TXT::Amanda Iza
Mientras Culiacán era una balacera, Barcelona apagaba barricadas de fuego y la autoridad andaba alterada en las calles de la ciudad de México; el rock and roll mostraba sus cirugías en el Palacio de los Deportes. Arreglos del tiempo que hace de los eventos de rock un día más en la oficina y obliga a los danzantes espectadores a ser como Fred Astaire, en la película Bodas Reales, interactuando en un baile con objetos inanimados.
Billy Idol se presentó por primera vez en México y desde las primeras canciones, Cradle of Love y Dancing Wih Myself, quedó claro de que iba la cosa: ¡chavos y no tan chavos a bailar!
Y así fue, todos parados, meneando caderas, las sillas quedaban para los abrigos y pequeñas pataditas para ganarles espacio. No ha sido prodiga en discos la carrera de Billy Idol. Desde el año 1993 que sacó su último trabajo destacable ‘Cyberpunk’, apenas tres discos, incluido uno de canciones navideñas.
Así que la cosa iba de singles, y no porque en los discos de los 80 de Idol no haya joyas ocultas entre tanto éxito, sino porque lo demandaban los presentes. Y el británico satisfizo a sus fans. Flesh For Fantasy, Rebel Yell, White Wedding, Eyes Without a Face, Blue Highway, temas incontestables que tuvieron la respuesta esperada del público. Otra cosa distinta fue el puente de tres canciones de sus últimos discos, el momento que todo artista veterano, condenado a tocar sus pasadas y célebres memorias, aprovecha para reivindicar su más reciente obra.
Sonaron Can’t Break Me Down, World Comin’ Down y Ghosts in My Guitar. Simplonas y sinceras. La reacción de los presentes fue respetuosa y sin emoción por mucho que Idol metiese corazón hablando del cáncer y de su mamá, ¿pero qué demonios?, es que Billy debe tener fantasmas en el armario que se la han desbordado hasta las cuerdas de la guitarra y quería airearlos ante los presentes, está en su derecho, pero resultó un tedio entre tanta adrenalina por sacar. Retomó la senda del brillante pasado, con Eyes Without a Face, y ya fue solo interrumpida por el otro personaje de la noche, Steve Stevens.
El guitarrista y co-compositor de las canciones de Billy Idol tuvo su momento de soledad en el escenario, en forma de interludio, para sacar su muestrario de inquietudes sonoras que van del Flamenco (publicó en el 99 un disco titulado Flamenco A Go Go) hasta Led Zeppelin con los que jugueteó entre Over The Hills and Fare Away y Stairway to heaven.
No fue su único momento de gloria, la canción de la película Top Gun, de la que es autor, sonó en lo más álgido de la noche para desconcierto de unos y disfrute generacional de otros. Volvió Billy, mostró su agradecimiento a Steve y a la vida, y se fue directo a por la apoteosis final donde mezclo sus canciones con las de su banda punk Generation X. Your Generation y Ready Steady Go fueron las elegidas junto con Dancin With Myself de uno de los grupos que alumbró el punk primerizo londinense. Lo mejor de la noche llegó con Rebel Yell y la decepción con un White Wedding descafeinado y esperado, o al revés que no es lo mismo.
Un show de 14 canciones interpretadas con la ya poca voz de Idol bien modulada y una banda profesional de rock de emisora convencional de ‘oldies’, que logró llenar los despiadados huecos acústicos del Palacio pero no los fallos en la pantalla que dejaban a la vista las vergüenzas de los realizadores.
Traca final de sinceridad con un cover de Money Money, canción de Tommy James; sucio dinero que nos juntó en cuerpo y espíritu con Billy Idol, ambos dañados por el paso tiempo; pero con ganas y unos bailes la esencia se alcanzó, eso sí con una silla pegada a las piernas por si nos cansamos.