“Hoy tocan los Sgt. Papers en la terraza de La Bestia. Presentarán su último álbum llamado SGTP, que incluye el más reciente sencillo “Échale campeón”. Invitados: Friends and family. El evento espera reunir a parte de la escena de rock en México y juntos pasar un rato agradable al fugaz ritmo de canciones llenas de ironía”. Así pienso que será el primer párrafo mientras espero sentado en las butacas de cine del pasillo principal en La Bestia. Sólo los fans ansiosos por un autógrafo de los músicos sonorenses y un reportero puntual llegan antes de las 17 horas. “Qué onda, todavía no se puede subir a la terraza. Hasta las cinco y media o seis. ¿Quieren algo de tomar?”, dice Marc, quien lleva trabajando cuatro años para la tienda del recinto.
TXT y FOT:: Antonio Moreno
Pues a esperar. Poco a poco llegan más… en parejas, en grupos de tres, y guardan silencio como si de una película en el cine se tratara. Echan la cabeza hacia el respaldo y suspiran. Frente a los fans y el reportero se encuentra un muro con cristales limpísimos que dejan ver en su esplendor un estudio de tatuajes y una cabina de radio. “Mi hermano trabaja aquí, abajo. Iván [baterista], es tatuador. Lleva tres semanas, de hecho”, confesaría más tarde Felipe García, el vocalista y guitarro de los Sgt. Papers.
Oriundos de Hermosillo, Sonora, los hermanos García llevan dos años sin tocar en vivo. Mientras su show espera, el tiempo avanza y ellos se pasean por la planta baja del lugar. Entre los pósters de otras bandas locales, la pantalla de videojuegos y las figuras de acción que adornan La Bestia: estudio de grabación/salas de ensayo/sello discográfico/salón de tatuajes/radio… en la que suenan los Diles que no me maten o Las Decapitadas, quienes envían a su guitarrista Valentina para una entrevista esa misma tarde. “Ya pueden ir subiendo. Su cubrebocas, porfa”, se escucha una voz al inicio de las primeras escaleras de madera pasada la entrada principal. Después, unas escaleras de fierro negro se presentan antes de llegar al escenario, se tambalean y con cada peldaño que se avanza pareciera desoldarse más. Una vez a salvo, el salón de clases para niños incorregibles se achica ante edificios, uno negro a la izquierda y otros blancos a la derecha y al centro; ahí tocará la banda.
Sillas Acapulco, bancas y mesas, igual de plásticas, que estimulan la pesadez del cuerpo están esparcidas sobre un impermeabilizante que tiene monos bailando ska al estilo two-tone. Todo listo, sólo falta la gente. Felipe atiende a quien le saluda, camina bonachón bajo el cielo nublado que todavía le permite un espacio al sol. El vocalista bebe agua carbonatada para aliviar la torta de pierna que se acaba de comer a la vuelta de José Vasconcelos 136, y sus tragos se intercambian con la plática entre los Friends and family que cada minuto son más. Empieza el toquín. Felipe rasga las cuerdas guitarrescas alimentadas por sus ocho pedales. No necesita de gritos para hacerse entender con su público, mejor les cuenta una historia irónica y absurda, les dice que “no hay nada de comer, no hay nada de tragar. Sándwich de monda me voy a preparar”. En poquito más de minuto y medio, el slam en el cuarto principal ya tiró a un adolescente de anteojos sudados que se pegó “en seco”. El atropello de cuerpos empuja a una señorita vestida muy mona y mejor decide salirse.
El dúo está sudando. Opta por un descanso para gozar a lo psicodélico de su hard rock con su rola “SGTP”, que suena a como si un auto convertible tuviera problemas para correr a velocidad por la carretera, pero no por eso deja de ser un auto con onda que pronto le tocará una bajada. Termina la rola. Gritos, aplausos y pausa a los putazos. “Deja me afino, mientras cuéntate un chiste”, se lo cotorrea el hermano mayor, pero Iván decide aventarse un solo de batería. Una mirada, el riff y arranca. “No hay pedo, de aquí no pasa, no se pone peor. Hoy es un día nuevo. Échale huevos, échale, campeón”, canta Felipe mientras gotea su negra mullet que permanece más quieta en comparación con el ágil movimiento de su muñeca diestra. Los pocos que ya se llevaron un codazo, empujón o manotazo se salen un rato a fumar y beber en busca de comodidad. Anochece. “¡Otra, otra, otra!”. “Órale va. Esta es una de las viejitas”, amenaza el cantante. Se escucha el riff de su éxito “No fui yo” y todos listos para aventarse por última vez. Felipe acciona un loop en la pedalera, mientras ejecuta nuevas figuras en vivo. Se agacha para controlar el intermedio de la canción que debe sonar ácido, para que el público no sienta que esa madre era el puro cartón.
Salen los curiosos, los Friends and family y al último los fanáticos que elogian la presentación de los García. “¡Rifados! ¡Salud!”, la Perrier de Felipe está en la basura, fue cambiada por una cerveza IPA que fue gratis durante la velada. Así sale también Iván, entre elogios y abrazos, y más rifados. La convivencia es amplia para ellos y el resto, pues da la impresión de que todos se conocen. Las luces de La Bestia se encienden, algunas cuelgan, otras, de colores, se esconden y las blancas siempre brillan. Alumbran los juguetes desperdigados por todo el lugar: dinosaurios, elefantes, muñecos; como si el niño no quisiera recogerlos porque en cualquier momento volverá a jugar con ellos. Algunos invitados ríen, otros charlan en bajo volumen. Iván prefiere encender un porro y fumarlo con sus amigos, porro que llega a los dedos calmadamente diestros de Felipe, su hermano.
Iván se queda… se mudó a la Ciudad de México hace menos de un mes. Felipe regresará a Hermosillo el 19 de octubre; pero regresa para el 30 a tocar en el segundo aniversario del sello discográfico Devil in the Woods, al que pertenecen. La normalidad de los conciertos parece arrancar de nuevo, aunque los músicos siempre han estado listos.
Ya van dos años y ahora sí, creo que la banda también pegó.