Los Mundos (Monterrey, Nuevo León) se acercan a su quinceavo aniversario ⎯su formación data de 2011⎯ y desde entonces no han cejado en el empeño. Lo suyo es pura psicodelia, rock cósmico, krautrock, electrónica, y esas obsesiones las han esparcido en una serie de álbumes, algunos más inclinados a una vertiente que a la otra.
Con el paso del tiempo pasaron de dueto a cuarteto y actualmente están integrados por Luis Ángel Martínez, bajo, voz; Alejandro Elizondo, guitarra, bajo, sintetizadores, sistema modular, batería, drum machine; Ricardo Antúnez, batería, percusiones; y Raúl González, guitarra, sintetizadores, cítara. Con esta formación ponen a circular Máquinas en movimiento (Las Dunas Records, 2024), su noveno larga duración, placa que abre con “Introducción al vacío” tema que sin dejar atrás su espíritu sicodélico, lo combina con un poco de electrónica en su comienzo para luego desbocarse y adentrarse en un mood completamente rockero. “Cosmología” es como un regreso a los primeros Mundos, pero recargado, con una esencia cósmico-viajero rondando que aflora por momentos, justo para lanzar el corte a otra dimensión, con una guitarra ésta sí totalmente viajera.
“La música” es un tema psicodélico-garagero, por instantes suave, light en apariencia, aunque después despuntará. Es como la señal de inicio porque desde este instante todo en Máquinas en movimiento se convierte en marcha pura y “Fe clandestina” es una buena demostración de ello. Aquí encontramos un gran trabajo de la guitarra sin menospreciar la solidez de la sección rítmica y las atmósferas de teclados que por allí aparecen.
“Humo negro” es la composición lenta del disco, con toques orientales y un canto cual si fuera el siseo de una cobra, mientras la guitarra crea un movimiento ondulatorio, propio de los reptiles, pero evidentemente una vez han atrapado a su presa Los Mundos, el asunto aumenta en densidad; sin embargo, “El ruido propio de las circunstancias” es todavía más lenta, pero no está exenta de un solo de guitarra distorsionado para después tender finas líneas melódicas.
En “Tambores para la luna” hay en el canto algo de mántrico y a esa atmósfera surrealista contribuyen un rápido solo de sintetizador, seguido de otra guitarra suave y sedosa que conjuga la sicodelia con los impulsos electrónicos también melódicos para hacer de éste uno de los mejores cortes del álbum. “Iglesia del ritmo espacial”, como “Humo negro”, presenta un toque oriental muy ligero en su comienzo, con un solo que se repite a lo largo del corte, pero se queda a medio camino del misticismo porque asume la fortaleza natural que irradia la banda en este disco.
Por su parte, “Millones de días” es un corte upbeat de ritmo pegajoso y machacón que se queda fijo de inmediato en el gusto, mientras “Explosión sónica” es psicodelia pura, a veces ligera, otras densa, saturada, como una verdadera explosión. Así llegamos a “Como la dinamita” la composición más larga y reminiscente de la década de los sesenta, cargada de ecos sicodélicos y garageros.
“Los cambios más significativos de este disco ⎯comenta Elizondo⎯ con respecto del anterior, es que quisimos hacer uno que fuera más al grano. En Ecos del universo (2023) teníamos estos momentos largos y espaciados en las canciones y en este queríamos hacer todo lo contrario. También ya lo teníamos terminado desde hace tiempo, pero decidimos grabar más canciones para hacerlo más completo y que sonara diferente, con más elementos electrónicos que los pasados”.
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