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Alejandro González Castillo: “Me atrae dislocar enunciados, picotear la triquiñuela”

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Alejandro González Castillo: “Me atrae dislocar enunciados, picotear la triquiñuela”
Ambulante 2024

“¿Neta, la música es tan importante para mí? ¿De verdad rijo mis parámetros de acción, mis deseos, toda mi vida, con música de por medio? ¿Será hora de cambiar, de deshacerme del embrujo? Ya antes me habían dicho que estaba bien idiota por actuar así, que la vida no era un disco, que vivir no era como escuchar un álbum…”. A Alejandro le gusta la prosa más perra y chuparle el tuétano a la existencia parado en un puesto trasnochador.

TXT:: Juan Carlos Hidalgo

FOT:: Irving Cabello

Se trata de un periodista aferrado a la vida del freelance al que le gusta aventarse un tiro con la realidad sin maquillaje y glamour –cuando en el rock nos hacen creer que abundan-. Siempre ha estado dispuesto a correr riesgos, a sentir ese soplo “suave como el peligro”, y para ello se implica en la experiencia participativa.

Ha sido detenido, estafado y esquilmado por autoridades, mujeres y toda laya de prófugos. Se ha empeñado en masajear al lenguaje para devolverle gracia y sagacidad a lo que se escribe –especialmente de música-. Suele redactar entre efluvios de Parménides García Saldaña y una caguama bien helada.

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Manual de Carroña, su debut en la crónica se ha dado con El salario del miedo, esa cofradía suicida que dirige J. M. Servín. Conversé sin prisa con un escritor inteligente y fiero para poner al sol las entrañas de textos que hieden a bajos fondos, que muestran los pellejos de la humanidad al desnudo y que tienen el swing de un gran músico tocando en el patíbulo. Aquí los pusilánimes no son bienvenidos… la palabra eructa verdades.

Sobran evidencias de que la crónica es un género que atraviesa por un momento en el que destacan autores importantes y se le otorga una importancia que atrae a muchos lectores. Encuentro que te has preocupado por desarrollar un estilo propio, salpicando tus textos con referencias a la cultura popular urbana. ¿Cómo se ha dado ese proceso? ¿Te parece relevante la cuestión del estilo?

Me hice largo en la sutura que existe entre Neza y Aragón, y de hecho sigo viviendo en esa suerte de cicatriz; así que mi entorno es de tianguis, cháchara, baches y teporochos. Jamás salgo de casa para encontrarme con jardineras frondosas ni restoranes de comida vegetariana. Toda mi vida ha sido así, y en mis crónicas me resulta ineludible agarrarme de los elementos que conforman mi ecosistema. Así me tocó vivir, y asumo el hecho con naturalidad, sin poses ni ánimos de superioridad moral sólo por el hecho de pertencer al “barrio”. Sobre el estilo, ¿puede inventarse uno nuevo, a estas alturas? Supongo que sí. Es como analizar el rostro de un semejante; uno encuentra que casi todos tenemos dos ojos y una nariz; pero no cualquiera la misma berruga ni la misma perrilla. En ese rol, para mi gusto, en los terrenos de la literatura el estilo es más importante incluso que la trama.   

En tu escritura sobresale una preocupación por trabajar con el lenguaje, conformar frases ingeniosas, encabalgamientos que tienen incluso flow. ¿Has buscado actualizar ciertas formas de la literatura de la onda? Algunas de tus frases también se acercan al tipo de letras a las que recurre Belafonte Sensacional, ¿qué opinas de esto?

Me gustan las cosas que resultan difíciles de explicar. Los aromas, el sonido; o eso que unos llaman feeling, otros jicamo y algunos más swing o groove. Hablas de flow, me gusta pensar que éste existe más allá del ritmo con el que fluye el verbo. El flow como sello, como una manifestación de la personalidad que se palpa en la forma en que masticas chicle o cruzas los brazos. Hablando formalmente, en Manual de carroña echo mano de la aliteración, por ejemplo. Me fascina el choque de consonantes. Aunque también me atrae dislocar enunciados, picotear la triquiñuela. Buscarle ruido al chicharrón. Quizá ahí se encuentre mi flow. Sería muy pretencioso decir que he buscado poner al día la literatura ondera, pero no puedo negar que me fascina leer a sus protagonistas, así como escuchar a quienes han conseguido eludir la vulgaridad cuando de hacer canciones se trata. Hablas de Belafonte Sensacional, yo añadiría a Jaime López y Rockdrigo. 

Aunque hay una crónica en la que viajas a la casa de José Agustín, ¿será que en realidad Parménides García Saldaña ha ejercido mayor influencia en tu escritura?

