La cifra oficial es 18 mil personas. Lo importante al final del día es que la Arena CDMX estaba a reventar y no era un festival, era un concierto en formato vieja escuela: una banda de clase mundial como estelar y un abridor que seguramente saldrá muy beneficiado de haberlos acompañado.
Un minuto antes de las nueve de la noche salió a escena Opeth. Tocaron una hora por lo que más que banda abridora podríamos llamarlos sin problema invitados especiales. Hace días en este mismo espacio expuse mi teoría del pase de estafeta. Opeth ha tocado en México relativamente poco, aunque ha manifestado un crecimiento constante. Esta vez el salto fue cuántico, pasó de tocar para 2 mil 300 personas en el Auditorio BB (y 2 mil 500 en ocasiones anteriores en el Circo Volador) a cerca de 15 mil. Esto porque muchos de plano decidieron no entrar a la Arena CDMX hasta más tarde, pero aún así multiplicó la audiencia por cinco. ¿El resultado?
Cientos -tal vez miles- de personas que no los conocían ahora saben de ellos y los buscan en plataformas digitales. Claro, esto no es obra de la casualidad. Los comandados por Mikael Akerfeldt usaron cada minuto de los 60 que tocaron para mostrar el rango musical del que está compuesta la banda. En las primeras cuatro canciones tocaron dos de los discos The last will and testament, enorme trabajo que lanzaron en noviembre pasado mediante RPM, una de Damnation y otra de Deliverance, dos de los discos con que establecieron su marca propia de death/prog.

Así, rápido, enamoraron a un gran porcentaje de gente que no los conocía y le mostraron lo bien que suenan las canciones nuevas a quienes los siguen de tiempo atrás. Porque en ese cuarteto de rolas dejaron salir del baúl “In my time of need”, una que no tiene voces guturales ni riffs con distorsión sino guitarras y voces limpias, un teclado prominente y una letra que cuenta una de tantas historias de soledad, depresión y pensamientos suicidas. Parece arriesgado en un show donde la gente espera puro metal pero Opeth tiene muchas caras, y sabían que tocar para 15 mil personas, de las cuales la mayoría probablemente no los conocen es una oportunidad única, mostraron un gran manejo de matices y giros de tuerca. Con el tridente final repitieron el ciclo. Primero sacudieron cabezas con la brutal “Ghost of perdition”, pusieron en medio “Sorceress”, otra con voz limpia pero con mucho trabajo tipo prog rock de los años 70 y cerraron con la excepcional “Deliverance”.
Una hora nada más pero fue de las mejor aprovechadas por una banda invitada en México en muchos años. Además, el sonido era perfecto. Mucho influye la belleza acústica de la Arena CDMX pero también el excelso trabajo del ingeniero de sala. Akerfeldt tuvo tiempo de hablar un poco con la audiencia, de decirles “mi nombre es Mikael, alias Miguelito, alias Piñata González”, una broma que no todos entendieron, aunque el Miguelito fue suficiente para que varios miles corearan el nombre.

Lo que Opeth tiene en contra para ser una de esas bandas que serán las siguientes cabezas de cartel o llenarán inmuebles como ese por si solos es que su música es compleja. No llega al grado de las grandes elaboraciones prog de leyendas como Yes o King Crimson y en la parte death metal les falta justamente el ceñirse solamente a ese sonido. Justo ahí radica su belleza sonora. Es un crisol, un envase en el cual se han mezclado a lo largo de tres décadas el black, death corrosivo, death melódico, death progresivo y prog rock hasta que el caldo que resulta es justamente Opeth, casi un género musical propio al tiempo que es una banda.
Sí, también hubo alguno que gritó “ya bájate güey”, y era de esperarse porque la noche le pertenecía a Judas Priest. La mayoría sin embargo aceptó el reto de ver y escuchar a los suecos y aunque aquellos que siempre han dicho que Opeth les aburre seguramente no cambiaron esa percepción, cientos, tal vez miles más que no los conocían ahora tienen una biblioteca musical más amplia gracias a esos 60 minutos con este quinteto cuyo nombre viene de una novela de Wilbur Smith llamada The Sunbird, en la que Opeth es una antigua ciudad fenicia.
Magia pura en la Arena CDMX, y apenas era el aperitivo. El plato fuerte comenzó 35 minutos después…

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