Txt: Aldo Mejía
No hay tiempo para titubeos. Arctic Monkeys sale al escenario del Foro Sol y luego de apenas unos segundos empieza a sonar el compás de la batería, como si del latido de un enorme corazón se tratara, hasta que entran el bajo y las guitarras con ese característico riff. Pronto la cámara enfoca a un Alex Turner que luce como el prototipo de rockero de siempre, como un clásico que no pasa de moda.
La chamarra de piel, los pantalones negros, una gafas oscuras y el cabello echado para atrás abultado en la parte superior. Do I Wanna Know?, pregunta el público al unísono y a penas si reconozco mi propia voz entre la multitud. De repente reparo en que, a mi manera, voy con la misma pinta que Turner y no estuve exento del sueño adolescente: ser un pinche rockstar.
Por un momento me la creo, sin la presión de tener los ojos sobre mí y con la garganta clara, canto con tanto sentimiento como puedo mientras truenan las guitarras. Maybe I’m too busy bein’ yours to fall for somebody new. Todos los instrumentos bajan la intensidad mientras lamento en el verso todo, cualquier cosa. Meditabundo, lo rockstar me duró si acaso media canción.
El fino arte de telonear
Fueron Miles Kane y The Hives quienes se encargaron de calentar el ambiente. El primero salió pasadas las seis de la tarde, mientras el sol se situaba en la cabecera del foro. Ahí todavía se sentía cierta energía luego de la vigésima edición del Vive Latino; como una brasa a la que nada más había que volverle a soplar.
Miles Kane, quien en vivo encuentra todo el potencial que sus discos no pueden contener, se encargó de avivar la llama. Con un puntual set de nueve canciones supo contagiar a quienes ocupaban un lugar en primera fila. Desde ahí se alzaron las manos hasta hacer eco en las gradas, en donde hasta los más incrédulos de la calidad del músico inglés movieron la cabeza.
A Kane lo acompañaba un grupo que apresuró el paso para hacer un espectáculo, aunque en más de una ocasión exigió, más que llamar la atención, la joven baterista Victoria Smith, a quien también se le puede recordar como parte de Soulwax. Qué forma de imprimir energía en cada golpe. Sobre todo en Come Closer, canción que cerró su turno. Le subieron la intensidad y la velocidad para dejar más que caliente el venue.
Unos minutos más tarde, The Hive subió para poner a tono la hoguera. La estafeta también la recibió el baterista, Christian Grahn, pues pocas cosas ponen a tono tanto al público mexicano como un set de percusiones bien ejecutado. Come On fue la elegida para inaugurar la noche del domingo. Y desde ahí no bajaron el ritmo.
Sin embargo, fue cuando sonó Won’t Be Long que recordé que alguna vez sentí la curiosidad adolescente por ser músico. Pero no lo logré claramente; si acaso, el único teclado que estoy en vías de dominar es el de la computadora. Pero no hay manera de no emocionarse cuando suena el riff.
Más aún, cuando Pelle Almqvist maneja el show con ese estilo, en el que a veces más que cantar aúlla. Con un divertido español, Pelle explicó que en un concierto “de los Hives“ no hay silencio Nunca. ¿Están bien los Hives?, preguntaba Howlin’, la respuesta era un inclemente grito venido de todas partes.
Y entonces, Tick, tick, tick, ¡boom!
Adolescente fluorescente
Horas antes de que abrieran las puertas el domingo, algún medio reportó que había al menos quinientas personas formadas desde hacía más de veinticuatro horas. En la foto se les veía recostados en el piso, cubiertos apenas por unos plásticos negros. Si de algo sirvieron durante la noche, temo lo contrario durante el inclemente sol de la tarde.
Pero aquello debe de haber valido la pena pues a quienes estaban aferrados a la valla frente al escenario se les veía con suficiente energía como para aguantar e inclusive bailar y responder ante los primeros artistas. Contrario a la joven con la que coincidí y me acompañó todo el concierto. No daba crédito a que alguien conociera a ambas bandas.
