Existe algo asombroso, seductor y muy atractivo en el oro. Obsesión alquímica durante siglos, afirmación identitaria de todo tipo de tribus e ícono de la cultura musical afroamericana del siglo XX. Entre otros, en el soul y el jazz —de Sun Ra a Isaac Hayes—, y luego en el estilo único que la generación hip hop aportaría al mundo desde los escombros de su génesis, basado en los principios de paz, amor, unidad y diversión que Afrika Bambaataa delineó desde la Zulu Nation. Como pocos símbolos, la joyería representa la trascendencia de la cultura callejera sobre la estética mainstream global que vivimos a pleno hoy en día.
Pero además de todo eso, para Coloso de Oro este metal precioso cuyo tratamiento se remonta cinco siglos atrás, atesora un valor humano entrañable: sólo mandas a hacer o compras una joya preciosa para una persona que amas, o para darte un obsequio especial que también puede ser una inversión con el paso del tiempo. El oro no se devalúa o, si ocurre, suele ser muy poco. Esto lo dice el joyero enmascarado luego de destapar una lata de cerveza fría. Nos ponemos cómodos en las sillas de su comedor minimalista moderno de madera maciza. Coloso abre una elegante y pequeña caja con espacios, cajones y recovecos de donde emergen, como en una matrioshka, algunas de sus brillantes creaciones.
Es un domingo de junio y desde el poniente, los últimos rayos de un sol ambarino se cuelan por el ventanal del departamento. Su morada en el Centro Histórico de la Ciudad de México es amplia, fresca y apacible. Afuera comienza a llover y, de la cajita, Coloso toma piezas de todos tamaños: anillos, aretes, cadenas, pulseras, dijes… Representaciones miniaturas de la lucha libre, de la cultura pop y del rap; como este pequeño Notorious B.I.G., el rapero estandarte de la costa este neoyorquina de los noventa asesinado en 1994 durante la llamada guerra de costas. El busto, de oro sólido, llama nuestra atención de inmediato.
También salen moldes de hule, prototipos en cera perdida de las figuritas personalizadas, diseñadas y esculpidas a mano. El proceso de fundición a la cera perdida es una técnica milenaria utilizada en la joyería para crear piezas detalladas y complejas. Comienza con la creación de un modelo de cera esculpido por Coloso. Éste se utiliza para hacer un molde maestro negativo de goma vulcanizada que permite la inyección del metal fundido mediante gravedad o vacío. Tras enfriarse, el molde se sumerge en agua para disolver el revestimiento y liberar las piezas de metal, que se limpian, cortan y, finalmente, se pulen. “Ciento por ciento a mano y con oro fino de proveedores autorizados. Nosotros no trabajamos con impresión 3D”.
Como aquel dije de un Cristo sobre la cruz con cara de alien que días antes le hizo bajo encargo al productor dominicano Raymi Paulus (Paulus Music), crédito tras la consola de producciones de Rosalía, Ozuna, J Balvin, Tokischa, Eladio Carrión, Anuel, Drake y French Montana. Raymi se identificó con lo que, dice Coloso, es su estilo:
“Las personas confían en mi arte, en mi gusto y lo que podría hacer único para cada una. Trabajo con cariño y mucho respeto porque soy consciente de que en México es difícil tener el poder adquisitivo para hacerse de una pieza así. Un gramo de oro fino de 24 kilates, ahora que acaban de pasar las elecciones, lo estábamos comprando en mil trescientos pesos. De ahí hago la aleación con otros metales para dejarlo en 14 kilates, que es lo que yo trabajo. Recomiendo hacer todo con el mínimo de 14 kilates. Porque si no baja mucho el precio y, por ejemplo, si en algún momento lo necesitas empeñar, te darán menos. Yo entrego todo enquintado, con mi quinto, o sea mi sello o registro oficial, y un análisis de la validez”.
Hace una media hora Coloso de Oro nos recogió afuera de la estación de un Metro cercano a su domicilio. Irving, Mar y yo lo reconocimos por su forje y su estilo tumbado: alto, pelón y tatuado; aretes dorados y lentes de micas gruesos con detalles metálicos. Botas miel Timberland, bermuda cargo y playera polo verde. Sobre su rostro no puedo decir mucho. Porque faltaría el respeto a la identidad secreta que toda leyenda del pancracio se reserva bajo la máscara. Y quemaría otra razón de peso que nos explicará después.
