Opinión

Muerto Cornell se acabó la rabia

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Ambulante 2024

Muerto Cornell se acabó la rabia, por Arturo J. Flores

FOT:: Facebook de Chris Cornell

 

La de una generación. Los Grunge podríamos decirnos. Los que hace tres décadas estábamos muy enojados y no sabíamos con quién, los que hoy cambiamos la camisa de franela por la Pierre Cardin.

Los que nos creímos el cuento de que a guitarrazos se podía cambiar el mundo. Los que el universo moldeó a martillazos contra el yunque de la edad adulta.

El Grunge no murió con Cornell. Pero tampoco con Cobain en el 94, Staley en el 2002 o Weiland en el 2015.

Se murió cuando la vida nos pintó esa misma X con la que Douglas Coupland bautizó a nuestra generación. Los Grunge nos descalabramos emocionalmente varias veces en los últimos años.

Como a la mayoría de las clasificaciones culturales impuestas por el mercado, el Grunge nació sin ser consciente de su existencia. Y por lo mismo, expiró a las pocas horas de haber sido alumbrado. Jamás sus héroes se sentaron a la mesa redonda del rey Arturo para definir cuáles serían sus características sonoras o la moda que lo identificaría. De hecho, los Grunge se declararon, parafraseando a Fito, “incompetentes en todas las materias de mercado”.

Seattle, la música y la muerte, fueron mera coincidencia entre los Grunge. Nunca se pusieron de acuerdo.

Pero su legado lo mantenía con vida.

Sobrevivió malherido al disparo de Kurt.

Alcanzó a levantarse y anduvo lastimosamente con muletas luego de la sobredosis de Layne.

El pasón de Scott de plano lo mandó a la lona.

Y el suicidio de Chris lo sumió en estado de coma.

Ahora el Grunge sobrevive en estado vegetal, tomado de la mano de Eddie.

Las razones que orillaron a Cornell a atarse una correa alrededor del cuello y apretar sólo él las conoció. Pero tan trágico como poético me parece que un cantante resolviera apagar su existencia clausurando la fuente de su voz.

A él le sobrevive el legado. Discos como solista que en lo personal nunca me hicieron vibrar como los de las bandas a las que perteneció. Las maravillas de Temple of the Dog, la elegancia de Soundgarden y la dignidad de Audioslave.

A los Grunge nos dolió su partida. Bastante duro fue asimilar que el mundo sigue siendo este lugar sembrado de arenas movedizas en el que un paso en falso puede hacer te hundas. Encima hay que tragarse la idea de que tus héroes son de carne y hueso, que les duele estar vivos lo suficiente como para curarse de ello. Que cada día se van haciendo menos. Que son más cobardes –o valientes que tú– que cambiaste tus sueños suicidas adolescentes por la comodidad de mirar el slam de la vida desde las gradas para no fracturarte una rodilla.

Porque nosotros los Grunge, tuvimos que deglutir sin masticar la realidad de que para pagarnos el VIP del Festival, había que cortarnos el cabello, tramitar una tarjeta de crédito y guardar nuestro nihilismo en un tupperware dentro del refrigerador.

El Grunge nunca existió, fueron los papás. Cuenta la leyenda que fue Mark Arm quien lo empleó por primera vez para referirse a la música que hacía con su primera banda, Mr. Epp and the Calculations. Quería decir que era una basura. Pero a la disquera Sub Pop se le ocurrió que podría ser una herramienta de marketing y no se equivocó.

Más o menos como la Coca-Cola, que nos ofrece mierda negra con azúcar hasta que ya no podemos vivir sin beberla.

Los movimientos exigen una palabra que los identifique. Una camiseta de todas las tallas. Así a los Grunge nos hacía falta que alguien nos dijera mugrosos. Por nuestras greñas y nuestra higiene. O por la falta de ella. Porque a los Grunge se nos daba la suciedad y la inmundicia. La del cuerpo y la del alma. La de las letras de las canciones. La del sonido de las guitarras. La de la muerte de nuestros próceres.

Porque de hecho, para ser uno de los Grunge ni siquiera hacía falta tocar grunge.

 

¿Verdad, Steven?

¿O no, Robert?

¿Tienes algo que agregar Ryan?

Todos somos Grunge…

Y todas.

 

 

Con el último de aliento de Cornell, se extinguió lo que quedaba de furia. Ese enfado adolescente que Nirvana dijo que olía a leguas. Porque los Grunge que no murieron antes de los 30, aquellos que no se compraron el slogan de tener un cadáver hermoso, leyeron sobre la desaparición física del cantante de Soundgarden en sus teléfonos inteligentes, en la radio de sus autos deportivos o cómo quien esto escribe, desde una oficina como la que a los 20 años le provocaba náuseas.

¿Y Eddie?

Sólo resta él para despertar por fin de aquel espejismo de los 90.

Y escribir un epitafio definitivo para los Grunge.

Entre tanto, propongo el de Chris:

El sonido no se escuchará más en el jardín,

Muerto yace el esclavo del audio,

Espera por nosotros sepultado en el Templo del perro.

 

 

 

Staff

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