¿Cuál es la verdadera esencia existencial del cine animado? ¿Hasta qué punto su propuesta estilística es capaz de ponernos en contacto con circunstancias las cuales, a pesar de su carácter fantástico, se tornan un reflejo de nosotros mismos? ‘I Lost My Body’, el largometraje debut de Jérémy Clapin, es una producción la cual propone una aguzada reflexión con respecto a dichas cuestiones.
En primera instancia, vale la pena resaltar que el diseño estético del que se vale ‘I Lost My Body’ no necesariamente es perfecto en cuanto a acabado artístico se refiere, sin embargo, es imposible ignorar esa contundencia sensorial con la que se afianza a nuestra propia estructura neurofisiológica para prestarle validez a un argumento insólito que, por instantes, se antoja plenamente aprehensible.
Valiéndose de las capacidades ontológicas más viscerales del dispositivo fílmico, Clapin entreteje una serie de cuestiones metafísicas que hacen de la imagen animada la prótesis fenomenal por excelencia; misma situación que está vinculada de forma estrecha a un argumento el cual, mediante ciertas ilaciones que transitan entre lo enternecedor y lo siniestro, nos ofrece una importante reflexión con respecto a esa memoria corporal la cual nos cohesiona como especie.
Por supuesto, uno de los elementos más controversiales de esta cinta es esa serie de argumentaciones un tanto ‘creepys’ mediante las cuales se da a la tarea de codificar una historia de “amor” la cual, por momentos, raya en lo obsesivo.
Sin embargo, es esta misma propuesta argumental la que nos permite asistir a un desdoblamiento perceptivo en el que dos perspectivas que corren de forma paralela se conjuntan para dejar en claro que esta existencia no es más que un compendio de desencuentros que, por instantes, parecen decantarse hacia horizontes plenamente insospechados.
Sin duda alguna, una excelente opción para tu siguiente tarde de Netflix.
