Porque SMTOWN LIVE no es una línea de tiempo, es un multiverso.
Los proyectos nuevos como Hearts2Hearts —nacidos ya con código digital en el ADN— dan pistas de hacia dónde apunta SM: lo performático, lo experimental, lo que mezcla carne con avatar, lo que ya no distingue entre realidad y metaconcepto.
Para quien lleva años en esto, el evento es la encarnación de lo que alguna vez parecía imposible. Para quien llega por primera vez, es una introducción sin filtros a una maquinaria creativa que no se apaga nunca. Esto no es solo una celebración de fandom. Es una declaración. El K-pop como fenómeno vivo, en movimiento, capaz de adaptarse, mutar y seguir creciendo sin pedirle permiso a nadie. Esta vez, en nuestra ciudad.
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