El tsunami de información que ha generado la más reciente película de Darren Aronofsky ha sido suficiente para crear, quizá, expectativas muy altas sobre The whale. Esto tuvo lugar gracias al regreso de Brendan Fraser y los aplausos que recibió en Cannes por su actuación, encarnando a un hombre con obesidad mórbida, lo cual activó los resortes de una audiencia movida en alto porcentaje por el morbo. Marca de la casa de Aronofsky, quien hizo algo parecido con Micky Rourke en The wrestler (2008).
TXT:: Jacobo Vázquez
Ahora bien, el estreno en México de The whale no fue la excepción a la mencionada tendencia morbosa. A la fecha, las salas de cine se siguen llenando para ver la actuación que tal vez le dé el Oscar a Fraser por Mejor Actor. Sin embargo hay ciertos detalles que dejan ver la fragilidad de la cinta, que por momentos cae en un drama fácil sostenido por los clichés que tan bien funcionan en la industria del cine de Hollywood.
Ahí está la condición y apariencia física del personaje principal, que se explota de manera explícita e inmediata para extraviar así la posibilidad de imaginarle a través de la pantalla apagada en una clase en línea. Así, una vez presentado en su totalidad, el protagonista y su perfil terminan sintiéndose falsos. Encima, no podía faltar el recurso mil veces utilizado de mezclar momentos dramáticos con un poco de comedia, algo que recae entre el personaje estelar y su enfermera, interpretada por la actriz Hong Chau.
Conforme va avanzando la película y se va ampliando el panorama, formato apegado a la obra de teatro en la cual ésta se halla basado el filme, el melodrama se va volviendo predecible y pretencioso, sobre todo en los momentos donde Fraser proyecta puntos de quiebre, los cuales seguramente aparecerán en la ceremonia de entrega de los Oscar. En otra esquina, el tema de la autodestrucción de una persona resulta interesante, pero poco efectivo en la historia, básicamente debido a las inconsistencias que presenta el personaje central.
Ciertamente existen elementos de sensibilidad a través de la literatura, aunque estos caen en los terrenos de la cursilería, lo que hace que la historia termine hundiéndose terriblemente. Tomando todo esto en cuenta, tal vez lo más impresionante de ir al cine a ver la última película de Darren Aronofsky sea ver cómo el público come palomitas, nachos y refrescos mientras ve en la pantalla a una persona que encalla comiendo pizza, pollo frito y refresco.