Entrevista: Toño Quintanar
El director responsable de trabajos como La Frontera Infinita (2007) y ganador de la Cámara de Oro de Cannes por su desempeñó como fotógrafo en la cinta Año Bisiesto está de vuelta con un nuevo largometraje (La Balada del Oppenheimer Park) el cual nos ofrece una aproximación absolutamente vivencial hacia el fenómeno de las comunidades indígenas canadienses que han sido segregadas por un Estado que las define como una auténtica plaga.
Opeenheimer Park es un escenario público ubicado en el East-West Side de Vancouver en el que distintos nativos canadienses se reúnen para beber, convivir y soportar juntos el devenir de una civilización que se contenta con ignorarlos de forma arbitraria. Mismo panorama que es registrado por un Sepulveda quien, mediante un despliegue absolutamente plástico del género documental, nos muestra un rostro veraz y específico de la marginación que los grupos indígenas deben de padecer a causa del llamado “progreso”.
En entrevista para Marvin, el director aborda con palabras proféticas y desafiantes temas sumamente espinosos como son los procesos de colonización de occidente, la necesidad de que el cine regrese a sus etapas más transgresoras y la hipocresía que rige actualmente al género documental
Maarvin: ¿Cuál es la esencia de este nuevo trabajo (La Balada del Oppenheimer Park)?
JMS: Una película siempre es un conjunto de relaciones y esencias. Cuando me fui a Canadá a hacer unos estudios de posgrado, eventualmente decidí hacer una película. Estaba muy inspirado por un parque en el Centro de Vancouver que durante los ochenta era un territorio controlado por la población centroamericana que había sido exiliada por las guerrillas. Fue así como se conformó una de las pandillas más temidas del centro. Se dedicaban al negocio del crack. Me fascinaba esta cara del exilio que no se conoce. Esta cara ilegal, transgresora. Comencé a visitar el parque esperando conocer a estos viejos dealers. Me encontré con que casi todos estaban casados con nativo(a)s canadienses que tienen que ver con la población indígena que está exiliada en Vancouver. Fue así como me encontré con una situación contemporánea de las poblaciones nativas del Canadá. Poco a poco, me fueron abriendo los ojos acerca de las situaciones que tuvieron que pasar debido a la colonización. Fue así como terminé interesándome por abordar la perspectiva de los indígenas nativos que se reúnen en el parque.
Marvin: ¿Consideras que los sucesos cotidianos que retratas tienen que ver con alguna clase de “reapropiación cultural?”
JMS: Siempre tenemos esta visión de la antropología clásica en la que la preservación de la cultura implica que los sectores indígenas recuperen sus tradiciones milenarias. No se le entiende en el presente y eso es discriminación. Más allá de desaparecer, las culturas van evolucionando y no dejan sus tradiciones aún cuando, aparentemente, están disueltas en lo contemporáneo. La tradición que me importaba rescatar no es la clásica, sino beligerante. Incluso el acto de beber, desafiar una prohibición legal que impide beber en la vía pública, es una resistencia contra la imposición de la ley y el orden. Es un reflejo de la tradición de los guerreros indígenas.
Marvin: En este trabajo observo una necesidad por deconstruir la imagen del indígena, pero también de renovar al género documental.
JMS: Nos ha tocado vivir una etapa muy particular en la que, después de ser una plataforma marginal, el cine documental se ha transformado en una forma muy popular. Una forma en la que las grandes corporaciones están invirtiendo para su desarrollo. El documental ya es una potencia económica muy fuerte. Esto nos habla de muchos peligros que corre el documental, porque se erige como el “constructor” de una verdad; una “visión verdadera de los hechos”. El documental también es una construcción. Es una forma de aniquilar lo político. Ya no hace falta que yo vaya a manifestarme. Basta con que vea una película sobre un tema socialmente relevante para que yo esté “consciente”. Ya no salimos a la calle, ya no luchamos con los puños. Es obligación del documental romper con estos cánones para volver al cine crítico, al cine que provoca. No es el cine del conceso. El cine documental tiene la obligación de volver al cine marginal, al cine crítico. Romper con el canon.
Marvin: ¿A qué crees que se deba el fenómeno de segregación que los pueblos indígenas han sufrido a lo largo de los años?
Al desarrollo, al progreso. El desarrollo de las grandes potencias siempre está dado a partir de actos de barbarie. Walter Benjamin dice que “todo hecho de cultura es, al mismo tiempo, un acto de barbarie”. Para que un país se desarrolle como la hacen las potencias anglosajonas hay que exterminar al otro, hay que imponer. La relación que establece la población blanca con la indígena se basa en el confinamiento o la exterminación. Hay que controlar a través de los parámetros que el pensamiento occidental establece
Marvin: en tu papel como documentalista, ¿hasta qué punto te permites intervenir lo que sucede frente a la cámara?
JMS: La no-intervención se erigió como un principio formal del documental de forma absurda. Nos condiciona históricamente. Los teóricos que analizan el cine documental siempre toman en cuenta el índice de intervención como una forma fácil de clasificación. Es claro que el arte fílmico es, por sí mimo, un acto de intervención. Entras a una realidad y la cámara la condiciona, en mayor o menor medida. Estos documentalistas que se venden como héroes de la no intervención, héroes de la pureza, de la otredad que es captada en su momento más pristino. Son moralistas que siguen creyendo en la virginidad, en lo puro. El documentalista tiene que ser honesto y dejar en claro que está interviniendo. El documental también es una reinvención creativa. Implica reinventar el material. Si no es durante el rodaje, será durante la edición. ¿Por qué poner las manos atrás después de arrojar la piedra?