En la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes —sección paralela a la competencia principal— se presentó YES, del cineasta israelí Nadav Lapid. Filmada recientemente en su tierra natal, en medio del genocidio palestino en curso, YES se convierte en una obra de feroz urgencia política y estética. La historia gira en torno a un músico que es convocado para componer un nuevo himno nacional israelí, tras los ataques del 7 de octubre. Pero este argumento apenas es un punto de partida para que Lapid despliegue un grito salvaje —anárquico, lúcido, incómodo— sobre el papel del artista en un mundo sin lugar para la belleza.

Con un estilo visceral y desbordado, Lapid transforma la cámara en un testigo rabioso, que se abalanza sobre cuerpos, espacios y contradicciones, sin efectos ni distancias morales. El resultado es un testimonio de hedonismo terminal, una especie de exorcismo cinematográfico sobre la culpa de habitar este tiempo. A través de un lenguaje cercano al neorrealismo hipertrofiado, YES se erige como una de las películas más provocadoras del festival: un retrato desagradable y febril del fascismo contemporáneo, narrado desde las entrañas del perpetrador.
En un tono diametralmente opuesto, la cineasta estadounidense Kelly Reichardt presentó The Mastermind, una comedia screwball y heist film al mismo tiempo y de tempo bressoniano, minimalista y afinada con ternura quirúrgica. Ambientada en la Massachusetts de los años 70, la película sigue a James Mooney (Josh O’Connor), un hombre privilegiado que desde el ocio y la frustración, decide robar cuatro pinturas de arte conceptual de un museo local. Su plan, torpe y mal concebido, rápidamente se desmorona,desencadenando una serie de malentendidos con toques de sátira y dulzura. Con la ironía medida que caracteriza su cine, Reichardt reflexiona —sin alzar la voz— sobre el lugar del arte en tiempos convulsos, y lo hace con una humanidad que desarma. A través del humor y la contemplación, la película plantea una preguntas en relación a la moral y su relación con la belleza
Y en otro extremo del espectro, la muy esperada tercera película del director chino Gan Bi, Resurrection, llegó al festival envuelta en un halo de misterio y leyenda. Se decía que el filme aún se estaba rodando cuando se anunció su inclusión en la programación, y que los subtítulos se corregían durante los primeros días del certamen. Pero Resurrection se revela como una meditación ambiciosa y barroca sobre la historia del cine y la transformación económica de China. Desde la imitación, Gan Bi ensaya una coreografía visual que atraviesa el expresionismo alemán, la melancolía de Wong Kar-wai, y el realismo austero de Jia Zhangke. La película se construye como un laberinto de espejos, en donde cada plano parece citar a sus ancestros fílmicos y, al mismo tiempo, vaciarlos de sentido.
A diferencia del salvajismo de Lapid, Gan Bi despilfarra desde la estilización y el artificio. En su búsqueda de un cine total, la película brilla y se desborda, pero también deja tras de sí una estela de vacío: como un templo construido sobre ruinas donde la belleza se contempla pero no se habita. Eso fue Cannes este 2025.
Anterior:







