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Balas perdidas

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Según las autoridades de seguridad del Distrito Federal el homicidio del niño Hendrik Cuacuas se debió a una bala perdida que atravesó el techo de la sala de cine donde se encontraba el menor viendo Ralph el demoledor junto con su papá.

Imprudente el cabrón que disparó al aire, pensando que sus balas atravesarían una nube y ahí quedarían suspendidas. Más imprudente aún porque sabía que eso no iba a pasar.

Imprudente Cinépolis que no reportó el hecho, y al contrario, dijo que no era el primer incidente que tenían en el país. Imprudente la plaza que calló.  Imprudente la delegación Iztapalapa que no actuó. Imprudentes todos, pues el lamentable hecho ocurrió el 2 de noviembre, literal, día de muertos, y se dio a conocer por una nota del diario La Razón diez días después.

Milenio Televisión recabó información sobre lo ocurrido ese día. En los alrededores los vecinos reportaron detonaciones por arma de fuego (balazos, pues) y festejos en honor a la Santa Muerte.

Hace ya algunos ayeres, cuando vivía en casa de mi papá, a punto estuve de morir como Hendrik Cuacuas.

Una bala perdida, que otro cabrón soltó al aire, atravesó el techo de mi cuarto en la noche. A nada de no despertar.

Al amanecer noté que en el buró había astillas y que el mismo estaba despostillado. La bala, chata, botó a un lado de mi almohada. Menos de un metro de distancia y yo no estaría escribiendo esta columna.

Ahogado el niño a tapar el pozo, suelen decir. Las autoridades capitalinas deberán poner atención a este problema que es más trágico de lo que parece. No es posible que sujetos armados disparen al aire en tono dicharachero.

¡Ahí le encargamos Miguel Ángel Mancera!

¡Ya ni la chingan! Balas perdidas… nada más la columna de mi amigo El Santo en Excélsior.

Si no están bloqueando el Senado por la aprobación de la reforma laboral, comprando boletos para el cine o pensando aún asesinos seriales, los espero en Twitter:

@RodolfoZapata

Staff

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