Y ahí estoy, explicándole que muchos conocimos a las tres bandas del día como reacción en cadena y que gustamos de lo que hacen. Debajo, todos saltaban y gritaban ante el inglés y los suecos. ¿Y qué se siente tener 25 años?, me preguntó la joven Frida. Zas. La adolescencia en la que conocí a los Arctic Monkeys quedó ya muy atrás.
Trato de estrellas
La segunda canción de los Arctic Monkeys fue Brianstorm, a la que le ha venido bien el pasar del tiempo. El grupo la toca con agilidad y energía, mientras que el público no deja de saltar al grado de hacer temblar las gradas en las que se me asignó como prensa. Algo tiene ese puente en el que Matt da certeros golpes a los toms, algo tiene.
Pero debe ser difícil cumplir con las expectativas que genera un grupo con una carrera como la de los ingleses. Parece que no terminan de asentarse en el gusto general su producción más reciente, Tranquility Base Hotel + Casino (2018); la quinta canción fue One Point Perspective, mucho más tranquila que sus antecesoras. Para luego seguir con I Bet You Look Good on the Dancefloor.
El contraste entre AM y Tranquility Base es palpable en todos lados los sentidos: las letras, el ritmo y la atmósfera. Por ello el grupo exigió a sus fans tanta capacidad de atención como condición física para bailar. Y la verdad es que la gente no respondió nada mal ante The Ultracheese, que a fuerza de ser partícipes del show, los fans encendieron los flashes de sus teléfonos como en otros tiempos, quizá, sus padres hicieron con los encendedores.
Se contoneaban al compás de la canción y de las delicadas notas del piano, que bien vale decir, qué bien se comportó el sonido toda la noche. Sobrevinieron con fuerza Teddy Picker y Dancing Shoes, que mandaron a los teléfonos de vuelta a los bolsillos de algunos dispuestos a saltar eufóricos. Turner hacia lo propio: aventaba el micrófono con todo y pedestal para jalarlo de regreso y recibirlo con el pecho.
Entonces viene un frentazo: en esta vida eres de los que hace llamadas a deshora y en estado inconveniente o el que recibe dichos mensajes. Sobre una constante línea de bajo me pregunto qué necesidad de unos tragos de más para coger valor y poder hablar. Si es que acaso se puede articular palabra amorosa alguna. Si es que acaso no lleva a un desastre.
Pero todas mis defensas bajan cuando suenan esas breves notas de piano que abren 505. Aunque ya la había visto en la lista de las que tocaron en Monterrey, de igual forma me tomó de imprevisto. Porque si acaso alguna mujer me ha querido, nada brindaba la tranquilidad de saber que estaba esperando por mí, lo que me tomara llegar hasta ella. Y de nuevo me siento un pinche rockstar, pero uno de los que trata de rescatar una carrera en declive. Rockstar al fin y al cabo.
Unas líneas de luz neón recorren el escenario, semejan las figuras que están en la portada de Hotel + Casino, una cortina de color café y un muro de luces amarillentas completan el diseño del escenario. Por supuesto que parece un viejo hotel americano como se ve en las películas.
Cuando Turner se sienta al piano, un reflejo le pega directo en las gafas, pero parece que el destello proviene del vocalista. Apenas si dura unos minutos en las pantallas la imagen, pero si no fue a propósito, qué bien les salió. Jamie Cook se mantiene más bien con un perfil bajo, es su guitarra la que habla, la que capta la atención mediante el oído. Lo mismo que Nick O’Malley con el bajo, que si bien no volvió a vibrar el foro a causa de los asistentes, fue porque el bajista nos tuvo contra las cuerdas.
Para muestra de lo anterior, el cierre con Arabella y R U Mine?, que dejan el calor por los aires, con la decepción de algunos por saber que no hay más. Pero no en mí, este texto es mi encore. Procuro poner en el teclado aunque sea la mitad de energía que el grupo inglés a este concierto. Después de todo, a veces soy un rockstar.