Primera cuerda: ¡Lucharán a dos de tres caídas, el abogado vs el joyero!
Estamos en 2021. Un joven recién egresado de la carrera de leyes madruga, enciende su Kia Forte y maneja todas las mañanas a su trabajo en Cuernavaca. Ahí, en el Tribunal Colegiado del Decimoctavo Circuito, le da seguimiento a casos contractuales. Tiene un jefe, un juez con memoria fotográfica, que lo recomendó. Cuenta con una base en una institución pública y caja de ahorro, ejerce su carrera y tiene seguridad social. Pero algo le falta. En la vida como en su oficio, el refrán popular de que no todo lo que brilla es oro nunca se le hace tan certero.
Acaba de cumplir treinta años de edad y alterna su chamba de abogado con el trabajo joyero de la familia, nativa de Iztapalapa. En los años noventa, su mamá comenzó a trabajar en un taller del Centro Joyero Zócalo de la calle Madero. El gremio ahí era de judíos. Cada taller se heredaba a los hijos y era un círculo un tanto cerrado. La madre de Coloso tuvo la oportunidad de hacerse de su propio negocio. Para concretarlo, invirtió todo el capital familiar para comprar una tienda y echarla a andar. Fueron años duros para la familia.
Coloso crece con el oficio. Aprende desde morro, de su mamá y de su gremio, los secretos oscuros y luminosos: si una pieza de joyería es de oro de verdad, no debe oler a metálico, cada quien tiene su fórmula para saber cuántos quilates puros tiene este collar, aquella pulsera, ese anillo. Se calcula mentalmente o en la calculadora. Para saber cuánto va a pesar una pieza puedes pesar tu molde de cera o tu molde de plástico y lo multiplicas por catorce. Si, por ejemplo, una pieza ya hecha pesa veinte gramos y es de 14 kilates, puedes saber cuántos gramos de oro fino tiene si ese peso lo multiplicas por .616. Hay quien compra oro, limpia las piezas que sirven y las vuelve a vender. Las que no, las funden y afinan. Nadie puede vender el oro más caro o más barato que el estándar del gramo fino, de lo contrario hay algo raro.
Se sabe, el Centro Histórico es territorio de ladrones de la vieja escuela que te quieren meter gol con piezas falsas de oro y plata. El goleo, arte viejo de la estafa en joyas. Sin embargo, el Centro también es una fuente de riqueza honesta si sabes trabajar el metal, elegir a un buen forjador, una buena placa de oro sólido, derecha. Todo cuenta. Trabajar a mano, el detalle y de absorber cierta mística o don de gentes para aclientarse.
Pronto, el joven joyero y abogado se hace de clientes en el Tribunal. Les ofrece, hace y lleva piezas personales. De día viste traje y sabe de leyes; en el segundo turno, luego de rifarse el trayecto de la Ciudad de México a la capital morelense, prepara los moldes, conecta forjadores e inyecta oro. Una madriza. En eso está cuando llega un parteaguas: le queda mal a un cliente porque la joyería estaba cerrada. En ese momento decide seguir así o apostar por lo que su intuición y amor propio le dicen: la joyería personalizada bajo un concepto propio en redes sociales. Instagram. Sí. Un personaje, una nueva identidad y una marca a tono con sus pasiones: el rap, el streetwear y la lucha libre.
Aquí entra en juego el diseñador The Hungry. Ambos barajan algunas ideas. Y es una noche en la que se define el siguiente gran paso. Uno reconoce en el otro la motivación para aterrizar lo que en los demás sólo son sueños guajiros. El otro, abocado al arte visual de su formación, piensa en personajes. Están cerca de la eureka. Recuerdan a un amigo de ambos, Caballero de Plata, quien siempre supo, desde muy pequeño, que sería luchador. Los tres crecen admirando a las glorias en el cuadrilátero: Mil Mascaras, Blue Panther, Pierrot y otros superhéroes nacionales. Caballero de Plata los lleva a la Arena Coliseo de bien morros, en primero de secundaria. Después les presenta al Místico, al Dr. Wagner.
