Música

Por qué no soy músico

/
140,801
Ambulante 2024

Por qué no soy músico por ARTURO J. FLORES

La razón porque la que no lo soy es que siempre quise ser una estrella de rock. Me tocó pasar de la niñez a la adolescencia sin Internet, lo cual me brindaba pocas posibilidades de entretenerme cuando estaba solo en mi cuarto, más allá de escuchar música. Mucha y a volúmenes muy altos. Estoy seguro que si el Cielo es lo que cuentan los que creen, mi madre agradece que no existan bocinas empotradas entre las nubes.

Nunca me enganché tanto con los videojuegos. Además eran –y son– muy costosos. Lo que hacía era coger una vieja raqueta de tenis –que no recuerdo haber utilizado nunca para imitar a Boris Becker– y luego de atarle un cordón a manera de tali, me la colgaba para encarnar, delante del espejo, al guitarrista de una banda que no existía. Una en la que como Kyle Gass y Jack Black en Pick of destiny había que ensayar “la mejor barrida sobre el escenario” y hacer 200 lagartijas con el pene para ser capaz de complacer a la legión de groupies que habrían de tomar nuestro camerino por asalto.

Jamás me pensé ensayando mil veces alguna armonía o grabando segunda guitarra en un estudio. Lo que yo que anhelaba era atravesar del escenario al fondo del venue de espaldas sobre los brazos de los fans, como Eddie Vedder en el video de “Even flow”.

Igual que al protagonista de “La edad de la punzada”, la novela cuasi biográfica de Xavier Velasco, que pasa del éxtasis a la peor de las desilusiones cuando su padre le regala una guitarra eléctrica, pero el ruin muchachito se entera que para que el artefacto funcione hace falta un amplificador. En consecuencia, refunde la guitarra en su clóset y se olvida de ella.

giphy 9

Los músicos son gente que hace música. Pero sobre todo, que disfruta creándola. Porque estamos claro que a casi el 90% de la humanidad (sólo he conocido a una persona que me ha dicho que no) le gusta escuchar música, es mucho menos la que goza dándole vida. Escribiéndola. Arreglándola. Ensayándola. Grabándola.

Escucha los primeros segundos de este documental sobre Depeche Mode… ¿qué prefieren, en vivo o en estudio?

 

Hay músicos, por ejemplo, que ni siquiera ofrecen conciertos. Aunque los Beatles se desintegraron oficialmente en 1970, desde el 29 de agosto de 1966, fecha en la que tocaron en San Francisco, dejaron de ir de gira. Un poco por la mala relación entre ellos pero también porque los gritos de las personas los sacaban de quicio y no los dejaban escuchar lo que hacían.

Me viene a la mente el extraño caso (Robert Louis Stevenson dixit) de Sopor Aeternus. Una entidad del universo gótico que se hace llamar Anna-Varney Cantodea y nunca ofrece conciertos para humanos. Lo que se conoce de él son sus canciones grabadas junto al Ensamble de las Sombras.

Del otro lado del espectro están los que disfrutan tanto tocar en vivo que graban muy pocos álbumes. Me viene a la mente el caso de Caifanes, que desde su regreso en 2011 no han dado a conocer ni un solo compás inédito.

Pero el punto de esta columna me vino a la cabeza después de haber cubierto el Bud Light Hellow Festival en Monterrey. Me pasó cuando vi a Joshua Hayward, de The Horrors, sacudirse durante una hora sin parar como si quisiera que se le quebraran los huesos. También cuando Sophie Hawley-Weld se contoneaba al compás de sus propias canciones al momento de que Sofi Tukker subió al escenario y lo acabé de constatar cuando Kendrick Lamar se echó a la mano a 75 mil personas el solito, sin el apoyo de otra cosa que el micrófono que se acercó a los labios. Ni un DJ, un músico de apoyo ni un mendrugo de pirotecnia.

The horrors -Hellow Festival

Kendrick Lamar Hellow Festival

 

Nunca había reparado en lo que los músicos sienten cuando tocan música en vivo.

Janis Joplin decía que le hacía el amor a 25mil personas cada noche en el escenario, pero después se iba sola a casa.

Sexo. Orgasmos. Fluidos. Placer.

Me gusta esa respuesta.

 

Pero le pregunté a un par de amigas. Una de ellas, que ha estado incesantemente de gira en los últimos meses y en octubre (5, 6 y 7) subirá tres veces al entarimado del Auditorio Nacional. Mon Laferte.

-¿Qué sientes cuando estás cantando? ¿Con qué lo compararías?

-Meditación –me dijo –porque me concentro al 100 por ciento en el presente y no siempre estamos en el presente.

Sin lugar a dudas. Porque es común que pensamos en lo que pasó y en lo que pasará. A mí me sucede que, cuando escribo, sólo pienso en lo que estoy escribiendo.

mon laferte

 

La segunda es Valentina Plasa, bajista y cantante de Candy.

-¿Qué sientes cuando tocas delante de la gente? ¿A qué se parece?

-Lo podría comparar con cocinar un platillo para un festín. Escuchar cómo la gente se come lo que hiciste es como tocar una canción. Yo puedo cansarme de tocar mil veces la misma canción, pero nunca de ver cómo cobra una nueva vida en las bocas y las caras de las personas que asisten al concierto.

19944298 10155504058114800 3570445456183263163 o

  

¿Cuántas veces habrá tocado The Horrors “Something to remember me by”?

Miles.

¿Entonces por qué siguen gozándola?

Le pregunté lo mismo a un amigo psicólogo. José Manuel Vargas, CEO de la consultoría Sophie Hawley-Weld MX, que además es músico.

-¿Por qué a los músicos les gusta tocar en vivo, doctor?

-Existe una dosis de asombro, de encontrar que lo que haces resuena en alguien más. Eso hace replantear la humildad, descubrir que a partir de tu música generas esa conexión íntima con una audiencia… es lo que lo vuelve adictivo.

Por eso Cobain se metió un tiro en la cabeza. Porque –así lo escribió en su carta suicida– ya no le causaba nada escuchar a la gente gritar antes de salir a escena.

La razón opuesta a lo que mantuvo a Kendrick Lamar con la enegría hasta arriba, durante su primera actuación en nuestro país.

Por eso no soy músico. Ni estrella de rock.

Sólo un humilde escuchador.

Staff

Staff

21 años hablando de cultura pop nos respaldan. También hacemos Festival Marvin.

Auditorio BB