Hace un par de años Carlos Vivanco festejó su cumpleaños en el viejo Multiforo Alicia. Como recuerdo-resultado de ello, lanzó un disco que llevó por título A silent light. Al inicio de este año, en el nuevo Alicia, Vivanco repite alineación, recupera el nombre de Silent Light para bautizar a un cuarteto (Ana Ruiz, piano; Adriana Camacho, contrabajo; Elliott Levin, sax, flauta, poesía; y él mismo en batería y sampleos) y nos invita a un concierto que uno sabe deberá ser excepcional, aunque nadie podría explicar por qué se piensa tal cosa. La convocatoria, era de esperarse, fue poca y la noche comenzó con una incursión más cercana al free jazz con Elliott y Ana en el comienzo de la conversación a la cual luego se unen Vivanco y Camacho.
La energía comienza a ebullir, Ana ataca su piano con esa fuerza que parece la llevará a destruir las teclas de su instrumento, mientras Elliott, con la flauta, teje una melodía que busca apaciguarla, aunque en realidad se integra paulatinamente a ese maelstrom en donde tanto Vivanco como Adriana aparecen ser solo testigos… salvo que al escuchar-ver con mayor detenimiento, se advierte como cimentan el edificio, el trabajo de los otros dos.

Son cinco minutos en crescendo en los cuales las teclas repican con la fuerza de campanas y un Elliott que a sus más de 70 años no pierde el fuelle y a veces acompaña para después liderar. Vivanco suelta desde su batería sampleos, tiende atmósferas y Adriana vocaliza. Eleva la voz, la convierte en grito (el efecto conseguido por su garganta siempre paraliza, te ancla; escucharla añade otro matiz a la música). Los sampleos de Vivanco se apoderan de la noche una vez Ana y Elliott dejan la fragorosa acometida, Adriana toma su contrabajo con el arco y esa gravedad momentánea, luego da paso al piano de Ruiz, quien ahora, con menos agitación, define con su piano la atonalidad conjugada con los contratiempos de los platillos de Vivanco. La noche ha caído de pronto en un “bache”, un reposo aparente, pero ha rato que el piano de Ruiz se apoderó de ella con un solo que controla la fuerza, pero no hace a un lado la intensidad.
Levin, que había tomado su celular y scrolleaba, ha encontrado el poema buscado y comienza a recitarlo sobre el piano de Ana y la batería de Vivanco a un volumen idóneo para no encimar. Adriana, a manera de coro, hace glosolalia y luego Levin va a su sax y le pone a la noche una atractiva aura de sordidez que Vivanco mantiene con un ritmo uniforme, mientras Ana juguetea con su piano y Adriana, sin hacer de lado el contrabajo, construye con su voz otra fuente sonora.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde iniciado el concierto? Ha rato que esa temporalidad necesaria en otros momentos aquí se ha resquebrajado y en medio de ese “hueco”, surge el contrabajo de Adriana para un solo, apenas comentado por unas notas sueltas de Ana, los sampleos de Vivanco, y su propia voz. El ingreso de Levin, marca un giro, Vivanco toma un ritmo lento, pero pulsante monótono, Adriana, además del contrabajo, prosigue con su voz, Ana regresa y acomete nuevamente su piano y Levin echa mano del sax. Ambos se enzarzan en “altisonante” diálogo.
¿Qué es esto?, te preguntas. ¿Una crónica, el intento inútil de describir minuto a minuto un concierto que por su dinamismo, velocidad y dosis de acontecimientos es inatrapable? Como ahora que Adriana comienza lo más cercano a un canto, con palabras perfectamente discernibles, Vivanco marca ese ritmo con una dosis de baile y Elliott lo refuerza con sabrosa melodía. Si hay amantes del jazz que solo consideran la existencia de este cuando aparece el swing, tal vez es la hora de llamarlos porque la mayoría, aquí en el Alicia, han dejado la contemplación y la observación atenta, para soltar los pies y mover el cuerpo.

Claro, esos instantes tan cómodos son escasos porque estos cuatro han venido a crear en el momento y entonces ya lo tienes. Lo que estás tratando de transmitir es el asombro que te causa el ver nacer la música de esta manera, metamorfosearse, ir de un rostro perverso a uno más angelical, “inocente”, luego diabólico, salvaje, tan salvaje que de pronto parece entra en un proceso de desquiciamiento, extravía toda mesura y se declara ajena a cualquier contemplación.
¿Contemplación? Cómo es eso, te preguntan. Vamos, piensas a manera de respuesta, tal vez fui demasiado lejos con lo de contemplación, tal vez sea mejor decir concesión. ¿Y eso? La actitud del músico que por encima de cualquier demanda externa, se respeta y mantiene firme a sus valores y no piensa en agradar, sino en servir a la música y por ende, tampoco buscan agradar a quienes hoy han pagado porque éstos reciben lo que vinvieron a buscar: una enorme rebanada de aventura.

Una idea se te hace clara. Esta noche, ha sido una de las mejores del año. Cierto, no lleva mucho de avanzado, pero lo sabes, conlleva esa sensación de que tal vez habrá otras mejores, pero esta también es única porque allí esta la riqueza de esta música. No hay hits, no está el momento reconocible, el coro que has ensayado con anterioridad. Sí, esa idea clara es tratar de atrapar en palabras lo inefable y cuando el final se da y la última resonancia de las notas del piano trepa por las parades y busca perpetuarse en ellas, piensas en que ojalá alguien lo hubiera grabado.
¿Cuántos conciertos memorables dejan de ser memorbales con el tiempo porque los recuerdos se pierden? Sí, nuevos recuerdos siempre crean una sensación de refresh, pero siempre deseas-ansias-quieres regresar a ese momento, subirte a esa máquina del tiempo que es una grabación. Casi una hora ha pasado. En el trayecto a casa recordarás lo vivido y en los primeros minutos del día siguiente cruzarás algunos mensajes en donde queda asentado pálidamente lo vivido, aunque no tienes nada para demostrarlo más que tu palabra.
Hasta que unos días después, el correo electrónico te envía un update para notificarte que Carlos Vivanco ha subido a su Bandcamp un nuevo disco: Silent light. Sí el disco que luego de escucharlo varias veces, te ha servido para escribir esta recuerdo-reseña o remebranza musicalizada. Los recuerdos se “materializan”; constatas que, efectívamemte fue una gran noche y afortunadamente, puedes demostrarlo.
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