Y eso marca. Por eso eligen la construcción de un enmascarado. ¡Claro! Un coloso, el Coloso de Oro. The Hungry diseña la máscara. Indaga, se asesora con Caballero de Plata. Recuerda el minimalismo clásico de las máscaras de luchadores de su infancia, los trazos, las formas, la identidad de cada personaje, cuyas máscaras muchas veces eran diseñadas por los propios mascareros, de manera empírica. De la fotografía icónica de Biggie, que le tomó Barron Claiborne con la corona del rey de Nueva York, The Hungry toma la idea de la corona. Y porque la mamá de Coloso siempre le dice, “oye, mi rey”. Todo encaja, ya está.
Una vez diseñada la máscara, Coloso y The Hungry se proponen conseguir que sea el mismísimo legendario diseñador y fabricante Arturo Bucio El mascarero de los héroes quien la confeccione, como lo hace desde 1969. Huracán Ramírez, Mil Máscaras, Último Guerrero, Shocker, Místico, Rey Mysterio y una pléyade de contendientes más han pasado por su empresa familiar. Trabajar con Lucio es clásico, pero también es caro. Al centro de la mesa, la máscara dorada de Coloso de Oro nos llama la atención. El hombre detrás nos la pasa. Es muy profesional, su hechura es sólida, el hilaje. Es “aerodinámica”, gruesa, real.
“Caballero de Plata me lleva con Bucio. Está grabando algo con Netflix y es Bucio quien hace toda la indumentaria. Le digo, llévame güey, llévame porque ya tenemos el diseño, llévame, igual y me la hace. Chingue su… Y ahí vamos a su taller en Neza. Me rechaza a la primera. Me dice que yo no soy un luchador. Que para qué la quiero. Luego le explico el proyecto, los detalles, el objetivo, y le gusta la idea. Entiende que no es para hacer un daño y que será un diseño único, no en serie, así que nadie más podrá pedirle una. Me dice: sí te la hago, pero dame tres meses. Va. Llego por la primera y ya llevo el pedido de tres más. Tengo cuatro: dos clásicas, cerradas, una de boca y parte trasera abierta y una de boca abierta con cuerda detrás”.
Pero la identidad secreta esconde algo más. Lanzar una marca de joyería en redes sociales implica exposición. En un oficio donde se manejan productos de miles de pesos, en una de las ciudades más inseguras del mundo, cualquier hijo de vecina puede reconocerte y ponerte un cuatro. Piensan que eres rico y tienes un chingo de dinero por hacer joyas, lo cual no es cierto, porque se gana y se invierte. Por eso la máscara es la respuesta. Las personas parecen verte más si te cubres el rostro. De otra manera eres cualquier otro. Lo mismo pasa con las joyerías. Todas parecen hacer lo mismo, de la misma manera. Pocas son auténticas.
—¿Ha habido algún diseño de máscara similar?
No, de acuerdo con lo que revisamos, nadie ha tenido una corona.
—¿Pensaste que el resultado tendría tanto impacto?
Sí, pero no con esta dimensión. Este vato llena muy cabrón la máscara, hizo crecer todo de manera orgánica. Voy a algunos eventos con él y las personas lo quieren. Lo ven y realmente les dan ganas de acercarse. Ahora seguimos colaborando en el proyecto, vienen juguetes, lanzamientos y otras cosas —cuenta The Hungry desde su estudio de diseño.
De vuelta con Coloso, destapamos otra ronda y unas sabritas doradas tamaño familiar. De la cajita salen dijes, esclavas, cadenas, aretes, anillos, boxers. Un rastita que el dueño de una marca de ropa pronto le regalará al músico argentino de reggae, Dread Mar-I. Esmeraldas, rubíes, diamantes, oro y plata en un chingo de formas. También una serie muy especial de figuras de la lucha libre que Coloso quiere exponer en una galería antes de que termine el año: un pequeño luchador, una silla de metal plegable, una mesita, un ring, una pequeña escalera, un anillo heavyweight champion y un maletín a la Money in the bank. Los detalles de cada una, los plegables y la interacción que presentan son francamente asombrosos.
