La tarde del 19 de julio de 1824, el otrora Agustín I pronunciaría su última arenga frente al pelotón de fusilamiento: “mexicanos […] muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso, porque muero entre vosotros”. Cuatro meses después se concretaría la secesión de la República Federal de Centroamérica del extinto Primer Imperio Mexicano. Capricho del destino, las Lagartijas Tiradas al Sol estrenaron Centroamérica en el bicentenario de la muerte de Iturbide, quien fue proclamado emperador en 1822.
TXT: Carlos Jäger
El telón del Teatro Casa de La Paz está echado. Es la primera vez que veo que lo utilicen, prescindieron de este en las funciones que asistí de Tiburón, Veracruz, Maleza, Lázaro y Tijuana. Sin embargo, entre el bullicio alcanzo a distinguir los sonidos de aves e insectos, de una radio vieja. La luz rosada que se vislumbra por debajo de los pliegues de la cortina delata que la acción ya ha comenzado en el escenario. Se recorre el velo a la par de una balada ligada al recuerdo,
“´ésta es, la última canción, que escribo para ti… me cansé de vivir sin sentido, de pensar sólo en ti…”
Lentamente se reincorporan, ¿acaso dos turistas, dos actores o simplemente Luisa y Lázaro? Difícil decir si están despertando de una juerga o una pesadilla. Fieles a su método, sin perder un instante, los protagonistas ya están trabajando la escena, Lázaro carga un saco de arena, y coloca los cimientos de la obra al centro del frente del escenario. La música expira para dar paso a un fragmento del testimonio de una exiliada nicaragüense. Daniel Ortega está a pocos años de romper el récord de aferramiento al poder que Porfirio Díaz impuso en el continente Americano. Las atrocidades de su gobierno no nos perturban. Son tan lejanas, como es invisible el holocausto silencioso.
Una intuición llevó a Luisa y Lázaro a internarse en la región central. De su experiencia, nos dicen, “hablar allá de nuestras tragedias, se vuelve un poco como quejarse de no tener zapatos frente a quien no tiene pies.”
¿Cómo crear una narración desde ahí, cómo colocar la América Central en el centro? Así inicia un recorrido por ocho países con la esperanza de encontrar una eje narrativo que brinde una oportunidad para actuar de verdad, evitar que el esfuerzo derive en un paseo por el dolor ajeno.
Si la ignorancia es proporcional al desdén, así podemos entender nuestra relación con Belice. ¿Qué noticias nos llegan más allá del paraíso ecolujorístico de Leonardo Dicaprio en Cayo Negro?
Quizá la misma Belice no sepa nada de Belice. La rapiña novohispana nunca pudo establecer si su territorio pertenecía a la Capitanía General de Yucatán o a la Capitanía General de Guatemala. Sus emblemas nacionales son el Tucán, el Tapir y la Orquídea Negra. Bajo la sombra, floreo se lee en su escudo de armas, conformado por una Caoba, un mestizo y un negro, equipados como taladores. El lema podría interpretarse como una advertencia, prosperarás bajo la sombra del imperio. Brillan por su ausencia los nativos mayas, o el Palo de Campeche, el cual atrajo a los enclaves piratas dedicados a explotarlo con sus esclavos africanos. Descendientes de éstos, son los Garífunas. Las raíces centroamericanas han sabido nutrirse de los naufragios caribeños. Ahí están los cantos de Andy Palacios y The Garifuna Collective, dagagüdaraü yebe bana ya lun ügüriu me…
A la salida del teatro, comentando la pieza entre quienes vieron a las lagartijas por primera vez, atajé:
– Pero no creas que todo ha pasado como te lo acabas de imaginar…
– ¿Cómo? No te estoy entendiendo…
Le señalo el libro más grande de los que están a la venta en el lobby, La verdad también se inventa…
– ¿Entonces todo fue inventado?
Intenté sin éxito explicar que la frontera entre lo ficticio y real no es tan clara, que no nos damos cuenta cómo fluctúa en nuestra vida cotidiana, cada vez que leemos las noticias, nos enamoramos, escuchamos una mañanera o hojeamos la constitución. Pero sólo logré acrecentar la confusión. Ya en casa, me digo que quizás no fallé del todo, al final de cuentas, disputar la realidad al estilo lagartijas, también es dislocarla.
Las sincronicidades quizá no signifiquen nada. El 19 de julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional irrumpió en Managua. Daniel Ortega nació en el municipio La Libertad. El mismo día, pero 1924, en la región del Chaco, Argentina, el sargento Emilio Esquivel sobrevoló Napalpí con un cargamento de dulces y sustancias incendiarias, con la intención de reprimir a los pueblos mocovíes y tobas. Los dulces que cayeron del cielo fueron el señuelo con el que atrajeron a niños, hombres y mujeres; se estima que más de cuatrocientos fueron asesinados. La prensa dedicaría pocas líneas para informar, que la tranquilidad renació después de que se dispersó a los indios que se enfrentaron y mataron entre ellos, tras un “reñido combate”. Héctor Trinchero lo documenta en su artículo las masacres del olvido.
¿Acaso termina la función si no se cierra el telón en el escenario? Sigue ardiendo el sol de una bandada de lagartijas, que saben que la realidad se recrea de las cenizas de nuestra credulidad.
Mientras escribo estas líneas, encuentro una estampita enmicada de San Francisco de Asís como separador en mi ejemplar de *Hojas de Hierba*:
“A ver, ¿quién cree que un milagro sea una gran cosa? Yo no sé de nada que no sea un milagro.”
Los versos de Walter hacen eco con una de las preguntas que me quedan, ¿cómo se llama esto que están haciendo frente al público? ¿Quién de nosotros podrá nombrarlo?
Leo la versión de la oración al reverso de mi estampita:
“Que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar, en ser comprendido, como en comprender. En ser amado, como en amar. Pues dando es como se recibe, olvidándose de sí es como se encuentra y perdonando se es perdonado y muriendo se resucita.”
Luisa tiene razón, es un acto ciego de fe creer que vale la pena seguir; yo también quiero seguir creyendo.
Centroamérica, de Luisa Pardo y Lazaro Gabino Rodríguez, tiene sus últimas funciones en el Centro Cultural de España en México este jueves 15 y viernes 16, a las 19:0 pm. Donceles 97, Centro Histórico, CDMX.