Se ha creado la ficción del control absoluto, de recibirlo y aplicarlo. Las relaciones humanas se dan con muchas lentes y más pantallas. La mayoría tenemos en nuestro poder una cámara, con ella todo debe ser retratado: la fiesta, el café, el descanso, el día de playa o un simple encuentro con otra persona. Y no para el archivo personal. El book vivencial de cada uno va derecho a nuestro yo virtual. Con alegría somos “etiquetados” y nos etiquetan”. Resistirse a ser retratado no solo se ubica en la categoría del mayor aguafiestas del evento, sino que te arroja al mundo de los parias. La foto o el vídeo es el momento cumbre, pero también el hilo conductor para cualquier acto recreativo de cualquier tipo. No es extraño que por un lado nos sintamos obligados a no escondernos, y por otro, con la facultad de conocer cada movimiento de los demás. Pero la imagen no es suficiente. En un acto de cyber alquimia hemos pasado de lo físico a lo mental. Debemos mostrarnos en nuestras opiniones con la misma naturalidad con la que posamos para una foto o interactuamos en un vídeo. Es la dinámica establecida en las redes.
Un reciente artículo de NY Times, firmado por Michael Powell, en relación con las manifestaciones de todo signo político en EEUU durante la pandemia, contradiciendo las indicaciones de las autoridades sanitarias, recogía las palabras de Catherine Troisi, epidemióloga especialista en enfermedades infecciosas del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en Houston, que lógicamente estudia el COVID-19. Ella, como otros decenas de miles de ciudadanos, asistió a una concentración contra el racismo. Troisi confesó a Powell que al verse en medio de una masa de personas fue presa de una gran contradicción. “Por supuesto que condené las protestas que se opusieron al cierre de emergencia en aquel entonces, y no condeno las protestas ahora, y me cuesta trabajo enfrentarlo”, admitió Troisi, “se me dificulta articular por qué está bien” concluyó. La científica se vio a sí misma en la más absoluta de las hipocresías, atrapada, sin voluntad bajo un auténtico lavado de cerebro que impide la coherencia. Si Troisi criticó las concentraciones de la derecha contra el confinamiento, por qué acudía a las del movimiento Black Lives Matter. El sociólogo francés del XIX, Emile Durkheim, escribió : “¿Acaso no es ella la que hace que nos parezca tan extraña la manera tan especial en que los conceptos religiosos -que son colectivos en el más alto grado- se mezclan, o se separan, se transforman unos en otros haciendo que nazcan compuestos contradictorios que contrastan con los productos ordinarios de nuestro pensamiento privado?”. La coacción social no es un invento nuevo, pero nunca tuvo una herramienta tan poderosa como la pérdida de la privacidad que han supuesto las redes.
El primer temor es no estar en ellas, el segundo inmediato es el qué pensarán los demás miembros a los que se ‘likea’ y por los que por tanto se desea ser ‘likeado’. El blanqueado de corporaciones en el reciente boicots a las redes sociales y la caza de brujas en medios, instituciones y organizaciones civiles ha provocado que 150 intelectuales, Noam Chomsky, Gloria Steinem, Margaret Atwood, JK Rowling, Wynton Marsalis y Fukuyama, entre otros; firmen una carta advirtiendo de la deriva intolerante de los recientes movimientos progresistas. ¿Pero son realmente progresistas? El derribe de estatuas – Trump amenaza con levantar muchas más- , el revisionismo lingüístico y cultural, los juicios sumarios en redes sociales, la división entre buenos y malos, el afán de una justicia simplista sin respetar la libertad ni la intimidad es parte de un giro reaccionario de la sociedad. Se está estableciendo una obligación de posicionamiento generalizada, yendo contra la más básica norma de privacidad, con el añadido del impulso humano por tener siempre la última palabra, lo que genera espirales sin fin de enfrentamientos. La carta de los intelectuales advierte de cómo se está exigiendo “represalias rápidas y duras en respuesta a lo que se percibe como transgresiones del discurso y el pensamiento”, es decir acabar con cualquier tipo de divergencia intelectual.
La marea prohibicionista no cesa en las democracias liberales. El gobierno de EEUU amenaza con cerrar Tik Tok. Mike Pompeo, Secretario de Estado de EEUU, aplaude la decisión de India de prohibir decenas de aplicaciones chinas, incluida Tik Tok, a las que denomina “apéndices del estado de vigilancia del Partido Comunista Chino”. En Francia, el pasado mes de mayo, se aprobó la ley Avia que exige a plataformas online como Facebook, Google, Twitter, YouTube, Instagram y Snapchat retiren el contenido reportado como “promotor del odio” en 24 horas y en una hora el reportado como “terrorista”. Las multas van de hasta 1,25 millones de dólares al 4% de los ingresos globales de la plataforma. La lista de posibles ofensas incluye “la incitación al odio, o el insulto discriminatorio en función de la raza, la religión, la etnia, el género, la orientación sexual o la discapacidad”. Pensar en relaciones virtuales a través de las redes sociales sin que nadie se dé por ofendido, solo se puede lograr callando al otro. La pelea social en este momento es definir quién es el complemento circunstancial y quién el sujeto de la relación cibernética. Ya existen fronteras para frenar al que busca una vida mejor. Muros y vallas en EEUU o España, en Israel sirven para ni ver al que la reciente historia arrebató su normalidad, lo cual no evita observar las llamas del otro lado, como recoge el músico israelita Rejoicer en su último trabajo. Cercar el pensamiento es el siguiente escalón.
La próxima vez que en medio del jolgorio de celulares grabando y retratando, alguien se haga al lado, que sepan los demás lo hace como un acto instintivo de insumisión y libertad.
Lee más textos de Borja y #PanDeOpio aquí