Será su primera exposición artística. La cristalización de una chambota. Y tiene que ser en el Centro Histórico, donde todo nació. Donde está el Centro Joyero Zócalo, donde está su casa, donde trabaja a diario, donde diseña, forja e inyecta, donde está la mítica Arena Coliseo, que parece ser su segundo hogar. La noche anterior, Coloso y sus amigos estaban ahí. Si Rey Mysterio es su luchador moderno favorito, Blue Panther es para él la gran leyenda. Anoche lo vio luchar junto a dos de sus hijos, Blue Panther Jr. y Black Panther.
“El señor tiene un ángel enorme. A sus más de sesenta años sigue rifando durísimo. Hablé con él hace poco para hacerle una pieza. Me dijo, hijo, muchas gracias pero yo no te voy a poder pagar algo así como lo que haces, pero puedo ir a tu cumpleaños, a un evento contigo”.
El Centro Histórico también es donde pasea a su querido perro bulldog inglés, Hércules, quien nos observa impávido, con su característico talante dócil y amigable, recostado en un tapete con forma de tigre en el piso. Hércules tiene doce años y es el compañero inseparable de Coloso. Es parte del personaje, su Sancho Panza en la iconografía y en la vida misma.
Segunda cuerda: El joyero favorito de tu artista favorito
A finales de mayo de 2024, J Balvin viajó a México para grabar el video de “G low kitty” con las nuevas figuras del reguetón nacional El Malilla, El Bogueto y Yeri Mua en una azotea cercana a la Torre Latinoamericana. Milkman le contó a Coloso que Balvin iba a venir y que lo tenía que conocer. Milk, músico, artista y productor, fue la conexión para que Balvin se interesara en una pieza del joyero enmascarado. Dale un luchador, le dijo, pero José buscaba una pieza más grande y no había mucho tiempo. Le llevó al set algunas que tenía, un Tamagotchi y un Bob Esponja. Le gustó el Tamagotchi, se lo mostró y se lo puso. Aquel pre gadget noventero que representa una mascota virtual es el mismo que el colombiano luce en el video, que hoy acumula millones de vistas en YouTube. “Balvin es un tipo súper amable”.
Coloso conectó con El Bogueto en un evento del comediante Lalo Elizarrarás a finales de 2023. Ahí le entregó un dije de gran tamaño con el “BO”, a.k.a. distintivo del nativo de Ciudad Nezahualcóyotl, cuya letra “O” es giratoria. Luis Díaz a.k.a. Luigimon, productor y DJ en el combo urbano de Ghetto Kids, socio y amigo de El Malilla, y manager de los hermanos regios de la Latin Mafia, se enteró de ese encuentro y comenzó a trabajar con el joyero. Latin Mafia es un fenómeno musical impulsado con el boom de TikTok en la pandemia. Un día, cuando Coloso le llevó una cadena a Díaz, en su casa estaba Paulus, dijo, a ver, y la conexión se cerró ahí. Los Latin Mafia portaron en Coachella unos dijes que Coloso les hizo, a partir de unos dibujos de caras que los mismos Milton, Emilio y Mike de la Rosa dibujaron.
Con la recomendación de un artista a otro, de un mensaje directo a otro en su Instagram, Coloso engarza puntos clave en el mapa del reguetón y del rap contemporáneos. A su cartera de clientes del llamado urbano se suman figuras con kilometraje como Yoga Fire, Dee y Muelas de Gallo de Homegrown Music. Y freestylers como Lobo Estepario, RC y Aczino. Ahora bien, la verdad es que su rapero favorito de todos los tiempos es Curtis James Jackson a.k.a. 50 Cent. La leyenda de Queens que sobrevivió a nueve disparos, el de “Many men” e “In da club”, y a quien espera, algún día, hacerle una joya. Luego estaría Notorious B.I.G., otro rey.
“Con el hip hop, la gente fresa ahora usa todas las cosas que fueron consideradas como maleantes. Yo vengo de una era en la que para conseguir unas Timberland originales, por ejemplo, tenías que hacer búsquedas cabronas, ir a tianguis como el de La Raza y así”.