Lo que pasa es que Parménides es estridente y astringente. Lo lees hablando de las corrientes de consciencia y luego te enteras de sus correrías por hospitales psiquiátricos y todo alcanza otra dimensión. Embruja su capacidad para internarse en las fisuras del coco y la forma en la que te invita a que lo intentes. Además, te hace ver que se vale divagar, vagabundear mentalmente. De él obtuve la idea de que más allá del ritmo literario es importante buscar la armonía, para con el paso del tiempo, quizá, alcanzar la melodía. Porque el ritmo llega casi por casualidad, lo pescas en el aire; pero armonizar palabras es otro asunto. Por otro lado, a Agustín lo admiro mucho, y le tengo harto cariño también. Su obra es inmensa, se movió por muchos terrenos siempre con exito. Se está haciendo tarde (final en laguna), por ejemplo, es el trabuco más espeso al que pueda enfrentarme. Me acuerdo de ese libro y hasta ansias me dan.     

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No son pocos los textos en los que subrayas que existe un México clasista, discriminatorio; ¿es importante para ti partir desde la experiencia y vivencia de la periferia? No es lo mismo un punk de La Condesa que uno de la San Felipe. Y en ese mismo sentido, enfatizas constantemente esa diferencia de clases sociales, ¿qué buscas con ello? ¿Se entiende distinto al país desde Aragón?

La zona de Aragón es rica culturalmente. Hablando específicamente de rock, ahí alcanzaron fuerza corrientes que parecían destinadas a estancarse en el Río de los Remedios. Y ni mencionar el caso del reguetón; los primeros perreos tuvieron lugar en Valle de Aragón. Menciono ese par de casos para ejemplificar que en esos rumbos todo choca. Justo donde vivo, por ejemplo, en las noches hay de dos: o el aire huele a mantequilla con fresa o a jugo de basura. Me llega el aroma de la fábrica de galletas así como el hedor de la recicladora de desechos. Y uno aprende a vivir así, en un estado de ánimo agridulce. Por otro lado, el atraco está a la orden del día, es un territorio salvaje, gandalla; pero también existe una convivencia nocturna que encuentra en el caos conciliación. Sé que ocurre en toda la ciudad, pero en aquellos lares nada funciona jamás, de verdad, todo es pura fachada, desde los modulos policiacos hasta los semáforos y los cajeros automáticos. No busco algo en especial al decir que la FES Aragón está hundida en una ratonera polvorienta si la comparas con las facultades de CU o la propia FES Acatlán, por decir algo. Sólo hablo de lo que veo, y lo que veo a la vuelta de la esquina, de entrada, no está tan lindo como en otras partes. Vaya, el punk callejero no nació en la San Felipe por casualidad, obedeció a un contexto, y la clase fue primordial.  

Te ha tocado vivir distintas injusticias –que te tomen por revendedor, una detención injustificada, algunos robos-; ¿consideras que has tenido más mala suerte que la mayoría o te parece que todos estos acontecimientos jodidos son el día a día de la mayoría de los mexicanos? No son tantos los textos en el libro en los que corras con buena suerte.

Cuando acabé el libro y lo leí de corrido me deprimí un poco. Me encontré como un perdedor que busca toparse con las circunstancias menos afortunadas para luego tomar las peores decisiones. Es curioso, porque al escribir pensaba que terminaría con un texto bastante divertido y me soprendió que algunos me dijeran que no es así. No soy la excepción, claro que no, pero me parece que la mayoria de los mexicanos parimos chayotes a diario, sólo que algunos toman el alumbramiento con serenidad y otros nos azotamos con los mismos chatoyes que acabamos de dar a luz. Obviamente mi caso es el segundo. Ignoro por qué prefiero quedarme con las historias donde actúo como Tin Tan en El vagabundo, aunque sí sé que me aburren los autores que ven el mundo desde la perspectiva del que las puede todas nomás porque es padrote. Para perder también se requiere estilo.   

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Señalas que has conseguido sobrevivir como periodista freelance hasta el día de hoy. ¿De qué manera entiendes el panorama en el corto plazo? Todos los elementos hablan de una grave crisis para el ejercicio profesional de la disciplina.

Vivimos la crisis más grave de todas. Y cuando parece que no puede ir peor, algo ocurre para indicarnos lo contrario. Todo es incertidumbre. El ecosistema que conforma a la industria musical se está segregando cada vez más y ese aislamiento nos llevará a la extinción, a todos. Hasta hace poco los promotores se creían invencibles, pero la crisis que trajo consigo el COVID-19 nos hace ver que no lo son. Algo similar vivieron los sellos disqueros y ahora los periodistas musicales estamos en ello. El meteorito llevaba años en el cielo, anunciando que estaba por estrellarse, pero lo ignoramos, y aquí están las consecuencias. 

