Opinión

#EnMisTiempos: El día que compré mota con tarjeta de crédito

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#EnMisTiempos: El día que compré mota con tarjeta de crédito
Ambulante 2024

Your memory’s gone
and so is your life,
Mota boy

The Offspring

Me aconsejó un amigo que se dedica al marketing: si quieres saber lo que viene en cuestión de tendencia, fíjate lo que esté haciendo la gente en la ilegalidad. En poco tiempo, será lo que impere en el mainstream.

¿Ejemplos? La música, sin lugar a dudas.

TXT: Arturo J. Flores

El mismo Napster por el que Metallica y The Offspring derramaron litros de bilis en los 90, sentó las bases para que hoy en día escuchemos música en plataformas como Spotify, Deezer y Apple Music. La historia de Spotify se parece mucho a la de una película de espionaje y la de una banda de rock emergente: en su narrativa, Daniel Ek, un muchacho sueco, trabajaba en un garaje con su computadora, para cristalizar una idea revolucionaria que terminaría por derrocar el imperio discográfico que durante más de un siglo nos vendió las grabaciones a precios exorbitantes.

Es verdad que el dinero que llega a los artistas por la explotación de su obra en streaming es mínimo, pero igual de raquítico era el porcentaje que le correspondía a un artista emergente cuando lo firmaba una major en sus mejores tiempos. Además, el “elegido” era obligado a renunciar a la propiedad de su obra y muchos grupos que en los 90 gozaron de algún one hit wonder, se vieron obligados a ver cómo sus grabaciones se quedaban enlatadas y otros, de los tamaños de El TRI (nos puede o no gustar, pero es lo de menos), no fueron más los dueños de sus canciones, hasta que la independencia se las devolvió.

Recuerdo que las Víctimas del Doctor Cerebro me contaron que un disco completo se vio imposibilitado a salir debido a las triquiñuelas contractuales de EMI y no lo sé, pero es posible que aún duerma el sueño de los justos en las bodegas que, con el paso de los años, se desmoronó como los Sex Pistols lo advirtieron en la canción que le dedicaron.

“Sólo lo hicieron por la fama y no necesito su presión”.

Hace un par de días fui al concierto de Cage The Elephant.

Me impresionó no únicamente la actuación del vocalista Matt Shultz, su energía e histrionismo, sino la explosiva ejecución de la banda. El guitarrista terminó estrellando su guitarra contra el piso y los amplificadores, como no se veía desde hace tiempo en los acartonados escenarios actuales.

La primera vez que escuché del grupo fue por un compilado digital que la disquera Jive solía enviar a una lista de periodistas musicales de diferentes países a través de una mailing list. Semana a semana descubría música nueva y ellos, los originarios de Kentucky, me engancharon desde el primer momento gracias a su sencillo Aberdeen. Siempre he querido saber si lo titularon así por alguna referencia al pueblo donde nació Kurt Cobain. Hace tiempo que ya no lo tocan en vivo. Desde entonces han lanzado tres discos más y orientado su sonido hacia un rock mucho más delicado y melódico, por mucho que en vivo sean unos respetables generadores de estruendo.

Nunca me ha gustado colarme hasta adelante. No me atrae presenciar un concierto apretujado contra la valla, sosteniendo como Atlas en mi espalda, el peso de cientos de enfebrecidos compradores de boletos.

Así que me quedé en medio. Durante la hora y media que los CTE descargaron su repertorio en el escenario del Pepsi Center, observé a más de una docena de chicas salir de aquella vorágine de sudorosas anatomías, instaladas en un ataque de pánico.

¿Cómo fue que una banda que se pudo quedar tocando en el bar de su colonia en Estados Unidos llegó a afectar el tránsito de la colonia Nápoles de México con su primer sold out?, me pregunté.

Indirectamente por culpa de Shawn Fanning, el creador de Napster.

Aunque a los más jóvenes les parezca que los chavorrucos somos una especie deleznable y obsoleta (es natural que las nuevas generaciones despotriquen de sus antecesoras), lo cierto es que si nosotros no hubiéramos compartido archivos P2P en los 90, ustedes no estarían hoy disfrutando de una media de cinco conciertos internacionales por semana en la CDMX.

Lo que la gente hace en la ilegalidad, se volverá tendencia en poco tiempo. Las manifestaciones contraculturales suelen ser absorbidas por el sistema, procesadas y devueltas como productos para su consumo.

El reggaetón, el rock, los pantalones con agujeros y las redes sociales son el más puro ejemplo.

¿Quieres más?

¿Era o no el perreo un fenómeno prohibido, malmirado y calificado como un ritual de apareamiento animal? ¿Es o no J Balvin el headliner más recurrente en los grandes festivales antes dominados por los guitarrazos?

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Hace unas semanas estuve en Montreal en un viaje de trabajo. Invitado por el Ministerio de Turismo, a disfrutar de todas las bondades que la ciudad le ofrece a los viajeros. Entre ellas, las tiendas de mariguana.

Sí, porque en Canadá es legal comprar y fumar mota de manera recreativa. La misma que en México está prohibida pero que, cuando menos, ha visto la luz de la aprobación en cuando a su uso medicinal se refiere.

Entré a uno de esos establecimientos apenas abrió. Antes hice media hora de fila junto a algunos chicos de 21 años (lo sé porque para ingresar se les exige una identificación), viejos barbudos en bermudas que parecían el cliché del trabajador en retiro y uno que otro enfermo que busca paliar el dolor con un buen churro.

En menos de 10 minutos compré un cigarrito perfectamente bien enrollado, depositado en una especie de tubo de ensayo plastificado. El ambiente de aquella tienda era la de un Starbucks para pachecos, en la que los baristas te aconsejaban adquirir diferentes tipos de indica o sativa, de acuerdo con tus necesidades. Lo mejor es que puedes encender el cigarro en la calle, porque en Montreal puedes fumar mota en la calle. Incluso puedes beber alcohol en los parques siempre y cuando lo acompañes con alimentos. Tengo que decir que nunca vi a nadie armar ningún tipo de alboroto y sólo escuché a una patrulla pasar por las calles en los tres días que estuve ahí. Los policías bostezaban de aburrimiento.

Me ilusiona pensar que para allá caminemos. No por la mariguana, sino por el respeto que representa permitir que cada uno decida sobre lo que hace o no con su cuerpo.

Decía líneas arriba que el sistema termina por aceptar las conductas marginales y transformarlas en actividades cool de consumo.

Casi olvidaba decir que pagué por mi churro de mota con tarjeta de crédito.

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