A su catálogo musical y de la lucha libre mexicana, se suma el de la lucha de Estados Unidos. La WWE Español lo buscó para que les hiciera las piezas de sus premios El luchador de oro en WrestleMania, que los fans latinos dan al mejor regreso, la mejor entrada, mejor atuendo, super finisher y la mejor aparición especial a las grandes figuras de este universo. El dije es la clásica figura del luchador de plástico mexicana con rebabas, pero de oro. Este año, Cody Rhodes, Dominik Mysterio, Rey Mysterio, The Undertaker y Snoop Dogg recibieron los dijes. Lucha y rap, dos eslabones de una misma cadena para Coloso.
Tercera cuerda: Ganó el arte y el cariño de la gente
Coloso confiesa que a su mamá no le gustó en un principio que diera las gracias en el Tribunal y renunciara a su carrera. Él mismo, como todos en la vida, dudó en algún momento. Pero el plan ya estaba echado a andar. Todo cambió, o el momento decisivo, dice, fue cuando Timberland lo contactó. En primera porque es su marca favorita, la bota de miel clásica que definiría la estética hip hopera de los noventa para acá. En su closet, nos muestra, guarda unos veinte pares de este modelo en distintos colores, pero la suya es la amarilla.
La bota de piel nobuck color miel que inventó el fundador de la marca, Nathan Swartz, en Boston en 1973 y que los obreros de Nueva Inglaterra comenzaron a usar por su diseño resistente. Veinte años después, en 1993, los jóvenes de Nueva York del hip hop llevaron este modelo a lo fresh. Se decía en aquel entonces que sus ventas superaban a las de los tenis Nike Jordan, aunque este boom era minimizado, en un principio, por los mismos dueños de Timberland, quienes acusaban a esos jóvenes afroamericanos y latinos de comprarla “por la razón equivocada”: la moda. Una moda que permeó hondo en la cultura. Como ocurrió con todo, con el tiempo Timb y otras marcas industriales y para el montañismo, como Carhartt y North Face que originalmente no estaban destinadas a ese target, sucumbieron ante aquella apropiación callejera que transformaría a la misma “alta moda”.
”Yo no dimensionaba que una marca así me buscara. En 2023 yo tenía un año y medio con el proyecto cuando me hice mi botita Timberland en oro para mí, y la subí a mis redes. Era tan familiar, tan cercana, que me sorprendí cuando llegué a las oficinas y me dijeron que les gustaba un chingo y que para el cincuenta aniversario de la bota les hiciera algunas piezas exclusivas. Comenzamos a colaborar, les hice cientos de piezas para ellos en Estados Unidos y en México. Vienen más cosas, y ahora me regalan piezas exclusivas de ropa, me mandan botas. Todo eso es como un trofeo para mí, como un sueño muy especial”.
A esta relación, Coloso suma trabajos con Spotify, New Era y Jordan. Esto mientras atiende a sus clientes personales, amigos y personalidades cotidianas que lo buscan en el Centro Joyero de Madero: vírgenes de Guadalupe colosales, anillos de compromiso, obsequios de pareja, como un elotito de oro que nos muestra, por último, antes de que Irving comience con la sesión de fotos.
—¿Qué viene y cuál es el valor real de todo esto?
Lo que quiero hacer son accesorios que no son tan convencionales. Una corona, cinturones, hebillas. Esto es algo muy cabrón, muy difícil y muy caro. No es fácil soltar unos treinta mil, cuarenta mil, cincuenta mil pesos, noventa mil, lo entiendo. Por eso me emociona mucho cuando llega un cliente que no escatima con el precio. No sólo por el valor económico, sino porque esas comisiones me permiten superar mis límites. Me dan libertad creativa. El valor, hoy, es la cantidad inmensa de cariño que recibo de gente que no conozco, pero que quieren al Coloso de Oro, a su superhéroe. Me buscan personas adultas, jóvenes, viejitos, niños… Es algo muy especial, en verdad. Todo lo contrario al ambiente un tanto tóxico que viví en la burocracia de mi etapa como abogado. Ya no hay vuelta atrás.
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