El tema de la invasión es muy probablemente uno de los tópicos más antiguos y primordiales dentro de la narrativa de tintes siniestros. Su presencia transita bajo distintos modelos y abordajes que dejan en claro que la existencia de lo inquietante va más allá de meras lógicas explícitas para desplegarme mediante recursos que agotan todo tipo de noción racional. Borgman (2013), cinta dirigida por Alex van Warmerdam, es uno de los ejemplos contemporáneos más delirantes con respecto a este asunto.
Todo comienza con un vagabundo huyendo de las fuerzas de la normatividad social, misma situación que lo lleva a pedir refugio en la casa de un matrimonio joven y acaudalado.
La intromisión de este personaje absolutamente amoral dentro de un contexto decididamente burgués dará como resultado una serie de choques subliminales que habrán de trastocar de forma palpable casi todos los mecanismos de interacción que definen a nuestra sociedad.
Lo que comienza como un acto de curiosidad frente al aburrimiento de la cotidianidad neoliberal pronto se transformará en una narración de tintes parasitarios que deja en claro hasta qué punto nuestra mente es susceptible de ser seducida por agentes extraños, capaces de vampirizar nuestra existencia hasta límites insospechados.
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