La ausencia es una constante en la obra de Nick Cave, desde Dig, Lazarus, Dig!!!(2008), grabado en tan sólo cinco días, que versa precisamente sobre la separación de todo: DIOS, SEXO, ARTE. Conceptos que se agudizaron tras el fallecimiento de su hijo Arthur, de quince años de edad, que se desplomó del famoso acantilado de Ovingdean Gap en Brighton, en la costa sur de Inglaterra.
Cuando Nick Cave publicó Skeleton Tree, en septiembre de 2016, no creía que un padre fuera capaz de grabar un álbum como ese, después de la brutal pérdida de su hijo. Terminaba de leer La canción de la bolsa para el mareo (Sexto Piso) y cada oración ascéticamente volcada ahí, me rompía.
Ghosteen de Nick Cave es tormento y es pasión, es sangre y es gloria; es el anillo de los dolores, el que lleva a cuestas las angustias, la advocación y la piedad. Un álbum, una vibra bajo el impulso de una nota, de un verso, de una imagen, un pequeño fantasma o “un duende de familia”, como escribiría Oliverio Girondo. Ghosteen es el espíritu de un adolescente extraviado… hasta que su padre tecleó la combinación exacta de letras y este resucitó un instante, para congregar la declaración: “Estoy a tu lado, mírame / trato de olvidarme de recordar que la nada es algo / donde algo está destinado a ser”.
Ghosteen es un álbum doble, estrenado sin publicidad de por medio, bajo el minimalismo ambiental del maestro Warren Ellis; una majestuosa y verdadera pieza de arte sobre la pérdida, en este caso, ya no personal sino colectiva: un canto dulce a los niños muertos en accidente.
Dolor, testimonio y auxilio que nos recuerdan que podemos levantarnos de cualquier abismo; que se puede tener contacto con la muerte sin cruzar el río, si hay amor de por medio.