En lo personal, me interesa la existencia de una escritura híbrida en la que los géneros puedan yuxtaponerse, pero entiendo que exista quien defienda a la crónica como tal –más purista-. ¿Cómo es que manejas la relación entre periodismo y literatura? Hace poco un colega incluso señalaba que mejoras el acontecimiento en sí mismo y lo haces más interesante en tus textos que en el mundo real.

¿Cómo viaja el sonido, por qué uno se emociona cuando éste nos penetra? Existen explicaciones científicas para esas preguntas, pero, ¿las entendemos cabalmente? A mí, la creación me parece un acto metafísico. Hay que creer en los mundos ocultos, en lo esotérico, en la alquimia, si sostienes una relación profunda con la música. Bajo esta perspectiva, lo que narro con compases como eje inevitablemente se asoma como algo excitante y maravillloso. Porque presenciar el acto creador es un milagro. La cosa es que nos hemos ido acostumbrando y justo por eso las crónicas de conciertos, por poner un ejemplo, son tan chatas, tan cortas de miras. Yo me planto frente a un trío norteño que toca “Ingrato amor” y me llega una ola de recuerdos desbordantes, si a eso le agregas que a mi alrededor hay gente bailando y bebiendo, y riendo y llorando, hombre, pues me vuelo escribiedo al respecto. ¿Cómo no hacerlo si algo muy poderoso está teniendo lugar, algo que no se toca, pero que está ahí? Cuerdas vibrando, rasgadas por una uña de hule, amplificadas por bocinas para así cruzar el laberinto de nuestro oído y con ello nuestro cerebro vaya iluminando rutas. Uf. Un acontecimiento sin precedentes. Mi deber es intentar retratarlo como tal. Por otro lado, cruzar los caminos del periodismo y la literatura me parece lo más sensato si lo que se quiere es rascarle el tuétano al lector.      

Aunque muchos diletantes se refugian en un relativismo en el que “todo vale”, en el periodismo musical se requiere de un posicionamiento que conlleve una ética y una estética. ¿De qué manera enfrentas ese ejercicio de la crítica ante la diversidad musical? Tal parece que el amateurismo y la falta de rigor van ganando la batalla.

Todos conocemos a un dentista, pero en lugar de acudir a él atendemos lo que nos dice Google sobre nuestro malestar; todos sabemos de un amigo carpintero, pero preferimos armar nuestro mueble con la ayuda de YouTube; todos contamos con un primo que es violinista, pero en lugar de ir a escucharlo tocar hacemos un post de un músico callejero en Suecia. Pasa en todos los ámbitos. Nadie cree en el de al lado, en ese que estudió y se esforzó por ser el mejor; pero sí en el anónimo que está al otro lado del modem buscando likes por carretadas. La ignorancia va ganando, hoy día todos son expertos, y arrogantes. La humildad ha sido desterrada a punta clics. Si ya no hay lectores interesados en el punto de vista de quienes, se supone, sabemos de música, quizá esto obedezca a que, comparandonos con otros oficios, hacemos muebles feos y no sabemos curar una muela efectivamente; aunque no olvidaría a la inmesa cantidad de altaneros analfabetos que hay por ahí y que ignoran lo que muchos hacemos simplemente porque esa es su naturaleza.   

Cuentas que tocaste en los camiones, te interesan los artistas que se presentan en sitios fétidos y roñosos y también te has presentado en directo tocando la guitarra. En estos momentos de tu vida, ¿cómo es tu relación con la música?, ¿qué te sigue aportando?

Meterse a una coladera siginifca salir de ella con restos de excremento, pero no hay de otra si lo que quieres es encontrar sonidos estimulantes. Ahora, esto no significa que en un sitio con aire acondicionado y papel higiénico al lado del retrete se presente pura baratija. Desafortunadamente, los que arriesgan de verdad casi no tienen cabida en esos espacios. Sé a la perfección lo que es tocar a ras de suelo y salir corriendo antes de que te roben tu guitarra, por eso respeto a todo aquel que se atreva a hacer algo semejante. Por esa y millares de razones sentimentales, la música es y seguirá siendo mi lumbrera. Siempre hay una tonada, una rima, que me hace entender mejor lo que estoy viviendo. 

El Salario del Miedo no es una editorial cualquiera… casi que parece una guerrilla escritural. ¿Qué te parece debutar con un libro con ellos? ¿Cuál ha sido la influencia de J.M. Servín en tu escritura?

A J.M. Servín lo conocí en el lugar correcto a la hora precisa. Y con los tragos apropiados, cabe decir. En una cantinita fascinante, por los rumbos de la Alameda. Fíjate, esa madrugada tuve buena suerte y tomé las decisiones correctas. Él es un amargado de grado mayor, de escritura afilada, brava. Nada que perdonar debería ser libro de texto obligado para los que cursan educación básica. Del Salario del Miedo, qué decir. Es una pandilla gamberra y perra. Formar parte de ella me enorgullece, francamente bastante. 

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