¿Qué es lo que transforma al rock mexicano en algo único en su clase? ¿A qué se debe esa aura cuasi mística que gira alrededor de él como una suerte de neblina etérea y fantasmagórica? La respuesta a dichos cuestionamientos yace adherida a la historia de distintos proyectos que se han encargado de darle forma a la contracultura nacional a punta de afiladas estocadas de ingenio y belleza. Es precisamente de entre este compendio de leyendas y visionarios que destaca una perla negra en particular la cual, desde su surgimiento, planteó una reconfiguración definitiva de los preceptos que definirían a la música popular manufacturada en nuestro país. Nos referimos, por supuesto, a Café Tacvba.
Con 30 años de trayectoria, esta agrupación podría definirse como la portavoz por excelencia de la nueva identidad rockera de finales de siglo XX; mismo logro que se debe a una serie de aguerridas propuestas conceptuales que se encargaron de cristalizar a la cotidianeidad nacional para revestirla de una nueva aura de misticismo que invitaba a la juventud de una época particularmente problemática a reencontrarse con una serie de avatares autóctonos que, lejos de verse fijados en la monotonía del pasado, adquirieron una personalidad anacrónica que los transformaría en las efigies idóneas para múltiples rituales de carácter insólito.
Café Tacvba es una banda que supo hacer de los códigos populares su principal bandera; misma situación que dio pie a un profundo ánimo de legitimidad que, hasta la fecha, nos invita a abrazar sin concesiones una herencia etnográfica en la que todos -chicas banda, niños fresas, pachucos, cholos y chundos- tienen un lugar asegurado.
La música de Café Tacvba es poesía juglar que emerge del epicentro de la Tierra para pasearse coquetamente por los mercados, callejualas, plazas públicas, pulquerías y salones de baile de todo México; mismo fenómeno que nos recuerda que aquello a lo que llamamos “rock” no es sino una readaptación sonora de esa serie de ansiedades y esperanzas que definen al devenir cotidiano de una determinada sociedad.
A lo largo de sus tres décadas de existencia, esta agrupación ha dejado en claro que la música verdaderamente inmortal es aquella que no tiene miedo de mezclar matices irreconciliables, de hacer de las plataformas sonoras un auténtico festín de texturas donde todos los géneros, tanto autóctonos como foráneos, tanto tradicionales como modernos, tienen la misma importancia.
Misma situación a la que se suma un implacable ánimo vigencia que transforma a Café Tacvba en una auténtica institución viviente que, al igual que un elemental de la naturaleza, no detiene ni apresura su cauce bajo ningún tipo de imposición, sino que simplemente se deja crecer de forma instintiva, guiándose siempre por los propias ritmias de su porvenir.
Felicidades a nuestros queridísimos Tacvbos, y que la vida les devuelva toda esa alegría que su música le ha inyectado al mundo durante estas últimas tres décadas.
